En su homilía de la Misa crismal de este Jueves Santo, el Papa Francisco fija la mirada en san Pedro, “el primer pastor de nuestra Iglesia”. El Pontífice recorre en voz alta el camino de Simón Pedro hasta Jesús para profundizar en «la compunción». Al principio, dice, san Pedro “esperaba un Mesías político y poderoso, fuerte y resolutivo, y frente al escándalo de un Jesús débil, arrestado sin oponer resistencia, declaró: ‘No lo conozco’”.
Sin embargo, tras negar tres veces a Cristo, explica Francisco que san Pedro conoció a Jesús cuando “se dejó atravesar sin reservas por su mirada”. En ese momento, “del ‘no lo conozco’ pasará a decir: ‘Señor, Tú lo sabes todo’”.
Subraya aquí el Santo Padre, dirigiéndose a los sacerdotes, que la curación del corazón es posible “cuando, heridos y arrepentidos, nos dejamos perdonar por Jesús; estas curaciones pasan a través de las lágrimas, del llanto amargo y del dolor que permite redescubrir el amor”. En pocas palabras, a través de la compunción.
La compunción, auténtico arrepentimiento
Este es un término, dice el Papa, que “evoca el punzar. La compunción es ‘una punción en el corazón’, un pinchazo que lo hiere, haciendo brotar lágrimas de arrepentimiento”. Pero no es “un sentimiento que nos tumba por tierra”, advierte Francisco. La compunción es “un aguijón benéfico que quema por dentro y cura”.
El Pontífice también explica que la compunción no es “sentir lástima de uno mismo”, pues esta es “tristeza según el mundo”. La compunción, subraya Francisco, “es arrepentirse seriamente de haber entristecido a Dios con el pecado; es reconocer estar siempre en deuda y no ser nunca acreedores; es admitir haber perdido el camino de santidad, no habiendo creído en el amor de Aquel que dio su vida por mí”.
Así entendida, la compunción permite “fijar la mirada en el Crucificado y dejarme conmover por su amor que siempre perdona y levanta, que nunca defrauda las esperanzas de quien confía en Él”. Y el Papa insiste en que este arrepentimiento “aligera el alma de las cargas, porque actúa en la herida del pecado, disponiéndose a recibir precisamente allí la caricia del médico celestial”.
Encuentro con Cristo y con el otro
Por tanto, Francisco asegura que la compunción es el antídoto contra la dureza del corazón. “Es el remedio, porque nos muestra la verdad de nosotros mismos, de modo que la profundidad de nuestro ser pecadores revela la realidad infinitamente más grande de nuestro ser perdonados”. Y el Papa insiste en que “cada uno de nuestros renacimientos interiores brotan siempre del encuentro entre nuestra miseria y la misericordia del Señor”.
El Santo Padre habla también de la solidaridad, “otra característica de la compunción”. Gracias a este sentimiento en nuestro corazón, en lugar de enjuiciar a los otros “lloramos por sus pecados”. “Y el Señor busca, especialmente entre los consagrados a Él, a quienes lloren por los pecados de la Iglesia y del mundo, haciéndose instrumento de intercesión por todos”.
Francisco repite de nuevo esta idea asegurando que “el Señor no nos pide juicios despectivos sobre los que no creen, sino amor y lágrimas por los que están alejados”. Por ello, “adoremos, intercedamos y lloremos por los demás. Permitamos al Señor que realice maravillas. No temamos, Él nos sorprenderá”.
La compunción como gracia de Dios
El Papa avisa de que “en una sociedad secularizada, corremos el riesgo de mostrarnos muy activos y al mismo tiempo de sentirnos impotentes”. Terminamos por “perder el entusiasmo”, nos “encerramos en la queja” y hacemos “prevalecer la magnitud de los problemas sobre la inmensidad de Dios”. Sin embargo, el obispo de Roma anima a no perder la esperanza pues “el Señor no dejará de visitarnos y de alzarnos de nuevo”.
Para finalizar, Francisco señala que “la compunción no es el fruto de nuestro trabajo, sino que es una gracia y como tal ha de pedirse en la oración”. Y el Papa ofrece dos consejos a este respecto. “El primero es el de no mirar la vida y la llamada en una perspectiva de eficacia y de inmediatez”, sino mirar “en el conjunto del pasado y del futuro”. “Del pasado, recordando la fidelidad de Dios”, y “del futuro, pensando en el destino eterno al que estamos llamados”.
El segundo consejo del Pontífice “es redescubrir la necesidad de dedicarnos a una oración que no sea de compromiso y funcional, sino gratuita, serena y prolongada”. Al concluir su homilía, el Papa nos anima a que “sintamos la grandeza de Dios en nuestra bajeza de pecadores, para mirarnos dentro y dejarnos atravesar por su mirada”, al igual que san Pedro.