No me extraña la lucidez con la que se desenvuelven los poemas de Daniel Cotta si ya, veinteañero, se lanzó a escribir un Vía crucis-ahora en edición inencontrable-, y, más tarde, siguiendo las huellas de Miguel Hernández, se rindió a emular a Calderón de la Barca con un espléndido (y aún inédito) auto sacramental titulado Effetá, naturalmente a la manera de los del Siglo de Oro y dentro de las estrictas medidas que exigía el arte lopesco de hacer comedias, aunque su temática sea más propia del hombre de hoy. Y es que la poesía de Cotta no deja de ser, por su construcción, de viva raigambre clásica, como la de los poetas de la primera época de posguerra (Leopoldo Panero, José María Valverde…), pero, sobre todo, abierta a la manifestación jubilosa del Dios creador y padre de sus criaturas, al que él canta desde la luminaria de su fe viva.
Andadura poética
Primero fue Dios a media voz, un bellísimo poemario de una madurez teológica intensa con el que obtuvo un recién inaugurado premio de poesía mística: el Albacara, de Caravaca de la Cruz (Murcia); después ha venido Alumbramiento, en la colección Adonáis, con el que se acredita el gran poeta que es, conformado a la medida de la actividad poética más exigente, dominador de cualquier estrofa métrica que se tercie, sorprendentemente moderno en su imaginería literaria por no decir original y actualísimo-, y sabedor de que la poesía es una conversación diaria y en verso con Dios. Es, desde ellos, de donde surge ese cosmos en el que Dios es desvelamiento, cercanía y canto continuo y alborozado.
Para quien es capaz de escribir “Señor, no estoy viviendo. / Estoy desenvolviendo tu regalo”, la misma realidad se convierte en el marco natural y gozoso de quien quiere estar a la altura de lo que se le revela en su propio trajín diario. Así, desde una mirada abarcadora, surgida del asombro, del embelesamiento y de la música de las palabras, su poesía se enuncia como un himno al Dios Creador del Universo, aquel al que cantó fray Luis de León en su oda VIII (“Cuando contemplo el cielo / de innumerables luces adornado…”), pues todo ese conjunto tanto de astros como de diminutos seres que componen el orbe dan razón de que el plectro -como dirá el agustino en otra oda-, está sabiamente meneado por la mano omnipotente de su Hacedor. Y es que para Cotta todo habla de Él: “Pero tú existes. Me lo ha dicho el día”. […] El gótico flamígero da fe. / Lo asegura la Ilíada, / lo aclaman la Novena Sinfonía / y el canal de Suez, / […] Todos esos, Señor, me lo han contado. / ¿No es hora ya de que lo cuente yo?”.
Poesía como un acto de amor
Y es ese su testimonio lírico: proclamar la grandeza de Dios, su bondad y su imagen reflejada en las criaturas. El mismo Cotta, desde su propia realidad vital, se descubre como “la prueba / veraz e irrefutable” de la existencia de Dios, que lo creó por amor. En un lenguaje fresco, ocurrente y visual, escribe: “Mi vida es una fórmula de Einstein, / la prueba irrebatible de tu amor. / Que este amasijo de egoísmo y tedio / hoy cante tu bondad, ¿no es obra tuya? / ¿No es un regalo tuyo que te ame? / ¿Y no es sino un milagro este poema, que es solo responder a tu llamada?”.
Amor con amor se paga, dice el refrán. Y eso es lo que intenta hacer Cotta, quien lo mismo invoca a Dios como Señor del firmamento, que lo trata como un hijo a su Padre o como un liberado a su Salvador. Siempre, desde luego, sin perder el poso de las Sagradas Escrituras (el Génesis en particular) y el impulso concreto de los Evangelios, cuyas referencias son punto de partida de muchos poemas. Baste como botón de muestra aquel que titula Ensimismamiento de Gabriel, en el que da la impresión de que estamos asistiendo a la segunda parte del famoso cuadro de fra Angélico, La Anunciación, donde el mismo arcángel muestra su alegría no sólo por ser el mensajero puesto por Dios para anunciar a María su embajada sino por llevarle al mismísimo Dios el “sí” esperado de la doncella de Nazaret. Composición que termina de este modo: “y con el júbilo / nervioso de un relámpago al revés / remontó el cielo hasta llegar al trono / de Dios, abrió las palmas y una sílaba / voló al Señor con mi embajada: ‘¡Sí’”.
Lírica existencial
Así de vital y encendida es la poesía de Cotta; en todo momento repleta de confianza, de coloquialismos e incluso de sano sentido del humor, que resuelve a base de razonamientos sorpresivos: “Este es mi plan: cuando yo esté en el Cielo, / cogeré a Dios aparte / y le diré: -Muy bien, Señor, dijiste / que aquí seríamos igual que ángeles, que ya no habría hombres ni mujeres, / pero he de recordarte / que Susana y yo somos (porque lo hiciste Tú) una sola carne. / Así que tú dirás…”. Una poesía en la que cabe también el dolor: “No tires esa lágrima / […] / El llanto te madurará por dentro / […] / Guárdalo, no tires nada. / Si no, cuando te abrace, / ¿qué lágrimas te va a enjugar el Padre?”. Un tema, este del dolor, que trata con hondura y de manera sublime concretamente en los últimos poemas de Dios a media voz: “Este dolor que me nació tan negro / se ha hecho un astro blanco y con anillos. / Orbita alrededor de tu existencia / y tiene en su ecuador la sed de Ti”.
Salmodia constante
Como pocas trayectorias líricas actuales, la suya irradia sosiego, admiración, agradecimiento, proximidad de Dios, al que no se le canta sólo porque vive allí donde brillan los astros sino porque es un ser accesible, nos busca y habita dentro de nosotros: “¿Sabes, mi Dios? Te imaginaba fuera, / nunca dentro. / Creí que estabas contemplando el Cosmos / y que lo sostenías en las palmas / como una bola de cristal nevado. / ¡Qué equivocado! Donde estás es dentro […] / Dentro de dentro. / Te has envuelto de todo el Universo, / y para verte, debo deshojarlo, / irle quitando pétalos y capas, / y ver crecer la luz, ver el calor / que emanas desde el núcleo, / y sentir que mis manos / se van incandesciendo / sin quemarse […]”. Poesía o salmodia constante, que lo mismo irrumpe como un canto al mes de abril: “Abril ha desatado la locura […] Y en cada manantial, en cada nido / estás vertiendo, Dios, la primavera. / Abril, de parte tuya la ha traído”, que se detiene en el gorjeo de un ruiseñor: “Cerrad los ojos y escuchad tan solo / cómo salva la noche / Dios cantando escondido en la enramada”.
En definitiva, poesía transgresora para este tiempo, de enorme aliento y fervor, repleta de aciertos poéticos, pero también teológicos, que no decae en intensidad lírica y sugeridora: “Para hacerme, Señor, / te inspiraste en Ti mismo. / Te miraste por dentro / y te sacaste el Dios / y me lo vestiste. / […] Yo, Señor, / estoy hecho de Ti. / ¡Vamos a hacer el Universo juntos!». Desde luego, poesía en la que vale la pena detenerse y recomendar para revivir el sentido esperanzador de la existencia humana.