El 20 de marzo de 2023 la Conferencia Episcopal de los obispos estadounidenses hizo pública una nota doctrinal en la que hablan sobre la manipulación del cuerpo a través de la técnica y la tecnología, y sus límites morales.
En 14 páginas, los obispos resumen la doctrina de la Iglesia Católica en lo que se refiere al cuerpo humano, el respeto que se le debe y el don de la creación como algo que los hombres deben acoger. Sin desdeñar todo el bien que han hecho los avances científicos, que han facilitado la “habilidad para curar muchos males humanos y prometen solucionar muchos más”, advierten también del peligro de las intervenciones “injuriosas para el auténtico desarrollo de la persona”.
Por todo esto, “es necesario realizar un discernimiento moral para determinar qué posibilidades se pueden hacer realidad y cuáles no, para promover el bien del hombre”. Y para realizar este análisis hay que usar los criterios inscritos en la propia naturaleza humana.
El orden natural
En el Génesis podemos leer que Dios creó el mundo y que esta creación es buena. A partir de esto, y como parte fundamental de la fe cristiana, “la Iglesia siempre ha afirmado la bondad esencial del orden natural, y nos llama a respetarlo”.
Así, el Concilio Vaticano II dejó por escrito en Gaudium et spes que “por la propia naturaleza de la creación todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte”. Poco después, Benedicto XVI dirá en Caritas in veritate que la naturaleza “lleva en sí una «gramática» que indica finalidad y criterios para un uso inteligente, no instrumental y arbitrario”.
Los obispos estadounidenses afirman que “lo que es verdadero para la creación en su conjunto, lo es también para la naturaleza humana en particular: hay un orden en la naturaleza del hombre que debemos respetar”. De hecho, el hombre, al ser imagen y semejanza de Dios, merece un respeto incluso mayor al del resto de la creación. De esto depende la felicidad del ser humano.
Con contundencia, la nota doctrinal dice que “nosotros no creamos la naturaleza humana; es un regalo de nuestro bondadoso Creador. Tampoco nos pertenece esta naturaleza, como si fuera algo de lo que pudiésemos disponer como nos plazca. Por ello, el respeto genuino por la dignidad del hombre requiere que las decisiones sobre el uso de la tecnología se tomen con el debido respeto a ese orden creado”.
Cuerpo y alma
La Conferencia Episcopal destaca como aspecto crucial de este orden la unidad de cuerpo y alma del ser humano. A este respecto citan el Catecismo de la Iglesia Católica, que en el punto 365 dice: “La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la «forma» del cuerpo (cfr. Concilio de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza”.
Esto implica, señala el episcopado, que “el alma no viene por sí sola a la existencia y, de algún modo, se encuentra dentro de un cuerpo, como si pudiera haberse introducido en cualquiera. Un alma no puede estar en ningún otro cuerpo, mucho menos estar en el cuerpo equivocado”.
La cuestión del sexo
La corporeidad humana está unida, de manera indisoluble, con la sexualidad. Con esto, a través de la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo, la nota doctrinal destaca “la importancia y el sentido de la diferencia de los sexos como realidad inscrita profundamente en el hombre y la mujer. «La sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual con su impronta consiguiente en todas sus manifestaciones» (cfr. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones educativas sobre el amor humano. Lineamientos de educación sexual (1 de noviembre de 1983), 4: Ench. Vat. 9, 423)».
Por tanto, el sexo no es un rasgo biológico sin más. El sexo forma parte de la personalidad e influye en el modo de comunicarnos e incluso, en el modo en que amamos.
Ante los desafíos que se presentan ante afirmaciones como esta, los obispos estadounidenses acuden directamente al Papa Francisco, quien a su vez remite al documento Relatio Finalis en su exhortación apostólica Amoris Laetitia, y dice: “No hay que ignorar que «el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar» […] Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada”.
Intervenciones
En lo referente a los avances de la ciencia, la nota doctrinal subraya que “ni los pacientes, ni los médicos, ni los investigadores, ni ninguna otra persona, tiene derechos ilimitados sobre el cuerpo; deben respetar el orden y la finalidad” inscritos en la naturaleza humana.
Para aclarar la enseñanza de la Iglesia, los obispos indican que hay dos casos en los que la Iglesia reconoce que la intervención en el cuerpo humano puede estar moralmente justificada:
- cuando dichas intervenciones tienen como objetivo reparar un defecto del cuerpo,
- cuando el sacrificio de una parte del cuerpo es necesario para el bien del conjunto.
Sin embargo, hay otras intervenciones que no se realizan con estos fines, sino que tienen como objetivo “alterar el orden natural del cuerpo. Dichas intervenciones no respetan el orden y la finalidad inscritos en la persona”.
Reparar los defectos
Según la doctrina, toda persona, y por tanto incluimos a los cristianos, tiene el deber de usar los medios ordinarios disponibles para conservar su salud. Ahora bien, esta obligación desaparece “cuando los beneficios de la intervención no son proporcionados a las cargas involucradas”.
Por esto, los obispos indican que para conocer si una intervención es moralmente lícita o no, hay que considerar “no solo el objeto de la acción y de la intención de esta, sino también las consecuencias del acto, que incluyen la evaluación de la probabilidad de los beneficios discernibles y una comparación de los beneficios que se espera obtener frente a las cargas que se espera sufrir”.
