“Lo único que explica la Tregua de Navidad de 1914 es la Navidad”, asegura el profesor Álvaro Núñez a propósito de su libro. Porque la Tregua en la I Guerra Mundial (1914-1918) no fue solo un cese de hostilidades: fue un acto de hermandad, de confraternización, de celebración conjunta, de cánticos navideños al unísono. “Sí, la música navideña fue determinante. Era el ‘idioma’ común en el que los contendientes podían entenderse”.
El autor ha publicado en Encuentro este emocionante relato documentado de cientos de testimonios de soldados británicos, franceses, belgas o alemanes que cantaron, bebieron, jugaron, intercambiaron objetos y direcciones con el enemigo, y cientos de fragmentos de diarios de la Primera Guerra Mundial, en la que murieron entre 9 y 11 millones de militares, la inmensa mayoría soldados, y otros tantos millones de civiles, además de unos 20 millones de heridos.
Los hechos sucedieron mientras los altos mandos militares prohibían cualquier tregua, y los políticos la deploraban. Álvaro Núñez (Quetzaltenango, 1955), profesor en la Universidad de Almería, padre de tres hijos, revela a Omnes qué le movió a escribir el libro, los llamamientos de los Papas, las premonitarias palabras de Churchill, la carta de un teniente alemán a su amada Trude, el canto de ‘Noche de Paz’…
¿Por qué este libro? Usted ha sido abogado, magistrado.
– Sí, es cierto, pero como docente universitario, llevo más de cuarenta años escribiendo y, siempre que el tema lo ha permitido, he puesto pasión en los escritos jurídicos. Y pasión es lo que me suscita la Navidad y, especialmente, este acontecimiento único, de verdadero espíritu navideño, que fue la Tregua de 1914.
¿Motivos para estudiar la Tregua del 14 y escribir sobre ella? Sobre todo, el deseo de contar una verdad (con todas sus pruebas) que es bella y que, además, nos invita a ser buenos, y porque en España son desconocidas las colosales dimensiones de lo ocurrido en el Frente occidental en la Navidad de 1914.
Ahora bien, también ha influido que una comisaria europea quisiera impedir hace unos años que se felicitara explícitamente la Navidad y que hace veinticinco —lo recuerdo perfectamente— alguien me dijera: ‘Álvaro, a la Navidad le quedan veinte años’. No ocurrirá que muera, desde luego, pero si así fuera, yo quisiera morir antes. En el fondo, si este no ha sido el motivo principal de este libro, sí ha sido un gran acicate: colaborar con el relato de aquella verdad descomunal a que ello no suceda.
El verano de 1914 iba a ser tranquilo y apacible en Europa. ¿Qué sucedió para que se desencadenara una Gran Guerra con millones de muertos?
– Como digo en las primeras líneas del libro, las guerras, al igual que las enfermedades mortales, comienzan mucho antes de su terrible manifestación. En el caso de la Gran Guerra, las potencias de la época venían preparado el terreno a una posible guerra desde hacía tiempo.
Pero nada hacía presagiar una guerra en aquel verano del 14. Tampoco el asesinato del heredero del Imperio austro-húngaro y de su esposa, en Sarajevo, determinó necesariamente la guerra. La verdadera causa, lo que hizo imparable y ‘mundial’ la guerra, fue, creo yo, el ultimátum del 23 de julio, de Austria-Hungría a Serbia: Serbia no podía aceptarlo en todos sus términos, y la guerra que de ello resultaba no podía ser solo regional, dado el sistema de alianzas que, de inmediato, se iba a poner en marcha.
El Papa Pío X, luego canonizado, había hecho un llamamiento a la paz en agosto, pero murió ese mismo mes. ¿Por qué fracasó el cese de las hostilidades que propuso Benedicto XV?
– Antes de decir por qué fracasó, quisiera señalar que la tregua fue aceptada por varios contendientes: Reino Unido, Bélgica, Alemania e incluso Turquía aceptaron. No aceptaron Rusia ni Francia. La primera, porque la Navidad ortodoxa rusa se celebra el 7 de enero, más de dos semanas después que la católica, protestante y anglicana. La segunda, porque no quería interrumpir sus operaciones en curso.
También hay que decir que los ‘patriotas’ católicos —austríacos, alemanes y franceses— fueron más patriotas que católicos (me refiero a los estaban en sus despachos, en sus periódicos, en sus casas, no a los que estaban en el frente) e hicieron poco eco a la súplica del Papa.
Un joven Churchill se había preguntado qué pasaría si los ejércitos deponían las armas al mismo tiempo. ¿Qué ocurrió para que, en Navidad de 1914, los soldados depusieran las armas y quisieran celebrar la Navidad con su enemigo?
– Sí, las palabras de Churchill, en carta a su esposa, fueron premonitorias. Churchill, por la experiencia que tenía como militar y como reportero de guerra que había sido, sabía que podía surgir en algún momento, en algún lugar, un sentimiento de comprensión, un deseo de acercamiento entre enemigos; que algún soldado podía ver en el enemigo a un hermano que sufría la misma desgracia que él y contra el que no tenía nada.
