Cine

A las monjas que nos dieron clases

Patricio Sánchez-Jáuregui·3 de noviembre de 2022·Tiempo de lectura: 2 minutos
llenos de gracia

Película

Título: Llenos de gracia
Director: Roberto Bueso
Historia: Roberto Bueso y Óscar Díaz
Música: Vicente Ortiz Gimeno
Año: 2022

El 20 de diciembre de 2004, en un partido Osasuna – Mallorca, Valdo Lopes marcó un gol y corrió a cámara para dedicarlo. Escrito en la recién descubierta camiseta interior, se leía: “Gracias, hermana Marina”. Esta película cuenta la historia de ese agradecimiento, de Valdo y sus compañeros, cuando apenas levantaban un palmo del suelo. Entonces vivían en la casa de la caridad de Cáritas en Aravaca, que llevaba la orden de las Esclavas, y al cual llegó la hermana Marina para cambiar sus vidas.

Fue en el verano de 1994, cuando al colegio de El Parral llegó la una monja ecléctica, vivida, con un corazón de oro. Se tuvo que hacer con el respeto de los pillos que, sin otro lugar al que ir, pasarían los meses de vacaciones, haciendo de las suyas. A esto se unirá la amenaza de cierre de la institución, y de ahí saldrá una idea: promocionar el colegio con un equipo de fútbol y así salvar el colegio y las vidas de sus estudiantes.

Hilando comedia y emotividad, Llenos de gracia es el segundo largometraje de Roberto Bueso (La banda), que cuenta con un cártel bien nutrido: Carmen Machi (Aída, Hable con ella) a los mandos, secundada por una encantadora, idealista e inocente novicia, Paula Usero (La boda de Rosa), Nuria González (Mataharis) de madre superiora, Anis Doroftei (Charlie Contryman) como sor cocinera y Pablo Chiapella (La que se avecina) como bedel. Completan el elenco el grupo de niños variopintos, que añaden, con su frescura y ternura, aún más autenticidad a una cinta que es tremendamente disfrutable.

Con sus más y sus menos nos encontramos ante una obra en la cual es tan fácil llorar como reír, que rezuma ternura y pone en la palestra el valor de la entrega, la amistad y la educación. A pesar de ignorar la motivación de las protagonistas y cualquier cosa relacionada con la vida contemplativa, convierte el colegio El Parral, y quizá todos los colegios de monjas, en hogar: un símbolo de caridad. Toda la historia de madurez de los protagonistas se convierte en una dedicatoria, como la que llevaba Valdo Lopes en su camiseta: Una carta de amor a todas esas religiosas que nos han criado, condensada en la frase de una de las hermanas: “No somos sus madres, ni somos sus cuidadoras… Somos sus monjas, que ya es mucho”.

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