La Guerra Fría fue el caldo de cultivo perfecto para las películas de espías o agentes. Además de, por ejemplo, las basadas en novelas del recientemente fallecido John Le Carré (1931-2020) como El espía que surgió del frío (1965), destacan sobre todo los filmes que tienen como protagonista a James Bond, el personaje creado por Ian Fleming (1908-1964). Al aura de sus obras contribuye en gran medida que tanto Le Carré como Fleming trabajaron en los servicios secretos —británicos el primero, estadounidenses el segundo— durante la Segunda Guerra Mundial o precisamente durante la Guerra Fría.
Fleming escribió doce novelas y nueve historias breves con James Bond como protagonista; pero realmente famoso se hizo con las películas, sobre todo con las realizadas por la productora Eon Productions, que —aunque también se produjeron dos películas independientes y una adaptación de la primera novela de Fleming— son las consideradas “canónicas” o clásicas: con la última estrenada Sin tiempo para morir (2021) son 25, desde Dr. No (1962). En estos casi 60 años, han sido interpretadas por siete actores; las últimas cinco, desde Casino Royale (2006), por Daniel Craig, quien ya antes de rodarse Sin tiempo para morir había anunciado que sería su última aparición como Agente 007 “con licencia para matar”. Si bien en estos seis decenios —dependiendo también del intérprete— la figura de James Bond se ha ido transformando, siempre lo ha hecho en función de lo políticamente correcto.
En las sus primeras adaptaciones cinematográficas, James Bond aparece como un moderno “caballero sin tacha”. Los filmes reflejan el progreso técnico, la afición a los lujos de la sociedad cada vez más acomodada desde los sesenta, pero también la revolución sexual. El hecho de que Ian Fleming fuera un tecnófilo se materializa en los sofisticados dispositivos técnicos y armas con los que Bond es equipado por el intendente “Q”.
Si James Bond refleja todo tipo de tendencias de la cultura pop, el “Agente 007” también ha influido en ella, ya sea por la popularidad de que goza el “coche Bond”, un Aston Martin DB5, o también el cóctel “Vodka Martini: agitado, no revuelto”. El modo de presentarse: “Me llamo Bond, James Bond” (“My name is Bond, James Bond” o más bien “The name is Bond, James Bond”) es asimismo extensamente conocido.
Un “villano” o “malo” forma parte esencial de una novela o película de James Bond. Como corresponde al género cinematográfico de la Guerra Fría, el enemigo por excelencia son los soviéticos. Una vez que se abrió el telón de acero, eso parece quedar obsoleto —aunque la división del mundo sigue estando ahí—, por lo que esta función la asumió particularmente la organización secreta “Spectre” (así se titula también la penúltima película, la número 24), formada por gánsteres y miembros de organizaciones políticas extremas, o también simplemente villanos que quieren desestabilizar a Occidente o hacerse con el dominio del mundo.
Con todo, no es de extrañar que el final de la Guerra Fría viniera acompañado de un descenso en la popularidad y una crisis de identidad de James Bond. Así puede comprobarse, por ejemplo, con el hecho de que desde 1962 hasta 1989 se rodaran 16 películas de James Bond, pero sólo nueve desde 1989. Tanto la figura del Agente 007 como el “film James Bond” habían de reinventarse. Se precisaron seis años —nunca había pasado tanto tiempo entre dos filmes— para que tras Licencia para matar (1989), la última película con Timothy Dalton, se rodara la primera película de las cuatro con su sucesor Pierce Brosnan, GoldenEye (1995). No obstante, eso no supuso ningún cambio sustancial en cuanto a la figura de James Bond.
Un auténtico nuevo comienzo solo se produjo cuando tomó el relevo el séptimo actor “canónico” de James Bond, Daniel Craig. Especialmente significativo es el hecho de que la primera película de Bond de la era Craig se basara en la primera novela de Ian Fleming, Casino Royale, escrita en 1953: después de 20 películas de Bond en 44 años, los productores pulsan el botón de reset y vuelven a contar la historia de Bond desde el principio. En este contexto es muy expresivo el suspiro de la jefa de Bond, “M” (,interpretada por Judi Dench), en una de las primeras escenas: “echo de menos la Guerra Fría”.
En esta frase, “M” resume el anacronismo de Casino Royale: mientras que la novela trascurre a comienzos de la década de 1950, el mundo que representa el film es el contemporáneo, a pesar de narrar los comienzos del Agente. Un detalle: en lugar del Aston Martin DB5 que aparece por ejemplo en Goldfinger (1964), Daniel Craig maneja un Aston Martin DBS, que no sería presentado oficialmente sino después del estreno del filme. No solo aquí, Casino Royale presupone que el espectador está familiarizado con la historia del personaje.
Un primer aspecto que llama la atención en el “nuevo” Bond es que la puesta en escena tanto de luchas como de persecuciones y demás escenas de acción está obviamente influenciada por las películas de la saga “Bourne”. Sin embargo, dicha influencia no se limita a la estética de este nuevo comienzo del “filme Bond”; también se aprecia, por ejemplo, en las dudas que asaltan a Bond en relación con la corrección de su actuación e incluso en que sufre una cierta crisis de identidad. Se podría hablar de un James Bond “más real, más humano”.
En esos 44 años desde la primera película Bond a la primera interpretada por Daniel Craig, los tiempos habían cambiado considerablemente, algo que se aprecia especialmente en la relación del Agente 007 con las mujeres: el James Bond interpretado por Sean Connery y Roger Moore es “mujeriego” en un sentido que hoy en día se considera machista o incluso sexista, tanto si Sean Connery encuentra placer en utilizar la violencia física y sexual contra las mujeres como si Roger Moore hace comentarios sexistas. Las antiguas playmates u objetos fundamentalmente sexuales se han convertido no solo en mujeres de carne y hueso, en situación de plena igualdad con el hombre, sino incluso “empoderadas”: en los últimos filmes Bond, los mamporros los reparten por igual hombres y mujeres. Como en otras películas de acción o thrillers, la lucha cuerpo a cuerpo no conoce de sexo. En el diario Süddeutsche Zeitung decía Julian Dörr: “El papel del agente secreto británico es un espejo de la masculinidad y su transformación a través de los tiempos. Se puede leer en ella una evolución, desde la omnipotencia patriarcal hasta la crisis moderna de lo masculino”.
Pero la adecuación a lo políticamente correcto va más allá: paralelamente a las películas de Jason Bourne o en general a las contemporáneas de superhéroes, el héroe y el villano se parecen cada vez más; el “malo” de la película aparece como un anti-héroe trágico; el “bueno” ha de luchar contra sus propios demonios. Cuando vio la luz de los cines Skyfall en 2012, su director Sam Mendes describió a James Bond con las siguientes palabras: “Tiene sus propios demonios interiores, pero no los exterioriza; sin embargo, el público ha de ser consciente de que están ahí, lo cual es especialmente cierto en nuestra película: en Skyfall, el público es testigo de cómo Bond se deshace en pedazos para recomponerse de nuevo”.
Los tiempos han cambiado; pero lo que no ha cambiado es que las películas sobre James Bond reflejan el espíritu de los tiempos de manera especialmente llamativa.