El rechazo de organizaciones sociales católicas de España y de otros países europeos al acuerdo entre la Unión Europea y Turquía para la devolución de los refugiados que entren de forma irregular al espacio Schengen responde a un acto de humanidad y de compromiso con las enseñanzas evangélicas. La Iglesia (y sus miembros) no pueden mirar a otro lado cuando cientos de miles de familias con hijos pequeños tratan de huir de la guerra, de la violencia, de la esclavitud, de la miseria…
Cierto es que se debe actuar para que el flujo de migrantes no provoque el caos en las fronteras. De hecho, la queja de los países de paso (Grecia, Hungría, Austria…) no se refiere al hecho de abrir sus puertas a los que huyen, sino a la falta de coordinación en la Unión Europea.
En este sentido, el documento hecho público por Cáritas, CONFER, Sector Social de la Compañía de Jesús y Justicia y Paz (al que luego se han unido otras instituciones sociales) ofrece soluciones. Entre otras, propone “habilitar vías de acceso legal y seguro a Europa” como forma de luchar contra las mafias; o “establecer un nuevo sistema de distribución de la población refugiada en Europa que sea justo para los Estados y para las personas refugiadas”.
La respuesta de los católicos no puede ser otra que acoger al que huye, al que busca refugio y un futuro. La actitud de Europa puede avergonzar, provocar escándalo. El obispo de San Sebastián, Mons. José Ignacio Munilla, fue muy claro: Europa está “traicionando sus raíces cristianas” al firmar el acuerdo con Turquía.
Tampoco debemos olvidar que la guerra y la ofensiva de Daesh en Siria y en Irak ha golpeado no solo a musulmanes suníes, sino que también ha provocado la muerte y huida de cientos de miles de cristianos, yazidíes y chiíes. ¿Acaso debemos olvidarnos de ellos? La Iglesia ayuda a todos los refugiados con independencia de su credo, por supuesto. Pero de forma especial, debe socorrer a los hermanos en la fe. Entre los refugiados que llegan en botes neumáticos a las costas de Grecia y luego recorren miles de quilómetros a pie para llegar a Alemania, Francia o Dinamarca también hay cristianos sirios e iraquíes. Cristianos que viven en los campos de refugiados o en los polideportivos de acogida junto a sus compatriotas musulmanes. Cristianos que muchas veces sufren discriminación de otros refugiados y que se sienten abandonados en países que creían hermanos y que sin embargo les rechazan. También con los refugiados cristianos está la Iglesia. Una Iglesia que, en un acto ecuménico loable, ayuda junto con protestantes y ortodoxos a todos los que llegan: se han cedido iglesias para acogerles, se han movilizado a cientos de voluntarios, se han hecho colectas, se les ha dado voz…
La actuación de los cristianos no responde a un simple acto caritativo paternalista fruto de la cultura “sentimentaloide” y “buenista” que parece regir en determinados sectores de la sociedad europea. Esas actitudes están muy bien para movilizar a la sociedad de forma inmediata ante una crisis humanitaria, pero termina por olvidarse en el momento en que los medios de comunicación centran su atención en otro asunto. La respuesta cristiana va más allá. Organizaciones como Cáritas o Ayuda a la Iglesia Necesitada llevan años ayudando a los refugiados en sus lugares de origen en Líbano, Siria o Irak. El avance de Daesh en Siria e Irak ha vaciado de cristianos estos países. En Siria, los cristianos han escapado hacia Turquía, Líbano y hacia las zonas controladas por el régimen de Bacher Al Asad. En Irak, se han refugiado principalmente en el Kurdistán iraquí y en Jordania.
El obispo de Astorga, Mons, Juan Antonio Menéndez, miembro de la Comisión Episcopal de Migraciones, ha reconocido que la situación de los refugiados plantea una serie de retos a la Iglesia: “Un reto humanitario que conlleva la defensa de la dignidad de la vida y de la persona del refugiado y desplazado forzoso, el apoyo al reagrupamiento familiar y la acogida, hospitalidad y solidaridad con los refugiados. Un reto eclesial que se expresa en la atención pastoral y espiritual a los católicos de rito latino, de rito oriental, en el diálogo ecuménico e interreligioso. Un reto cultural que nos comprometa a construir una cultura del encuentro y la paz y la estabilidad”.
Ojalá los ciudadanos europeos consigamos asumir también esos retos para evitar que Europa traicione sus tradicionales valores cristianos y deje de ser Europa.