La catedrales son edificios concebidos para durar “eternamente” y es frecuente que con el paso de los siglos se realicen obras en ellas que, poco a poco, van alterando su fisonomía. Al inaugurarse la catedral de Santa María la Real de la Almudena había una serie de capillas laterales, una de las cuales es la que el Cabildo Catedralicio decidió dedicar a san Juan Pablo II, pontífice que dedicó el templo catedralicio en 1993.
Cuando el encargo llega al estudio de Cano y Escario ya existía una primera capilla que ellos deciden respetar y plantean su actuación diseñando una envoltura interior confeccionada con una serie de pórticos de madera muy cercanos unos de otros que permiten ver a su través la arquitectura primigenia pero con una sutileza muy conseguida, pues el visitante lo que experimenta es estar en una capilla completamente nueva.
Es decir, Cano y Escario plantean su actuación como una trama espacial escénica dentro del espacio de una capilla lateral. Esta, a su vez, es enmarcada en el espacio global de la catedral.
Elementos simbólicos
A la entrada de la capilla, llama la atención una gran roca que simboliza la dimensión material de la creación. La roca de mármol, además de esta significación, remite al primado de Pedro y a la continuidad apostólica.
Justo detrás de esta piedra, a modo de barca, hay una mesa longitudinal y estrecha en cuyo extremo más lejano a la piedra se sitúa un cirio pascual, en cuya vertical, sujetas desde el cielo o seno de Abraham, penden tres luminarias que están simbolizando a la Santísima Trinidad.
Tradicionalmente en los templos, se usaba la piedra para la materialización de sus bóvedas, simbolizándose el ámbito de lo celeste y/o sagrado.
Aquí se produce un cambio aparente, pues Cano y Escario se han decantado por el uso de la madera, elección de gran interés y sutileza pues, en esencia, se trata de simbolizar la unión de los fieles en la edificación de la Iglesia. Si en algunos ejemplos, los fieles quedan representados por las piedras talladas aquí son las piezas de madera en sus pórticos sucesivos, separados treinta centímetros unos de otros, los que transparentan la capilla originaria: es la Iglesia en marcha, en tradición y vibrantemente actual configurando la estructura de la Capilla, simbolizándose así el lugar de este mundo y el trabajo del hombre en su designio de dominar la creación.
El taller de José estaría también aquí representado, recordándose, en esta madera, tanto el compromiso de la Iglesia con la creación, así como la pasión del Papa polaco por los bosques y las montañas.
San Juan Pablo II inició su pontificado encomendando toda la Iglesia a la Virgen María con aquella memorable invocación “Totus Tuus” (Todo tuyo). En esta capilla, quizás echamos en falta, figurativamente, ese misterio de la presencia virginal mariana. Sin embargo, quizás de un modo más críptico, en estos escenarios petrinos queremos intuir, ya reflejado en su sección, algo así como el claustro materno de Nuestra Madre, santa María. En este sentido, hay que apuntar que una de las novedades que introdujo la arquitectura cristiana fue que, a diferencia de los templos clásicos de Grecia y Roma, los fieles pasaban al interior del templo. Este concepto se plasma en la concepción general de las iglesias cristianas en las que a modo de un seno materno los fieles son engendrados en el mundo de la gracia.
En el caso que nos ocupa, también podemos ver esa presencia gestante tanto en la planta como en la sección. Mientras que en otras capillas de la catedral no se puede acceder a su interior, sino que están concebidas sólo ara su observación, en esta capilla de san Juan Pablo II podemos establecer un recorrido interno que nos hable sobre el principio y fin de la significación de los símbolos incluidos.
La pureza de la dimensión espiritual queda simbolizada en la luz emitida por el cirio pascual y de las luces intercaladas como luminarias entre los pórticos de madera que simbolizan el alba y las sombras de la vida de los fieles y los santos, dando una impresión de fondo en perspectiva con su serialidad. Son los hitos y luces que la Providencia marca en el camino del deambular por esta vida hasta llegar al Padre.
En este grupo simbólico, podemos entender también que estamos viendo el misterio de nuestra redención, en la que Jesucristo se encarna en la materia (roca) y tras su vida representada en la barca qué a su vez es la Iglesia, tras su Ascensión, abrió el camino que lleva al encuentro con Dios Padre.
Esta ascensión en madera se quiebra por los derroteros de la vida, desde el inicio del suelo en damero hasta el cenit de la redención del que pende la Cruz de Cristo.
Debajo de ella, como preámbulo sacramental se dispone el confesionario para los penitentes.
Los listones que desde el plano del suelo se van elevando hacia aquel, quiebran su recorrido y direccionalidad en un itinerario grácil, como niños que siempre están jugando en su presencia.
Estas tablas alojan en la parte inferior de la capilla unas luminarias romboidales con fotos de la vida del Papa o de la vida de san Juan Pablo II como hitos significativos de su historia y paso por esta vida. Esas escenas de la vida del santo son como ventanas que se abren de su intimidad al espacio exterior de los fieles.
Al fondo de la capilla hay una gran foto de san Juan Pablo II tras la que se sitúa el espacio del ministerio de la penitencia que es en el caso del hombre redimido, junto con la eucaristía y los otros sacramentos, la forma establecida por Jesucristo para que se incoe nuestra resurrección ya en esta vida. Éste -el confesionario- por la gracia nos eleva penitencialmente al Padre. O sea, el penitente se transforma así en un embrión destinado a nacer en la vida eterna. Es así mostrado el hombre como imagen y semejanza de Dios, además de santificado por la gracia y elevado el orden sobrenatural.
En este caso, al tratarse de una capilla penitencial y no existir altar, esa imagen queda como frontal anterior al confesionario, simbolizando así, la enorme dedicación y valoración a este sacramento que tuvo en la vida y el Magisterio del Papa Wojtyła. Como señaló el Deán de la Catedral en la inauguración, sería una bonita actitud del visitante, antes de entrar en la capilla, aquella consideración del santo a los jóvenes que decía: “entrar, no temer y abrir las puertas a Cristo”; palabras pronunciadas por él nada más acceder al ministerio petrino.
En uno de los rombos laterales, también retroiluminados, se ha situado el relicario que se conservaba en la catedral madrileña, en ese primer espacio dedicado al Papa polaco albergando una ampolla con su sangre.
Si atendemos a los aspectos formales de la trama escénica que la capilla nos ofrece, podríamos decir que esta tiene reminiscencias minimalistas, arquitectura Nord-europea orgánica, arte conceptual y una particular “maniera” de disponer y concebir las cosas de acusada expresividad.
Se da una gran depuración formal que a su vez revela arquitectónicamente cierta complejidad y contradicción en el lenguaje utilizado. Los juegos y alabeos que los elementos de los pórticos de madera en su ir y venir, bajar y subir asimétricamente… etc., dan fe de ello.
Podríamos hablar también de un rastro o aire simbólico de las procesiones de Semana Santa, con un cierto efecto nocturno de las mismas. Algo así como el inconsciente colectivo que los artistas, no sé si queriendo o sin querer, han dejado plasmado. Es el sueño arquetípico de lo sacro en el hombre manifestado por sus rituales simbólicos. Escenarios de un recorrido: el misterio de otra presencia.
Arquitecto.