El jueves 28 de noviembre, la Pontificia Universidad Lateranense de Roma organiza un seminario 20 años después de la publicación de «Comunicación y misión», del Directorio de la Conferencia Episcopal Italiana sobre las comunicaciones sociales en la misión de la Iglesia. El Documento nació en un contexto histórico en el que se empezaba a hablar de la profesionalización de la comunicación y supuso un impulso decisivo para que muchas realidades eclesiásticas empezaran a invertir en este campo.
Dos décadas después, hacemos balance con Massimiliano Padula, sociólogo de los procesos culturales y comunicativos que enseña Ciencias de la Comunicación Social en la Universidad Lateranense, para comprender qué impacto puede tener todavía este documento también en las realidades eclesiales de otros países.
¿De dónde surgió la idea de «celebrar» el 20 aniversario de un documento pionero relacionado con la comunicación de la Iglesia?
– El evento surgió de una doble necesidad. Ante todo, de reflexionar sobre la intención pastoral que determinó el impulso para pensarlo, escribirlo y publicarlo: ofrecer a las realidades eclesiales una oportunidad para volver a centrarse en el papel de las comunicaciones sociales, pero también en los cambios que se estaban produciendo en el mundo contemporáneo en aquel momento. El deseo de los obispos italianos era fomentar un verdadero cambio de mentalidad y disposición en la forma de percibir y vivir la misión en la Iglesia en el contexto orientado por la cultura mediática.
La segunda necesidad se refiere a su actualización en el mundo digital contemporáneo, y esto no sólo concierne a Italia, sino a la Iglesia universal. En 2004, a pesar de la progresiva difusión de Internet, el escenario mediático se caracterizaba predominantemente por lo que hoy llamamos «medios tradicionales». La televisión, la radio, los periódicos, las editoriales, seguían teniendo un profundo impacto en la opinión pública.
Hoy, con la web, las diferencias nacionales son mucho menos evidentes y es, por tanto, necesario desarrollar proyectos y procesos de comunicación integrados y globales que, aunque con las necesarias adaptaciones, se destinen a todas las realidades eclesiales.
¿Qué innovaciones fueron decisivas para los organismos implicados en la comunicación a nivel eclesiástico?
– Cualquiera que en Italia haya desempeñado funciones de comunicación en el ámbito religioso probablemente se ha «encontrado» con el Directorio, lo ha estudiado y más o menos ha puesto en práctica sus directrices. Después ha traspasado las fronteras italianas para convertirse -también para otras iglesias- en una fuente de inspiración y un modelo para pensar cristianamente y diseñar prácticas de comunicación eficaces.
La principal innovación es, por tanto, haber dado dignidad teológico-pastoral a la comunicación. Desde hace muchos años, en efecto, el mundo católico (conferencias episcopales, diócesis, comunidades religiosas) invierte en la comunicación, concretando muchas de las instancias previstas en el Documento. Entre ellas, renovar la catequesis y la educación en la fe, apoyar la formación tecnológica, mejorar la sinergia entre los medios de comunicación nacionales y locales, regenerar los salones parroquiales, perfilar el perfil del llamado «animador de la cultura y la comunicación».
Esta última, en particular, representaba una novedad importante: se trata de una verdadera «ministerialidad» que, junto a las reconocidas del catequista, el animador de la liturgia y la caridad, se encarga de coordinar la pastoral de la cultura y de la comunicación en las diócesis, las parroquias y las comunidades religiosas.
En 20 años, el escenario de la comunicación ha cambiado profundamente. ¿Qué perspectivas necesita actualizar el Anuario?
– Aunque creo que puede haber llegado el momento de su revisión, también estoy convencido de que, en la actualidad, la palabra “anuario” ha perdido un poco su eficacia. De hecho, se refiere a algo establecido, indicativo, poco flexible. Lo mismo cabe decir de los decálogos o manifiestos, que ciertamente tienen proposiciones dignas, pero corren el riesgo de reducir las buenas ideas y prácticas a meros eslóganes. Esto es aún más evidente en el universo digital actual, difícil de interceptar, comprender y delimitar.
En consecuencia, creo que hoy la Iglesia universal, puesta a prueba por contingencias como la secularización, más que proponer preceptos ideales, debería favorecer un itinerario cultural que ayude a los fieles a comprender los tiempos, los lugares, los lenguajes, los códigos de la cultura digital.
Y esto puede hacerse enmarcando la pastoral digital no como un ámbito pastoral específico, sino como una dimensión transversal de la acción eclesial. Hoy, en efecto, digital no significa sólo comunicación, sino que «toca» la liturgia, la catequesis, los jóvenes, la familia, el ámbito social, la enseñanza de la religión y todo lo que una Iglesia vive como servicio al pueblo de Dios.
Por último, una reflexión sobre la cultura digital y la inteligencia artificial. ¿Cómo pueden las parroquias, diócesis, comunidades religiosas e iglesias nacionales vivir estos nuevos procesos para evangelizar y construir el bien común?
– En su Mensaje para la 53 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2019, el Papa Francisco escribió lo fundamental que es pasar -cuando se trata de las redes sociales- del diagnóstico a la terapia, prefiriendo a la lógica efímera del like la del amén, fundada en la verdad y «con la que cada uno se adhiere al Cuerpo de Cristo, acogiendo a los demás».
Entonces, está muy bien crear posibilidades e interrelaciones con estos temas, así como es importante formarse en ellos, pero creo que hoy, una de las tareas de la iglesia como institución, pero también de toda mujer y hombre de buena voluntad, es volver a tomar conciencia de la Gracia de la propia humanidad y reafirmar su belleza incluso en espacios online o de programación algorítmica.