Amy es la joven protagonista que da título a uno de los grandes relatos de Charles Dickens: La pequeña Dorrit. Nacida en la penosa cárcel para deudores, donde vive con su padre, se muestra siempre servicial, bondadosa y sonriente.
La mirada de cariño de Amy
Pone constantemente una pincelada de color vivo en un entorno gris, una nota de generosidad y alegría en un mundo sucio, egoísta y triste. Su hermano y su hermana, frívolos y aprovechados, se hallan imbuidos de una visión superficial y mundana. Ella, en cambio, posee la sabiduría del corazón, la clarividencia de quien ama y transmite a todos la hermosura de vivir.
Libro
Amy mira siempre con cariño a su padre que, en su condición de pobreza miserable, mantiene su ridículo orgullo de casta: gusta de recibir el apelativo de padre de la prisión (Father of the Marshelsea), y acepta limosnas como “reconocimientos”. Amy cuida también a Maggy, una mujer deficiente con mente de niña, que la llama su “pequeña madre”. Para mantener a su padre, sale cada día a trabajar de costurera en la casa de la señora Clenam, una mujer atenazada por su pasado, debido a su conciencia rigorista y angustiada.
Educar la mirada
Educar la mirada constituye una tarea imprescindible en la vida. Especialmente para la vocación y misión conyugal y familiar. Cuando, al principio del enamoramiento, la afectividad encendida prevalece, resulta espontáneo y fácil mirar con entusiasmo al ser amado. Pero los sentimientos fluctúan, los estados de ánimo tienden a perder pronto su intensidad, y el ardor de la pasión suele apagarse paulatinamente. Con el tiempo, afloran en la percepción los defectos del otro, hasta llegar a sentir la convivencia como algo arduo y, en ocasiones, insoportable.
Por ello, es necesario trabajar con sabiduría y tesón las actitudes interiores, mediante el cultivo de las virtudes humanas: la paciencia animosa para soportar las dificultades de la convivencia y del carácter; la amabilidad sonriente para querer con afecto desinteresado; la sencillez y el buen humor que propician un entorno de cariño; la humildad y la serenidad para superar la arrogancia y los ataques de ira; la bondad y la comprensión que evitan el juicio condenatorio; el afán de servicio que no busca recompensa; el sentido positivo para remontar el desaliento y renovar la ilusión.
Don de la gracia: la mirada de Cristo
Esta mirada de amor se obtiene de modo especial cuando acudimos con perseverancia a las fuentes de la gracia divina, como son la escucha orante de la palabra de Dios, el recurso frecuente a los sacramentos, el acompañamiento espiritual o la participación en la vida de la comunidad cristiana. Entonces, el Espíritu Santo nos concede el don de una mirada de misericordia hacia las faltas ajenas o propias: una mirada de perdón, según el modelo de Cristo, que acogió siempre a los pecadores; una mirada de caridad, que “goza con la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo o soporta” (1 Co 13,6-7); una mirada de esperanzaque cree siempre en la capacidad de conversión y de mejora de las personas.
Bendecida con el amor correspondido de Arthur, el hijo de la señora Clenam, Amy continúa su existencia derramando ternura. Al bajar las escaleras de la capilla donde contraen matrimonio, “descendieron a una vida sencilla, útil y feliz”. Derrochando cariño con todos, y especialmente con sus hermanos, cuya actitud superficial los llevó por derroteros desastrosos.
Pues, en definitiva, la mirada de amor -adquirida como disposición estable, mediante la adecuada educación del corazón- constituye la actitud adecuada que engrandece a la persona, acierta siempre en su actuar y difunde la belleza eterna a su alrededor.