El Papa Francisco ha querido reflexionar sobre la comunión de los santos en la catequesis mantenida durante la audiencia general este miércoles 2 de febrero: «En estas semanas hemos podido profundizar en la figura de San José dejándonos guiar por las pocas pero importantes noticias que dan los Evangelios, y también de los aspectos de su personalidad que la Iglesia a lo largo de los siglos ha podido evidenciar a través de la oración y la devoción. A partir precisamente de este “sentir común” que en la historia de la Iglesia ha acompañado la figura de San José, hoy quisiera detenerme sobre un importante artículo de fe que puede enriquecer nuestra vida cristiana y puede también enmarcar de la mejor forma nuestra relación con los santos y con nuestros seres queridos difuntos: hablo de la comunión de los santos».
El Pontífice aseguró que a veces «también el cristianismo puede caer en formas de devoción que parecen reflejar una mentalidad más pagana que cristiana. La diferencia fundamental está en el hecho de que nuestra oración y la devoción del pueblo fiel no se basa en la confianza en un ser humano, o en una imagen o en un objeto, incluso cuando sabemos que son sagrados. Nos recuerda el profeta Jeremías: «Maldito sea aquel que fía en hombre […]. Bendito sea aquel que fía en Yahveh» (17,5-7). Incluso cuando nos encomendamos plenamente a la intercesión de una santo, o más aún en la Virgen María, nuestra confianza tiene valor solamente en relación con Cristo. Y el vínculo que nos une a Él y entre nosotros tiene un nombre específico: “comunión de los santos”. No son los santos los que realizan los milagros, sino solamente la gracia de Dios que actúa a través de ellos».
«¿Qué es la comunión de los santos?», se pregunta el Papa. Y responde acudiendo al Catecismo de la Iglesia Católica, cuando afirma: «La comunión de los santos es precisamente la Iglesia» (n. 946). «¿Qué significa esto?», prosigue, «¿Que la Iglesia está reservada a los perfectos? No. Significa que es la comunidad de los pecadores salvados. Nuestra santidad es el fruto del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo, el cual nos santifica amándonos en nuestra miseria y salvándonos de ella. Siempre gracias a Él nosotros formamos un solo cuerpo, dice San Pablo, en el que Jesús es la cabeza y nosotros los miembros (cfr 1 Cor 12,12). Esta imagen del cuerpo nos hace entender enseguida qué significa estar unidos los unos a los otros en comunión: «Si sufre un miembro – escribe San Pablo – todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte de su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte» (1 Cor 12,26- 27)».
Francisco afirmó que «la alegría y el dolor que tocan mi vida concierne a todos, así como la alegría y el dolor que tocan la vida del hermano y de la hermana junto a nosotros me concierne a mí. En este sentido, también el pecado de una única persona concierne siempre a todos, y el amor de cada persona concierne a todos. En virtud de la comunión de los santos, cada miembro de la Iglesia está unido a mí de forma profunda, y esta unión es tan fuerte que no puede romperse ni siquiera por la muerte. De hecho, la comunión de los santos no concierne solo a los hermanos y las hermanas que están junto a mí en este momento histórico, sino que concierne también a los que han concluido la peregrinación terrena y han cruzado el umbral de la muerte. Pensemos, queridos hermanos y hermanas: en Cristo nadie puede nunca separarnos verdaderamente de aquellos que amamos; cambia solo la forma de estar junto a ellos, pero nada ni nadie puede romper esta unión. La comunión de los santos mantiene unida la comunidad de los creyentes en la tierra y en el Cielo».
En este sentido, continuó el Papa, «la relación de amistad que puedo construir con un hermano o una hermana junto a mí, puedo establecerla también con un hermano o una hermana que están en el Cielo. Los santos son amigos con los que muy a menudo tejemos relaciones de amistad. Lo que nosotros llamamos devoción es en realidad una forma de expresar el amor a partir precisamente de este vínculo que nos une. Y todos nosotros sabemos que a un amigo podemos dirigirnos siempre, sobre todo cuando estamos en dificultad y necesitamos ayuda. Todos necesitamos amigos; todos necesitamos relaciones significativas que nos ayuden a afrontar la vida. También Jesús tenía a sus amigos, y a ellos se ha dirigido en los momentos más decisivos de su experiencia humana. En la historia de la Iglesia hay constantes que acompañan a la comunidad creyente: sobre todo el gran afecto y el vínculo fortísimo que la Iglesia siempre ha sentido en relación con María, Madre de Dios y Madre nuestra. Pero también el especial honor y afecto que ha rendido a San José. En el fondo, Dios le confía a él lo más valioso que tiene: su Hijo Jesús y la Virgen María. Es siempre gracias a la comunión de los santos que sentimos cerca de nosotros a los santos y a las santas que son nuestros patronos, por el nombre que tenemos, por la Iglesia a la que pertenecemos, por el lugar donde vivimos, etc. Y esta es la confianza que debe animarnos siempre al dirigirnos a ellos en los momentos decisivos de nuestra vida».
El Papa quiso concluir la catequesis con una oración a San José «al cual estoy particularmente unido y que recito cada día desde hace muchos años»:
Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén