Son numerosos los poetas que, gracias a la adaptación musical de sus poemas por cantantes que los han popularizado, han llegado a un público extenso. En España, los casos más conocidos son los de Antonio Machado y Miguel Hernández, interpretados por Serrat, quien facilitó que la riqueza expresiva de la palabra fuera absorbida por el oyente a partir de sus canciones. En Uruguay, la poesía de Circe Maia ha corrido la misma suerte. Textos como “Por detrás de mi voz” o “Versos de lluvia”, por mencionar un par de ejemplos, forman parte de la memoria colectiva de su país.
En los últimos meses, con motivo del galardón otorgado desde la ciudad de Granada (el Premio Internacional Federico García Lorca), la voz de esta intelectual, madre de familia numerosa, se vuelve más cercana y vibrante para el lector que busca en su obra lírica un modo de reconocerse a través de un “lenguaje directo, sobrio, abierto, que no requiere cambio de tono en la conversación”, como señala la propia Maia en su primer poemario, En el tiempo (1958). A lo que añade: “La misión de este lenguaje es descubrir y no cubrir, revelar los valores, los sentidos presentes en la existencia y no sumergirnos en un mundo poético exclusivo y cerrado”.
Fiel a estos principios poéticos, su escritura ha ido ganando adeptos no solo por la variada imaginería que presenta de la cotidianidad, a través de objetos, personas cercanas o inspirada en el recuerdo de sus seres queridos fallecidos, sino también por esa difícil sencillez que presentan sus versos, tan llenos de luminosidad.
Primera actividad
Sorprendentemente, aunque a los 92 años es conocida y elogiada por su producción poética, durante mucho tiempo esta ha sido para ella (y es) su ocupación secundaria, Así lo ha confesado en alguna entrevista y así lo manifiesta en el poema “Actividad segunda”: “Ya esto de sentarse / de tomar un papel, es un salirse / -¿adónde, dónde?- / Porque alguien corre o llama y tú estás quieto, / mejor dicho, no estás porque te has ido ¿adónde, dónde? / Ya casi da vergüenza. Sin embargo lo que menos quisiéramos es irnos. […] Dar y dar vueltas a sonidos, a ritmos / mientras alrededor tiemblan, germinan voces, seres y cosas verdaderas”.
Su marido, la crianza de sus hijos -uno de los cuales falleció en un accidente de tráfico cuando contaba 18 años- y la dedicación a sus diez nietos constituyen su principal fuente de atención. Ni -de una manera deliberada- los grandes temas de siempre, ni planteamientos que superen la dimensión terrenal del hombre, sino situaciones biográficas ordinarias de lo más simples, con las que se enfrenta en su día a día una esposa, madre y abuela a la vez, dan razón de su lírica.
De hecho, lo justifica en “Esta mujer”, una de sus composiciones más celebradas: “A esta mujer la despierta un llanto: / se levanta medio dormida. / Prepara una leche en silencio / cortado por pequeños ruidos de cocina. / Mira cómo envuelve su tiempo y en él esta vida. / Sus horas / fuertemente tramadas / están hechas de fibras resistentes / como cosas reales: pan, avena, / ropa lavada, lana tejida. / Cada cosa germina otras horas y todos son peldaños / que ella sube y resuenan. / Sale y entra y se mueve / y su hacer la ilumina”.
La profesora y escritora argentina Lara Segade expresa con inteligente lucidez el quid de la riqueza que aporta su poesía: “Al pasar mucho tiempo dentro de la casa, comienzan a percibirse las pequeñas variaciones de las cosas de todos los días. Cómo se desplaza la luz sobre los objetos, por ejemplo. El crecimiento de las plantas o de los hijos. Comienza a percibirse la transformación continua de todo, incluso de lo que parecía quieto, estable o permanente. Una mirada así es la que despliega Circe Maia en sus poemas”.
