Vaticano

La continuidad espiritual de los tres últimos Jubileos

De San Juan Pablo II al Papa Francisco, los tres primeros Jubileos del tercer milenio: un itinerario de fe, reconciliación y esperanza que acompaña a la Iglesia hacia 2033, bimilenario de la Redención de Jesucristo.

Giovanni Tridente·7 de enero de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
últimos jubileos

Peregrinos atravesando la Puerta Santa de San Pablo Extramuros. @CNS photo/Lola Gomez

Con la apertura de la última Puerta Santa, la de la Basílica Papal de San Pablo Extramuros por el Cardenal Arcipreste James Michael Harvey el domingo 5 de enero, se puede decir que el Año Santo 2025 ha comenzado definitivamente en todo el mundo.

La primera Puerta Santa abierta, como se recordará, fue la de la Basílica de San Pedro, en la noche del 24 de diciembre por el Papa Francisco. Dos días después, en la fiesta de San Esteban, el Pontífice quiso también abrir excepcionalmente una Puerta Santa en la cárcel Rebibbia de Roma, como gesto de cercanía a todos los que cumplen penas de prisión.

El 29 de diciembre, coincidiendo con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica Papal de San Juan de Letrán de manos del Cardenal Vicario para la Diócesis de Roma, Baldassarre Reina, fue el turno de los obispos de las distintas diócesis y circunscripciones eclesiásticas de iniciar el Año Jubilar en sus respectivas Catedrales y Co-Catedrales. El 1 de enero, Solemnidad de la Bienaventurada Virgen María Madre de Dios, la Puerta Santa de la Basílica de Santa María la Mayor, donde se venera el icono de la «Salus Populi Romani», tan querido por el Pontífice reinante, fue abierta por el Cardenal Arcipreste coadjutor Rolandas Makrickas.

Tercer Jubileo del nuevo milenio

Con el Jubileo de este año, nos encontramos en el tercer Jubileo que se celebra en el nuevo milenio, después del Gran Jubileo del año 2000 querido por San Juan Pablo II, y del Año Santo Extraordinario dedicado a la Misericordia proclamado por el Papa Francisco el 13 de marzo de 2015. Como ha recordado el propio Santo Padre en la Bula de convocatoria del actual Jubileo, «Spes non confundit», nos encontramos ante «acontecimientos de gracia», que nacen esencialmente para ofrecer «la experiencia viva del amor de Dios». Además, el Jubileo de este año se proyecta ya hacia el próximo «aniversario fundamental para todos los cristianos», 2033, cuando se celebrarán los dos mil años de la Redención realizada por Jesús con su pasión, muerte y resurrección.

Volviendo la mirada a estas recientes «grandes etapas» en el camino de fe del Pueblo de Dios, recorremos los mensajes centrales que los dos últimos pontífices que proclamaron un Año Santo -el polaco Wojtyla y el argentino Bergoglio- dirigieron a la Iglesia con ocasión de la apertura de las Puertas Santas, inspirándonos en las homilías de las misas que dieron inicio a cada Jubileo.

Misterio y acontecimiento único

Recordamos el Gran Acontecimiento del año 2000, cuando el mundo, y con él la Iglesia, cruzó el umbral del Tercer Milenio. Juan Pablo II abrió la Puerta Santa en Nochebuena, el 24 de diciembre de 1999, y en su homilía subrayó cómo el nacimiento del Hijo unigénito de Dios, Jesucristo, misterio y acontecimiento único e irrepetible, había cambiado, «de modo inefable, el curso de los acontecimientos humanos».

Esta era, para el Papa polaco, la verdad que había que transmitir al tercer milenio, junto con la conciencia «de que Dios se hizo Hombre», «para hacer partícipe al hombre de su naturaleza divina».

Aquella misma noche resonaron unas palabras clave que todavía hoy, veinticinco años después, resultan del todo familiares y contemporáneas: «Tú eres nuestra esperanza», «¡que nadie quede excluido de su abrazo [del Padre] de misericordia y de paz!».

Por eso, «a los pies del Verbo encarnado ponemos alegrías y aprensiones, lágrimas y esperanzas», con la certeza de que «sólo en Cristo, hombre nuevo, encuentra verdadera luz el misterio del ser humano».

Artesanos del perdón, expertos en misericordia

En el Jubileo de 2015 el Papa Francisco hizo una primera excepción, abriendo la Puerta Santa en la Catedral de Bangui, periferia geográfica y existencial de la República Centroafricana, el 29 de noviembre, al final de su Viaje Apostólico que le había llevado también a Kenia y Uganda.

Antes de realizar el singular gesto en previsión del Año Santo de la Misericordia -fijado inicialmente para la solemnidad de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre-, el Santo Padre comparó aquel lugar con una «capital espiritual de oración por la misericordia del Padre», y pidió gestos de reconciliación, perdón, amor y paz, también para todos aquellos países «que sufren la guerra».

Luego, en su homilía, se refirió a la construcción de una «Iglesia-Familia de Dios, abierta a todos, que se ocupa de los más necesitados». En un espíritu de comunión, gracias al cual todos se convierten en «artesanos del perdón, especialistas en reconciliación, expertos en misericordia».

Por último, hizo un llamamiento «a todos los que usan injustamente las armas de este mundo»: «deponed esos instrumentos de muerte; armaos en cambio con la justicia, el amor y la misericordia, auténticas garantías de paz».

Esperanza, don y promesa de acogida

Hace unos días comenzó el nuevo Jubileo, con la apertura de la primera Puerta Santa en San Pedro. En su homilía, el Papa Francisco subrayó -como había hecho su predecesor Wojtyla veinticinco años antes- la buena noticia de un Dios que «se ha hecho uno de nosotros para hacernos semejantes a Él», brillando a través de la oscuridad del mundo.

Todo esto demuestra que «¡la esperanza no está muerta, la esperanza está viva y envuelve nuestras vidas para siempre! La esperanza no defrauda». Un don y una promesa que hay que acoger y anticipar, poniéndose en camino «con el asombro de los pastores de Belén», sin demora, mediocridad, pereza o falsa prudencia.

Una gran responsabilidad, en definitiva, «para redescubrir la esperanza perdida, renovarla en nosotros, sembrarla en las desolaciones de nuestro tiempo y de nuestro mundo».

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