Cultura

Borges otea a Dios hasta el final

Tras un primer fascículo donde comenzamos a indagar sobre la presencia de Dios en la poesía de Jorge Luis Borges, continuamos en este segundo artículo hasta concluir que "deja una puerta abierta a un Dios en el que podría radicar la esencia de su vida".

Antonio Barnés·2 de enero de 2021·Tiempo de lectura: 4 minutos
borges Dios

Continuamos tras las pistas del concepto de Dios en el poeta argentino Jorge Luis Borges. En el poemario, Elogio de la Sombra, extraemos unos versos de “Fragmentos de un evangelio apócrifo”: 

12. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ven a Dios.

15. Que la luz de una lámpara se encienda, aunque ningún hombre la vea. Dios la verá.

32. Dios es más generoso que los hombres y los medirá con otra medida.

49. Felices los que guardan en la memoria palabras de Virgilio o de Cristo, porque éstas darán luz a sus días.

En estos fragmentos, Borges lleva a cabo una especie de remedo de algunas frases evangélicas, y el 32 podría ser una variación de “con la medida que midáis seréis medidos”, pero decir que Dios es más generoso que los hombres y los medirá con otra medida es un pensamiento netamente cristiano y bíblico: la misericordia de Dios, el amor de Dios y la inteligencia de Dios superan ampliamente nuestras expectativas.

En El ojo de los tigres (1972) leemos un fragmento del poema “Religio medici, 1643”: 

Defiéndeme, Señor. (El vocativo no implica a Nadie. Es sólo una palabra de este ejercicio que el desgano labra

De vez en cuando Borges quiere dejar claro que es agnóstico,  que duda, que ignora lo que significa efectivamente esa palabra Señor, pero en otros casos vemos que se utiliza sin ningún tipo de nota a pie de página.

En La Rosa Profunda (1975) hay un poema titulado muy significativamente “De que nada se sabe”:

Quizá el destino humano
de breves dichas y de largas penas
es instrumento de Otro. Lo ignoramos;
darle nombre de Dios no nos ayuda.

Escribe “no nos ayuda”, pero en Borges hay una búsqueda serena sin estridencias durante toda su vida. Hay una indagación, una especulación sobre el sentido, el tiempo la eternidad, la muerte la vida.

En La Moneda de Hierro (1976) leemos en un poema titulado “El fin”:

Dios o Tal Vez o Nadie, yo te pido

su inagotable imagen, no el olvido.

Duda pero no niega, duda pero busca: “yo te pido / su inagotable imagen, no el olvido”. Aquí no quiere olvido. Aquí pide el no olvido. Quizá el olvido se lo ha enseñado Spinoza y quizás su propia mente, sus propias lecturas, y su propia libertad de pensamiento le hacen pensar que no puede acabar todo en el olvido.

En el poema “Einar Tambarskelver” leemos:  

Odín o el rojo Thor o el Cristo Blanco…
Poco importan los nombres y sus dioses;
no hay otra obligación que ser valiente

Este pensamiento vuelve a presentar un regusto estoico: No sé quién es, pero lo busco.

“En Islandia el alba”, otro poema, leemos:

Es el cristal de sombra en que se mira
Dios, que no tiene cara.

Dios no tiene cara, el Dios de los filósofos desde luego no tiene cara. El Dios del Antiguo Testamento tampoco tiene cara, aunque se presenta a veces con actitudes antropomórficas. El único rostro que tiene Dios realmente es Cristo, imagen visible del Dios invisible. Pero el poso filosófico de Borges suele imponerse. 

En “Unas monedas” hay un breve poema inspirado en un versículo del Génesis:

GÉNESIS, IX, 13

El arco del Señor surca la esfera

y nos bendice. En el gran arco puro

están las bendiciones del futuro,

pero también está mi amor, que espera.

Es un poema inspirado en el Génesis y por tanto plenamente en sintonía con el texto bíblico, y Borges lo glosa porque está reescribiendo también de alguna manera un libro que le fascina: la Biblia. 

Hay un poema dedicado a Baruch Spinoza.

Alguien construye a Dios en la penumbra.
Un hombre engendra a Dios. […] 

El hechicero insiste y labra
a Dios con geometría delicada;
desde su enfermedad, desde su nada,
sigue erigiendo a Dios con la palabra.

Podemos considerar este poema de Borges bastante sincero por cuanto está describiendo probablemente lo que hace Spinoza o muchos filósofos: construir un Dios a su medida, a su medida racional, a su medida geométrica, y quizá -siguiendo a Borges con el quizá- no sea el auténtico Dios.

Otro poema: “Para una versión del I King”

El camino es fatal como la flecha
pero en las grietas está Dios, que acecha.

Destaca una vez más la fuerza del destino, pero en esa grieta “está Dios”. 

En “No eres los otros”:

No hay lástima en el Hado
y la noche de Dios es infinita.

La misma idea de la infinita disolución que vimos al principio de nuestro recorrido por la poesía de Borges. 

En La Cifra -ya nos vamos acercando al fin de su vida-, en 1981, leemos un poema curioso dedicado a un ángel con bastantes resonancias bíblicas:

Señor, que al cabo de mis días en la Tierra
yo no deshonre al Ángel.

Parece que es el ángel del paraíso, el ángel que expulsa a Adán y Eva, y termina el poema con esta auténtica oración: “Señor, que al cabo de mis días en la Tierra yo no deshonre al Ángel”. En otro poema de este mismo poemario La cifra que se titula “Correr o ser” leemos: 

Quizá del otro lado de la muerte

sabré si he sido una palabra o alguien.

Este texto nos parece decisivo: “una palabra o alguien”. ¿Qué sedimento ha tenido realmente el nominalismo de Occam en la filosofía moderna y contemporánea? Quizá es un tópico, pero quizá por serlo es verdad. “Si he sido una palabra o alguien”: toda esa diatriba de los universales. Pero Borges dice “quizá” del otro lado de la muerte sabré si ha sido una palabra, un flatus vocis o alguien. Porque si existe Dios y Dios está al otro lado, y estoy en su mente no como un archivo en una memoria de un ordenador, sino estoy en su mente como un ser querido por Él, habré recobrado una plena identidad. 

Los Conjurados (1985), el último poemario, leemos en un poema titulado “La tarde”: 

bien puede ser que nuestra vida breve

sea un reflejo fugaz de lo divino.

Parece que al final de su vida se va acentuando en Borges esa búsqueda por el sentido, esa búsqueda de Dios. Y en uno de sus últimos poemas titulado “Góngora” escribe:

Tales despojos

han desterrado a Dios, que es Tres y es Uno,

de mi despierto corazón. […]

¿Quién me dirá si en el secreto archivo

de Dios están las letras de mi nombre?

Quiero volver a las comunes cosas:

El agua, el pan, un cántaro, unas rosas…

Retorna la idea anterior sobre si soy una palabra o alguien: ¿Quién me dirá si en el secreto archivo de Dios están las letras de mi nombre? Hasta el final de su vida, Borges, partiendo de un agnosticismo inducido por la educación paterna, por sus lecturas, deja una puerta abierta a un Dios en el que pueda radicar la esencia de su vida. 

El autorAntonio Barnés

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