La palabra esencial en el tiempo
Y es que, antes que lo leído, en la obra poética de esta poeta uruguaya predomina lo vivido, actitud que encuentra una categórica justificación al entenderla como “una respuesta animada al contacto del mundo”, que Circe Maia asimila de su maestro, Antonio Machado, y que le sirve para establecer un diálogo constante y fecundo con su entorno como marco de la expresión lírica. De este modo, vida es para ella vida en el tiempo, conversación con y en el tiempo, nunca monólogo.
El ser humano -según deja ver-, está hecho, como todo lo aprehensible, de tiempo. De esta forma revive el pasado (“Por detrás de mi voz / -escucha, escucha- / otra voz canta. / Viene de atrás, de lejos; / viene de sepultadas / bocas y canta. / Dicen que no están muertos / -escúchalos, escucha- / mientras se alza la voz / que los recuerda y canta”) o aproxima hasta el presente un inevitable futuro (“otro Tomás, inglés, sir Thomas Moro, / sueña con su fantástica Utopía / mientras se afila el hacha del verdugo”).
En “Varios relojes”, su poema clave sobre el particular, ahonda en estas consideraciones y concluye que el tiempo no solo lo abarca todo, sino que adopta diversas formas. Vale la pena reproducirlo íntegro: “Varios relojes invisibles miden / el pasaje de distintos tiempos. Tiempo lento: las piedras / vueltas arena y cauce / del río. / Tiempo / de estiramientos: despacioso, invisible / el reloj vegetal da la hora verde / la hora roja y dorada, la morada / la cenicienta. / Todas acompasadas, silenciosas, / o con un son oscuro, que no oímos. / Apoyado a la vez en roca y árbol / un ser de parpadeos y latidos / un ser hecho de polvo de memoria / está allí detenido. / Y quiere penetrar disimuladamente / en otro ritmo, en otro tiempo / ajeno”.
Al ser todo transcurrir temporal, es fácil dilucidar que la poesía de Circe Maia, aunque asentada en asuntos domésticos o familiares, consigue por su propia fuerza poética encaminar al lector a una búsqueda de lo inasible, de lo ignoto, de lo que desborda la mera y ordinaria realidad visible, para convertirse, como resultado de su enorme lirismo, en un medio de conocimiento de la existencia y de sus dimensiones menos tangibles.
Precisión cualitativa
Recuerdo haberla escuchado expresar en un programa de radio que, mientras la ciencia persigue la precisión cuantitativa, los poetas buscan cierta precisión cualitativa. Justamente, la palabra “precisión” figura en el comunicado por el que se le concedió el Premio Internacional García Lorca; una palabra que impulsa su quehacer poético y que se percibe en su destacada habilidad para seleccionar los adjetivos adecuados que desvelan la realidad de cada uno de sus poemas.
En contraste con tanta poesía actual en que la mirada, contemplativa o no, es punto de partida de la escritura, la de Circe Maia se genera entrecortadamente, a modo de flashes, a partir de sensaciones, sobre todo de carácter acústico (“Nos llaman. Llaman de todos lados / voces, tareas. / Desde los patios, calles, ventanas / se alzan las voces / agitadas, dispersas”) o táctil (“A veces, sí, se puede / abrir puertas cerradas hacia días remotos”).
Son estas, las sensaciones, las que mueven sus versos. Ni arrebatos, ni versos pasionales al modo romántico exaltado, ni la huella aparente de la más encendida emoción. Desde la sutileza, desde la contención, incluso desde la envoltura de los silencios, surgen sus textos, capaces de encerrar poderosas imágenes habitables, transitivas, accesibles a cualquier lector que se asoma a ellos. Experimentarlos, sin duda, merece la pena, pues, como ella misma persigue con su actividad poética, facilita la creación de puentes humanos, tan necesarios siempre: “En un gesto trivial, en un saludo, / en la simple mirada, dirigida / en vuelo, hacia otros ojos, / un áureo, un frágil puente se construye. / Baste esto solo. / Aunque sea un instante”, logrando así que la poesía se convierta en lugar de encuentro, revelación y enriquecimiento para aquellos que la incorporan a sus vidas.