Algo parecido ocurre con aquellas intervenciones que no están dirigidas a corregir algún defecto, sino a modificar la apariencia. A este respecto, la Conferencia Episcopal cita al Papa Pío XII, quien en un discurso el 4 de octubre de 1958, dijo que la belleza física “es una cosa buena en sí misma, pero subordinada a otras que son mucho mejores y, en consecuencia, preciosas y deseables”. Por ello, la belleza, “como algo bueno y un regalo de Dios, debe ser estimada y cuidada, sin que por ello reclame un deber de acudir a medios extraordinarios” para obtenerla o conservarla.
Teniendo en cuenta la evaluación que se ha explicado anteriormente, las intervenciones pueden estar justificadas en los casos de búsqueda de una apariencia normal o, incluso, de una mayor perfección en los rasgos. Si bien, hay que tener muy en cuenta las intenciones y las circunstancias.
El sacrificio de la parte por el todo
En lo que respecta a las mutilaciones de partes del cuerpo para preservar la salud, los obispos acuden de nuevo a las enseñanzas de Pío XII. Mencionan las tres condiciones que señaló este Papa para considerar las mutilaciones como moralmente permitidas:
- Que mantener o permitir que siga funcionando un órgano concreto del organismo en su conjunto cause un daño significativo a este o constituya una amenaza.
- Que este daño no se pueda evitar, o reducir de manera que se aprecie, de otra manera que no sea la mutilación en cuestión, y que la efectividad de dicha mutilación esté bien asegurada.
- Que se pueda esperar, de forma razonable, que los efectos negativos de la mutilación se vean compensados por los positivos.
Alteraciones en el orden natural
La nota doctrinal de los obispos pasa de inmediato a valorar las intervenciones que realiza la ciencia en algunas células. Para explicar lo que indica la Iglesia, acuden al documento elaborado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, Dignitas Personae, que indica en su número 26 que “las intervenciones sobre células somáticas con finalidad estrictamente terapéutica son, en principio, moralmente lícitas. Tales intervenciones quieren restablecer la normal configuración genética del sujeto, o bien contrarrestar los daños que derivan de la presencia de anomalías genéticas u otras patologías correlacionadas”.
Si bien, “es necesario asegurar previamente que el sujeto tratado no sea expuesto a riesgos para su salud o su integridad física, que sean excesivos o desproporcionados con respecto a la gravedad de la patología que se quiere curar. También se exige que el paciente, previamente informado, dé su consentimiento, o lo haga un legítimo representante suyo”.
Ante esto, se abre de inmediato el debate sobre la mutilación genética. La misma Congregación explica que debido a “que los riesgos vinculados a cada manipulación genética son significativos y todavía poco controlables, en el estado actual de la investigación, no es moralmente admisible actuar de modo tal que los daños potenciales consiguientes se puedan difundir en la descendencia. En la hipótesis de la aplicación de la terapia génica al embrión hay que añadir, además, que necesita ser realizada en un contexto técnico de fecundación in vitro, y por tanto es pasible de todas las objeciones éticas relativas a tales procedimientos. Por estas razones hay que afirmar que, en el estado actual de la cuestión, la terapia génica germinal es moralmente ilícita en todas sus formas”.
Cambio de sexo
Las modificaciones e intervenciones en el cuerpo relacionadas con el cambio de sexo no son lícitas moralmente. Los obispos explican que estas intervenciones “no reparan defectos corporales”. Además, la mutilación del cuerpo no busca preservar la salud, sino que en este caso “la extracción o reconfiguración son en sí mismas el resultado deseado”.
En consecuencia, “estos son intentos para alterar el orden natural y la finalidad del cuerpo, y reemplazarlo por algo distinto”. Dentro del orden natural establecido por Dios están el cuerpo y su identidad sexuada, por lo que «los servicios médicos católicos no deben practicar estas intervenciones, ya sean quirúrgicas o químicas, que tratan de modificar las características sexuales del cuerpo humano” y tampoco pueden tomar parte en dichas intervenciones.
Esto no quita la obligación de usar «todos los medios apropiados para mitigar el sufrimiento de aquellos con incongruencias de género, pero los recursos deben respetar el orden natural del cuerpo humano”. Pues solo a través de los medios moralmente lícitos pueden los sanitarios “mostrar todo el respeto debido a la dignidad de cada persona”:
Conclusión
Los obispos entienden que el progreso en la ciencia busca, en la mayoría de ocasiones, el bien del hombre y la solución a sus problemas. Pero no podemos olvidar que “una aproximación que no respeta el orden natural nunca podrá resolver el problema en cuestión; al final, solo creará más problemas”.
Por ello, “la búsqueda de soluciones a los problemas del sufrimiento humano debe continuar, pero debe dirigirse hacia las soluciones que verdaderamente promuevan el desarrollo de la persona, ya sea él o ella, en su integridad corporal”.
La Conferencia episcopal anima a todos los católicos involucrados en la sanidad a hacer todos los esfuerzos posibles, usando los medios adecuados, para ofrecer el mejor servicio médico y la compasión de Cristo, sin hacer distinción de personas. Desde luego, la misión de los servicios sanitarios católicos “no es otra que ofrecer el ministerio de sanación de Jesús y proveer la salud en todos los niveles, físico, mental y espiritual”.