Los preparativos para el próximo Congreso Eucarístico ya han comenzado y, a partir de septiembre de este año, se abrirán las inscripciones a través de la página web oficial. Omnes ha entrevistado al presidente del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales, el P. Corrado Maggioni, sacerdote de la congregación de los Misioneros Montfortianos. El clérigo ofrece también algunas ideas para reavivar el amor a la Eucaristía y la devoción a la Virgen María, con vistas al próximo jubileo de 2025 dedicado a la esperanza.
El próximo Congreso Eucarístico Internacional se celebrará en septiembre de 2024 en Quito (Ecuador), aprovechando el 150 aniversario de la consagración del país al Sagrado Corazón de Jesús. ¿Cómo van los preparativos?
El complejo trabajo de organización que requiere un Congreso Internacional se viene desarrollando desde hace tiempo y ahora nos preparamos para afrontar la parte más difícil del último año.
El Comité Local del Congreso está gestionando la fase de preparación bajo la responsabilidad del arzobispo de Quito, con la colaboración de diferentes comisiones (litúrgica, teológica, logística, económica, de comunicación, cultural, pastoral). El evento involucra naturalmente a todos los obispos y diócesis de Ecuador, cuyos delegados ya están operativos. Estamos en el momento en que, después de recopilar posibles ideas e iniciativas, hay que examinarlas y empezar a aplicarlas concretamente.
El escaparate del Congreso es la página web https://www.iec2024.ec, donde se pueden encontrar información y noticias, constantemente actualizadas, y a partir del próximo mes de septiembre será posible inscribirse para participar en el Congreso del 8 al 15 de septiembre de 2024. Desde mi reciente viaje a Quito puedo dar fe del entusiasmo que anima a los que ya están involucrados en la organización del Congreso, conscientes de que para las iglesias de Ecuador este importante acontecimiento eclesial ya ha comenzado y está mostrando sus primeros frutos.
¿Cuál será el tema de esta próxima edición?
El lema de este Congreso, aprobado por el Papa Francisco, reza: «Fraternidad para sanar al mundo», iluminado por la palabra de Jesús: «Todos vosotros sois hermanos» (Mt 23, 8). El Texto Base, que se está elaborando, recogerá este lema de evidente significado eucarístico, y que, traducido a las distintas lenguas, será la referencia para los encuentros de catequesis y reflexión en los distintos países. Profundizaremos en el tema en particular en el Simposio Teológico que se celebrará en Quito inmediatamente antes del Congreso, y luego será objeto de reflexión, diálogo, confrontación y vivencia durante los días de la celebración del Congreso Eucarístico, en el que participarán delegaciones de Ecuador y de varios países.
Por supuesto, junto a la reflexión, el motivo del Congreso es la celebración de la Eucaristía, en un modo especial de clausura, llamado statio orbis, porque allí se convoca a la representación del pueblo de Dios -obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y laicos- repartido por todo el mundo.
¿Cómo cree que se puede reavivar el amor a la Eucaristía en un mundo caracterizado por el individualismo y lo efímero?
No existen recetas prefabricadas capaces de encender en los corazones el fuego santo que «eucarísticamente» consume la vida. Además, el mundo en el que florecieron las primitivas comunidades cristianas también estaba marcado por el individualismo y lo efímero, así como por otras lógicas antievangélicas. Se necesita una razón para asistir a misa. Presupone la fe en Cristo, es decir, haber centrado en la propia experiencia lo decisivo del encuentro con Él, Señor y Maestro. Mientras Dios siga siendo un fantasma sin nombre y Jesús algo ideal, un personaje del pasado, quizá una referencia entre otras según «me gusta – no me gusta», no veo terreno fértil para que arraigue la economía sacramental, en cuyo centro está la Eucaristía dominical.
Antaño se iba a misa por deber, por costumbre, aunque no hay que generalizar, pues somos hijos de generaciones de hombres y mujeres que vivieron la fe cristiana. Sin embargo, el cambio de época que atravesamos bien demuestra en nuestros países de antigua evangelización que una creencia general que se despierta solo con ocasión de los bautizos, las primeras comuniones y los funerales ya no funciona. No ayuda una religiosidad hecha de actos de culto dictados por la obligación o la culpa, inspirados por la idea de un Dios al que embaucar o del que defenderse o al que exigir bienestar material.
El reto para reavivar el amor a la Eucaristía es tomar conciencia de que el Evangelio es verdaderamente revolucionario, ante todo para mí. Hasta que no sienta en mi corazón el fuego de la Presencia divina que me ama gratuitamente y, por tanto, cambia mi vida, no podré sentir la necesidad de participar en la Misa, que es la acción a través de la cual Cristo hoy sigue hablándonos de verdad y alimentándonos con su Cuerpo para que quienes comulgamos con Él nos convirtamos en su Cuerpo vivo en el mundo. El Evangelio provoca la fe en Cristo y a Cristo lo encontramos en los sacramentos de la Iglesia. Si aprecio a Cristo, apreciaré también la Misa.
