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Comienza la Semana Santa

La semana más importante del año litúrgico comienza con el Domingo de Ramos: son unos días para armonizar las celebraciones litúrgicas y los ejercicios de piedad.

Arsenio Fernández de Mesa·27 de marzo de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos
Semana Santa

Foto: Grant Whitty / Unsplash

Los días de Semana Santa son deseados por todos para hacer un parón en el ritmo cotidiano de vida, algo bien necesario. Pero los cristianos no debemos olvidar que se trata de días santos, no meramente ociosos. Días en los que se conmemoran los misterios centrales de nuestra fe. Días en los que nos hacemos contemporáneos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Resulta llamativo a este respecto cómo muchos creyentes descuidan la vivencia intensa del Triduo Pascual, que es el centro del año litúrgico.

Obras de fe

Parece como si aprovechar la Semana Santa consistiera en ir a procesiones, que aunque son una bellísima manifestación de la devoción popular no constituyen la sustancia de lo que la Iglesia ofrece para este tiempo. Tendemos quizá a quedarnos en un mero sentimentalismo que no se traduce en obras de fe. O a mantener una serie de tradiciones que no van más allá de las paredes de nuestra casa.

Pero muchos, por pereza o por ignorancia, no sienten la necesidad de acudir a la iglesia. Y los días de Semana Santa son días de iglesia. Días para alimentarse con la riqueza de la gracia divina que se derrama sobreabundantemente en la liturgia. 

Los oficios

“¿Los oficios? Ah, los oficios. Esas Misas que hay en Semana Santa. Pero no son de precepto: son para gente muy beata”. Esta reflexión, que puede provocar gracia, suelen hacerla muchos cristianos sin apenas ruborizarse. Curiosamente el miércoles de Ceniza llenamos las iglesias y tampoco es un día de precepto. Y en esa Misa, inicio del tiempo de Cuaresma, se nos exhorta a la conversión.

Una conversión que debería traducirse en un deseo de vivir con profundidad la Semana Santa. Algunos pasan del Domingo de Ramos –el de la entrada de Jesús en Jerusalén, montado sobre un borrico, para consumar la salvación del género humano- al Domingo de Resurrección –cuando se actualiza la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte- sin solución de continuidad. Dos domingos que algunos simplemente sitúan al comienzo y al fin de las vacaciones. Y, en medio de todo eso, cuánta gracia de Dios se están perdiendo. 

La liturgia Pascual

El Oficio del Jueves Santo conmemora la última cena de Jesucristo con sus apóstoles, en la que instituye la Eucaristía y el orden sacerdotal y consagra el mandamiento nuevo del amor con el lavatorio de los pies. Después de la Misa se traslada el Santísimo Sacramento al monumento donde queda reservado para su adoración durante esa noche y la mañana siguiente.

El Oficio del Viernes Santo, día de ayuno y abstinencia, comienza con la postración del sacerdote ante el altar. Este día no se celebra la Eucaristía: Cristo crucificado es el centro de la liturgia. La Liturgia de la Palabra está centrada en la Pasión y Muerte del Señor. Después de una extensa y profunda oración universal, se adora la cruz y al final se distribuye la Sagrada Comunión. Toda la acción litúrgica de este día está impregnada de un silencio que conduce a la contemplación. Tras este oficio se deja desnudo el altar con la cruz encima. 

El Sábado Santo es un día en el que la Iglesia permanece en oración junto al sepulcro de Cristo, con esa actitud contemplativa de su Pasión y Muerte. Es el único día del año en el que no se celebra la Misa. En torno a la medianoche -aunque este año por las restricciones de la pandemia será necesario adelantar los horarios- tiene lugar la Vigilia Pascual, que quizá sea la Eucaristía más bella de todo el año.

Sorprende que la Misa con mayor riqueza litúrgica del año –la entrada del cirio y el paso de la oscuridad a la luz, un largo y profundo pregón, siete lecturas y siete salmos, celebración del Bautismo y renovación de las promesas bautismales- sea tan desconocida incluso entre muchos cristianos. La Iglesia espera en esta Misa la Resurrección de Jesús del sepulcro con las lámparas encendidas: el templo está en tinieblas hasta que la luz de Cristo, con el Cirio Pascual, va alumbrando a cada uno de los fieles. 

Armonizar la liturgia y la piedad

El Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia se refiere a la necesidad de armonizar las celebraciones litúrgicas y los ejercicios de piedad, sin que se trate de vivencias paralelas. Son un medio maravilloso para vivir la Semana Santa tanto las procesiones como las prácticas cristianas en familia. Pero si quedan separadas de lo que sucede en los templos -donde se actualiza la obra redentora de Cristo en el alma de los fieles- pierden todo su sentido. Los días de Semana Santa son días de Iglesia y conviene que los cristianos no lo olvidemos. 

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