Eso explica, en el contexto de una guerra de trincheras, la existencia de treguas breves, de entendimientos entre contendientes para hacer más suave la guerra (el live and let live system), pero no explica la Tregua de Navidad. Lo único que explica la Tregua de Navidad es la Navidad. Porque la Tregua no fue solo una tregua, o sea, un cese de hostilidades: fue un acto de hermandad, de confraternización, de celebración conjunta, de canticos navideños al unísono. Sí, la música navideña fue determinante. Era el ‘idioma’ común en el que los contendientes podían entenderse. Fue, en muchos casos, la chispa que hizo que los ánimos se templaran y que los hombres salieran de sus trincheras para abrazarse.
¿Cuál fue la actitud de los mandos militares, de los soldados? ¿Y los políticos?
– El Alto Mando, en cada uno de los ejércitos, prohibió cualquier tregua y, respecto de la de aquella Navidad, exigió que los que habían participado rindieran cuentas, pero, a la postre, no adoptó ninguna medida disciplinaria (salvo alguna excepción).
Otra cosa fueron los oficiales de primera línea. Estos consintieron y, en muchos casos, acordaron la tregua y participaron de la confraternización. La Tregua de Navidad no fue una tregua solo de soldados.
Los políticos, en todos los casos, en todos los países, deploraron la Tregua.
¿Cómo ha podido documentar estas numerosas treguas, sintetizadas en lo que llama usted ‘La Navidad que detuvo la Gran Guerra’? El trabajo es laborioso, con 886 notas.
– El libro es el producto de una persona que no sabe escribir de otra manera; que todo lo que dice tiene necesidad de probarlo. Es un defecto profesional como otro cualquiera. De ahí, toda la documentación, todas las fuentes, todas citas. La recopilación de fuentes, ciertamente, ha sido laboriosa, pero he tenido ayuda y también la suerte de que las fuentes oficiales, británicas y francesas, sean muy accesibles.
En el libro se cuentan muchas historias de soldados que contaron su tregua a medios de comunicación, en plena guerra. Por citar alguna, una carta en ‘The Times’ del 2 de enero de 1915. ¿Puede mencionar alguna (s) que le hayan conmovido más?
– Sí, en el libro se cuentan muchas pequeñas historias de aquellos días de Navidad. El libro podía haberlo escrito de otra manera, pero desde el primer momento quise dar voz a los protagonistas. Las cartas son la fuente más preciada, no la más sorprendente, porque lo más sorprendente es que el diario de un batallón cuente lo ocurrido con todo detalle. Las cartas son emocionantes por lo que cuentan, por cómo lo cuentan los soldados —cabe dudar que hoy, muchachos de dieciocho o veintipocos años, escriban tan bien— y porque lo cuentan desde el barro de sus trincheras, con las manos ateridas de frio —los mitones puestos— y con toda la emoción de algo que han vivido y que, como muchos dicen, no olvidarán mientras vivan.
Las cartas emocionan de verdad…
– ¿Emocionarme? He llorado muchas veces, y todavía hoy, después de cuatro años de trabajos y dos que han pasado desde que terminé el libro, se me quiebra la voz cuando leo alguna carta.
Pero me pide una, y no sé cuál ofrecerle… Bien, ésta es una entre tantas: la de un teniente alemán que comienza: “Mi amada Trude, […] desde entonces llueve sin cesar, y afuera, en las trincheras, el agua vuelve a estar a la altura de las rodillas. Por otro lado, los ingleses de enfrente se han vuelto bastante tranquilos desde Navidad. No se disparó ni un solo tiro en Nochebuena. Los soldados hicieron un armisticio, aunque los mandos lo habían prohibido. Ingleses y alemanes salieron de sus trincheras el primer día de fiesta, se dieron regalos y se sentaron juntos durante largo rato en medio de las trincheras enemigas. Entonces nuestra gente cantó ‘Noche de Paz’ y llevó un árbol de Navidad a sus enemigos”.
Me han encantado dos páginas con el Cancionero de la tregua.
– Me alegra mucho saberlo. Es la prueba de que la música tuvo mucho que ver. Dentro de unos días, por cierto, he organizado un concierto coral con algunos de los villancicos que aparecen en esa lista.
Por último, ¿intentaron otra Tregua de Navidad en 1915 o ss.? Porque la Gran Guerra duró cuatro años. ¿Es trasladable esta iniciativa a las guerras actuales, de algún modo?
En la Navidad de 1915 no hubo Tregua en el sentido de una detención de la guerra y de una confraternización entre enemigos como la ocurrida en 1914, pero sí algunas treguas, una de ellas contada por Robert Graves.
La razón de que no se volviera a repetir es muy sencilla: el Alto Mando estaba prevenido e impidió cualquier conato de tregua de Navidad.
Por lo que se refiere a la posibilidad de que una tregua así volviera a suceder, no quiero descartarla, a pesar de que la Navidad ya no representa para muchos europeos el momento sagrado del nacimiento de Cristo, en el que resulta inconcebible matarse y, en cambio, absolutamente natural abrazarse. No obstante, para que pudiera darse, haría falta que la guerra fuera de trincheras.