¿Cuánto puede ayudar en este apostolado renovado la devoción a la Virgen María, Madre de Nuestro Señor?
¿A quién debemos mirar para parecernos a Cristo si no es en primer lugar a María? Ella es la primera creyente, la primera que dice en el Evangelio «aquí estoy, que se cumpla en mí», la primera cristiana porque dejó que Cristo viviera en ella, abriéndole toda su persona, espíritu, alma y cuerpo. Sí, incluso el cuerpo, pues es en nuestra carne donde Cristo quiere habitar.
La Virgen María es decisiva para nuestra salvación, pues por ella hemos recibido al Salvador. Pero también es decisiva por la ejemplaridad de su respuesta de fe, que nos enseña a ser discípulos de su Hijo. La devoción mariana no es opcional para los discípulos de Jesús, sino que forma parte de su ADN bautismal. María es nuestra madre y nosotros somos sus hijos por voluntad testamentaria de Jesús que, antes de dar su último suspiro en la cruz, llamó a María para que fuera madre de todos sus discípulos y estos herederos de su mismo amor a su Madre.
Bajo esta luz, bien descrita en el evangelio de Juan 19, 25-27, en los discípulos de Jesús María sigue amando maternalmente a su Hijo. Y nosotros, amándola con afecto filial, cultivamos hacia ella el mismo amor que Jesús le profesó. La devoción a María no nos aleja de Cristo, sino que nos conforma más fácilmente a Cristo. De lo contrario, no sería verdadera devoción, sino falsa.
De hecho, la dimensión «mariana» impregna la celebración eucarística. El cuerpo histórico de Cristo, nacido de la Virgen, es el fundamento del Misterio eucarístico. Sin la venida de María no habría Encarnación y sin Encarnación no tendríamos sacramentos. Cambian los signos, pero la realidad es idéntica: el cuerpo y la sangre que recibimos en el altar son del mismo Cristo que tomó carne y sangre de la Virgen, en virtud del Espíritu Santo. En este sentido, María nos guía hacia la Eucaristía, del mismo modo que nos ayuda a celebrarla dignamente: en comunión con Ella y siguiendo su ejemplo, escuchamos y guardamos la Palabra de Dios y nos convertimos en un sólo Cuerpo con-Cristo. No es forzar las cosas si decimos que la verdadera devoción mariana aumenta la verdadera devoción eucarística.
En 2025 celebraremos un nuevo jubileo centrado en la esperanza. ¿Cómo mostrar a un mundo cansado la esperanza que viene de Jesús encarnado en la historia?
No hay muchas respuestas a esta pregunta. La forma auténtica de mostrar en quién hemos puesto nuestra esperanza es el testimonio creíble que seamos capaces de ofrecer. Ciertamente, no un testimonio agresivo, es decir, que reprocha a los demás no ser como nosotros, no pensar como nosotros, ni el testimonio farisaico satisfecho con las propias buenas obras y despreciando las de los demás. Creo que testimonio creíble es sólo el que es «evangélico», es decir, parecido a la sal, a la levadura, a la luz, que se paga en primera persona. Porque para dar sabor, la sal debe disolverse, para fermentar la masa la levadura debe desaparecer, para iluminar, la llama debe consumir el aceite.
Esta es la lógica «pascual» que selló toda la existencia de Jesucristo. Queda bien ilustrada por el símil de la semilla que «debe» morir en la tierra para que brote la espiga cargada de granos. Los mismos elementos del banquete eucarístico, el pan y el vino, nos hablan de donaciones gratuitas, de conversiones efectivas. En efecto, el pan no crece en la naturaleza, sino que es fruto de una serie de oblaciones: los granos de trigo se muelen para convertirse en harina que luego se amasa y finalmente se cuece al fuego.
También el vino cuenta una historia de ofrendas: de las uvas martirizadas en la cuba se obtiene un vino que alegra los lazos familiares y forja amistades. Esta lógica pascual, hecha de muerte por la vida de los demás, es además el mensaje que el Papa Francisco no se cansa de recordarnos cuando habla de la Iglesia en salida, no preocupada de sí misma sino de los demás, pobre en medios pero rica en la fuerza del Evangelio, cercana a la humanidad herida, compasiva y misericordiosa con la carne mortal que necesita ser salvada.
Sólo así la Iglesia podrá parecerse a Cristo y dar testimonio de la esperanza que viene de Dios-con-nosotros y para-nosotros. La esperanza del jubileo será la que seamos capaces de desprender de la experiencia «pascual» de nuestras personas, hechas de arcilla frágil pero preñadas de la fuerza de la re-creación. Animados por esta conciencia cristiana original, podremos atravesar el desierto sabiendo que no quedaremos defraudados. Siguiendo el ejemplo de Aquel que «muriendo destruyó la muerte», como se canta en un prefacio del tiempo pascual que estamos viviendo.