“No hemos visto nada igual” (Mc 2, 1-2). Estas palabras tomadas del evangelio recogen el impacto que iba dejando Jesús en las almas, en aquellos años del comienzo del cristianismo, en aquellas tierras de Judea y Galilea y en aquellas personas con las que se iba cruzando. Por eso, muchas veces habremos escuchado la pregunta “¿Y qué ocurre con el resto de los lugares, con el trascurso de los tiempos y con el resto de las personas?’”.
La lectura del libro que nos proponemos comentar puede considerarse una posible respuesta a esta interesante pregunta. Su autor, Julián Carrón, nos explica que los cristianos de cada generación, en cualquier época de la historia y en todos los rincones del mundo, somos quienes debemos convertirnos en instrumentos adecuados y dignos para que, a nuestro alrededor, se manifiesten esos impactos divinos capaces de transformar la realidad.
La destacada obra No hemos visto nada igual. La transmisión del cristianismo hoy, del profesor de Nuevo Testamento Julián Carrón (Cáceres, 1950), quien dirigió Comunión y Liberación desde 2005 hasta 2021, nos ofrece su visión sobre lo que Dios espera en cada etapa de la historia, en cada lugar y a través de los cristianos de cada época, llamados a ser fermento en la masa y luz para las naciones.
Evangelizar hoy
Junto a los tradicionales mensajes que hemos recibido en estos años acerca de la “Nueva Evangelización”: nueva en su ardor, en su método y en sus expresiones, como nos han subrayado san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, añadirá Carrón interesantes perspectivas y luces nuevas que seguidamente deseamos recoger.
Sin duda, la presencia de Cristo ha dejado una huella profunda en cada hombre, así como en las culturas y civilizaciones a lo largo del tiempo y en distintos lugares del mundo. De esta interpelación han surgido innumerables frutos de santidad a lo largo de la historia, pero también, debido al alejamiento y la indiferencia, ha dado lugar a la mediocridad.
Resulta significativo que una civilización cristiana como la nuestra, al perder el sentido de la revelación transmitida por Jesucristo—tanto oral como escrita y preservada por el magisterio de la Iglesia—haya terminado, en muchos momentos y lugares, reducida a una ideología, un conjunto de ideas o meras creencias.
Las ideas de Julián Carrón
La propuesta de Julián Carrón en esta obra se desarrolla a través de un conjunto de entrevistas, mesas redondas y breves ensayos. Su propósito es reflejar la vida sencilla pero vibrante de los miembros de Comunión y Liberación, quienes, en estos años y con la gracia de Dios, han buscado desafiar nuevamente el corazón de cada hombre en su día a día.
Pude comprobar esta realidad hace unos meses en el salón de actos de la Facultad de Odontología, durante un encuentro sobre «Francisco de Vitoria y los derechos humanos», al que fui invitado. Allí tuve la oportunidad de experimentar de cerca un cristianismo vivido en plenitud.
A lo largo del libro, en varios momentos, nos sentimos transportados a los tiempos de la primera cristiandad y a la expansión del Evangelio por el mundo. Esto ocurre gracias al testimonio de muchas vidas transformadas por el impacto del encuentro con Cristo resucitado o por la atracción que ejerce su figura.
La vía de la belleza
Sin duda, el camino de la belleza sigue siendo la vía más eficaz para acercarse a Cristo y a su mensaje de salvación. Carrón ilustra esta idea recordando el rostro hermoso de una mujer que nos remite de inmediato a la belleza y atractivo de Dios, fuente de toda verdad, bondad y hermosura. En este sentido, afirma: “atraer es el arte de Dios” (pág. 121) y señala con certeza que “la belleza de Dios se impone”. Luego añade con naturalidad que los discípulos “lo reconocían y lo volvían a reconocer” (pág. 125).
A lo largo del libro, la figura de Luigi Giussani (1922-2015), fundador de Comunión y Liberación, está constantemente presente. Su invitación diaria a vivir el enamoramiento de Jesucristo sigue contagiando a los miembros del movimiento, quienes, con la gracia de Dios, logran transmitirlo a compañeros de estudio, trabajo y vida, ya sea en el hogar, la universidad o la calle. Todo ello sin olvidar una idea clave: “El camino a la verdad es una experiencia” (pág. 130).
El problema del mal
Una cuestión interesante que plantea el libro es: “¿Tiene Dios libertad para consentir el mal?” (pág. 141). Ante esto, Carrón responde con sabiduría clásica: “¿Quiénes somos nosotros para adentrarnos en la mente de Dios y responder a esta pregunta?” (pág. 147). Sin embargo, aclara que Dios respeta nuestra libertad porque la valora y la aprecia. Sin ella, no podríamos darle gloria ni responder con amor al encuentro con Él.
Otro punto relevante es la cuestión de la “posible arbitrariedad divina” (pág. 154), ya planteada por Guillermo de Ockham. La respuesta es clara: el amor redentor de Cristo fue a la vez universal y personal. La justificación ya ha sido realizada, pero su aplicación depende de la libre aceptación de cada generación. En este sentido, el núcleo del libro es no conformarse solo con estar en la Iglesia, sino ser verdaderamente de Dios (pág. 155).
Descubrir a Jesucristo
En la segunda parte del libro, Pilar Rahola pregunta: “¿Dios sigue fascinando?” (pág. 165). Carrón responde: “Sí, con condiciones”. Afirma que Dios sigue fascinando, pero requiere una nueva forma de presentación.
Culturalmente, el cristianismo necesita ser redescubierto, ya que muchos lo han recibido en su infancia, en el colegio o la familia, pero sin la intensidad suficiente. Como señala Carrón: “Cuando el cristianismo fascina a los cristianos, entonces es verdaderamente atractivo” (pág. 168).
De hecho, una de las conclusiones del reciente Congreso de Vocaciones, celebrado en Madrid con más de 3.500 participantes, 65 obispos y numerosas instituciones de la Iglesia dedicadas a la pastoral juvenil, ha sido la importancia fundamental de la familia cristiana.
En este sentido, el papel de la familia, el colegio y la parroquia es clave para fomentar y consolidar las vocaciones.