El caso de Cristo
Aunque el 4 de marzo se entregan los Oscar y hay un puñado de películas que van a pegar otra vez con razones sobradas (Dunkerque, Tres anuncios en las afueras, Coco, El hilo invisible, El instante más oscuro, Los archivos del Pentágono…), es mejor que esta alfombra roja no sepulte dos filmes independientes de anteayer: El caso de Cristo y el documental Ganar al Viento. Las dos películas se basan en hechos reales e implican a periodistas, delante o detrás de las cámaras. Tienen calidad y abordan dramas apreciables.
Un caso real
El Caso de Cristo remite a la vida de Lee Strobel, un joven periodista de investigación del Chicago Tribune en los pasados años 80. Está casado, tienen una hija pequeña y otro en camino. Dios no les importa. Sin embargo, a partir de un suceso familiar, la mujer se convierte al cristianismo (baptista) y él se rebela, porque siente que la está perdiendo… Furioso contenido, a espaldas de ella y de los jefes del Tribune, decide empezar una investigación sobre la resurrección de Jesús para desmontar la fe cristiana.
Los pasos que el periodista va dando, en el guion de Brian Bird, se inspiran en el libro que el propio Strobel publicó con éxito millonario. El pulso de la historia se mantiene vivo gracias a las dos tramas simultáneas de investigación (un caso policial y el caso de Cristo) y a los fantasmas de ruptura que amenazan al matrimonio. Mike Vogel y Erika Christensen interpretan bien a la tensionada pareja. Faye Dunaway y Robert Foster pasan fugaces. El director, Jon Gunn, nos deja un buen filme sobre un salto a la fe cristiana catalizado por la dimensión histórica de Jesús.
Por su parte, el documental Ganar al viento es de Anne-Dauphine Julliand, periodista parisina madre de cuatro hijos, que perdió a dos, siendo aún niñas, por una enfermedad genética. Contó esos mazazos en un libro cuyo título (Llenaré tus días de vida) es también la música de fondo de este documental. Pero ahora pone cámara y micros pegados al cuerpo de cinco niños con distintas enfermedades raras, y deja que ellos nos trasmitan sus ilusiones, el gusto por la vida y la novedad, los juegos y la naturaleza, así como el contraste del dolor, sin dramatismos. Julliand logra una naturalidad espectacular, con ritmo y metáforas contemplativas, y sugiere a los padres y madres con hijos así de enfermos un sencillo y difícil proyecto, el de volcarse en esas pequeñas vidas para potenciarlas, en vez de insuflarles las dudas del adulto ante la muerte.