En la cuenta oficial en X -antes Twitter- del Premio Nobel de la Paz de 1980, Adolfo Pérez Esquivel [@PrensaPEsquivel], puede leerse el siguiente texto: “La Paz es fruto de la justicia. Otro mundo es posible”. La cuenta está encabezada por una espléndida foto de Esquivel con el Papa Francisco en el Vaticano. Su firma suele ir acompañada del lema franciscano “Paz y bien”, que aprendió en su niñez, entre orfanatos y conventos, hasta que fue amparado en parroquias que marcaron un rumbo y dejaron huellas en su identidad. Pérez Esquivel quedó huérfano de madre cuando solo tenía tres años y como su padre Cándido, inmigrante español que trabajaba como pescador, no podía criarlo, lo entregó a un asilo. Finalmente encontró acogida en casa de su abuela Eugenia, iletrada pero sabia, de origen guaraní.
Al recibir el Premio Nobel de la Paz en una solemne ceremonia en el ayuntamiento de Oslo el 10 de diciembre de 1980, resonaban en su voz las bienaventuranzas evangélicas: “Quiero hacerlo en nombre de los pueblos de América Latina, y de manera muy particular de mis hermanos los más pobres y pequeños, porque son ellos los más amados por Dios; en nombre de ellos, mis hermanos indígenas, los campesinos, los obreros, los jóvenes, los miles de religiosos y hombres de buena voluntad que renunciando a sus privilegios comparten la vida y camino de los pobres y luchan por construir una nueva sociedad”. Y añadía: “Vengo de un continente que vive entre la angustia y la esperanza y en donde se inscribe mi historia, estoy convencido de que la opción de la fuerza evangélica de la no-violencia se abre como un desafío y a perspectivas nuevas y radicales”.
Fuertes convicciones
Probablemente Pérez Esquivel ha sido uno de los pocos premios Nobel que, en su discurso de aceptación, ha evocado reiteradamente el nombre de Cristo y sus enseñanzas. Cerró su discurso desgranando las bienaventuranzas tal como figuran en el Evangelio de Mateo 5, 1-12, después de invocar “la fuerza de Cristo, nuestro Señor, como nos enseñaba en el Sermón de la Montaña y que quiero compartir con todos ustedes, con mi pueblo y el mundo”. El emocionante discurso puede escucharse hoy en día con bastante calidad en Youtube.
Su conmovedor mensaje estaba respaldado por una vida dedicada a la lucha, alimentada por la increíble fuerza de las convicciones que abrigó desde su niñez. Defensor de los derechos humanos, reconocido por denunciar los crímenes de la dictadura cívico-militar en la Argentina (1976-1983) y por extensión en toda América, caminando al lado de los pueblos sufrientes, de los campesinos, de los “favaleros”, de los marginados y explotados, tal como ha venido denunciando la Iglesia en Medellín (1968), en Puebla (1979) y en Amazonía (2020).
Amigo del Papa
Al cumplirse los cuarenta años de que recibiera el Nobel de la Paz, el Papa Francisco destacó el “coraje y la sencillez” de Adolfo Pérez Esquivel. En un vídeo, Francisco hablaba de Pérez Esquivel como su “amigo” y “vecino”, pues, cuando viajaba a Roma, “se hospeda cruzando la calle, de una puerta de al lado del Vaticano”. “Gracias Adolfo por tu testimonio, en los momentos lindos, pero también en los momentos dolorosos de la Patria, por tu palabra, por tu coraje y por tu sencillez”, agregaba el Pontífice en su mensaje.
Finalmente, el Papa señalaba: “Si me permitís un castellano un poquito atrevido, te diré que vos no te la creíste, y eso nos ha servido a todos. Un premio Nobel que sigue haciendo lo suyo con humildad. Gracias, Adolfo, que Dios te bendiga, y reza por mí, por favor”.
Pérez Esquivel en respuesta al mensaje del Papa Francisco escribió: “Gracias, querido amigo, por tus palabras; eres un mensajero de la Paz. Rezamos por ti” (Cfr. https://aica.org/noticia-el-papa-saludo-a-perez-esquivel-por-el-aniversario-del-nobel-de-la-paz).
Humanidad y esperanza
En el prólogo de su libro Resistir en la esperanza, Pérez Esquivel expresa: “Quiero señalar que mi trabajo no es un trabajo individual, no es un trabajo de una sola persona. Es la lucha compartida por muchos hombres y mujeres en todo el continente y en otros continentes del mundo. Es una lucha compartida por mucha gente que incluso en forma anónima, viven en los lugares más inhóspitos, sin ningún tipo de recursos pero con una profunda riqueza humana, brindando su vida al servicio de los más necesitados. Simplemente, porque hay una esperanza en la resistencia”. Esquivel siente que le tocó ser a él, la cara visible de tantos otros.
En ese prólogo ofrece además un poema del uruguayo Mario Benedetti: “¿Qué pasaría si yo pidiese/ por vos que estás tan lejos,/ y vos por mí que estoy tan lejos, y ambos por/ los otros que están muy lejos y los otros por/ nosotros aunque estemos lejos?”. La respuesta está en cada uno de nosotros, en la capacidad de comprender que la vida es compartir la esperanza.
En abril de 1977, Pérez Esquivel fue detenido en Buenos Aires por los llamados “escuadrones de la muerte”. Fue encarcelado y torturado durante cinco días sin proceso judicial alguno. En el pabellón de torturas, descubre un muro en el que otro prisionero ha escrito con su propia sangre: “Dios no mata”.
Para Pérez Esquivel, es un grito de la humanidad. En medio del horror y de la desesperanza, emerge la fe, que se erige como una plegaria, entre las tinieblas de la ignominia y la crueldad. Un mártir anónimo, alguien que dejó un rastro de divinidad en un Getsemaní devastado por la iniquidad humana (Una gota de tiempo, p. 67).