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Claves para la erradicación de la violencia contra la mujer

Omnes·2 de febrero de 2018·Tiempo de lectura: 10 minutos

A raíz de los últimos casos de violencia contra la mujer en España y en el mundo, Palabra aborda hoy, desde un punto de vista psicológico y psiquiátrico, en qué consiste esta dramática violencia, sus raíces, y las señales que la delatan. Una agresión ya es demasiado, afirman los autores, que profundizan en las relaciones de pareja, y en cómo actuar si alguien sufre esta violencia.

TEXTO – Inés Bárcenas, psicóloga, María Martín-Vivar, psicóloga, doctora en Psicología, y Carlos Chiclana, psiquiatra, doctor en Medicina.

Más de 800 millones de mujeres en todo el mundo sufren violencia sólo por ser mujeres. La mayoría de las agresiones se fundamenta en la errónea creencia de la superioridad del hombre sobre la mujer, que tantas veces la sociedad fomenta o calla.

La violencia de género, fundamentada en diversas atribuciones sociales según la cultura, en todos sus aspectos físicos y psicológicos, es un problema gravísimo que exige intervención firme y constante en la educación en la igualdad, en la diversidad y en el respeto. Una sola agresión por el hecho de ser mujer, ya sería inconcebible. La realidad es que millones de mujeres viven con miedo.

Tipos de violencia de género y de maltrato

Según la OMS existen varios tipos de violencia que exigen diferentes intervenciones. Parece que la palabra violencia implica que haya un daño físico que te lleve a urgencias, pero no es así. Hay muchas maneras de tratar mal a las personas, y cuando esto se ejerce por el hecho de ser mujer y con el desprecio que implica, podría considerarse violencia de género. Lo mismo sucedería en el caso inverso, si la mujer tratara mal al hombre sólo por el hecho de serlo.

La neuropsicóloga Sonia Mestre describe diversos tipos de maltrato en las relaciones de pareja, que pueden darse tanto sobre mujeres como sobre varones. Van desde la degradación –reducir el valor de la persona– y la cosificación –convertir a otra persona en objeto, carente de deseos, necesidades o elecciones–, hasta la intimidación, la sobrecarga de responsabilidades, la limitación y reducción de la posibilidad de satisfacer las necesidades sociales, personales y laborales de la persona maltratada, hasta la distorsión de la realidad subjetiva, que es transformar la percepción del otro. El último estadio es la violencia física, que consiste en una agresión que no tiene que causar lesiones graves: pueden ser bofetadas, empujones, arañazos, golpes, tirarle un objeto o el extremo grave de la violencia sexual.

¿Se da más ahora que antes?

Afortunadamente vivimos un momento social que conciencia y hace visible la violencia sexual hacia la mujer. Este fenómeno constituye un serio problema para la salud pública y tiene un profundo impacto en la salud mental y física de las mujeres, y de otras muchas personas.

La OMS estima que una de cada tres (35 %) mujeres en el mundo han sufrido violencia física y/o sexual de pareja o por terceros en algún momento de su vida. Casi un tercio (30 %) de las mujeres que han tenido una relación de pareja ha sufrido alguna forma de violencia física y/o sexual por parte de su pareja. El 38 % de los asesinatos de mujeres en el mundo son cometidos por su pareja masculina.

En nuestro país estamos viviendo numerosas reivindicaciones y debates públicos, donde se pedía un sistema judicial mejor preparado para estas situaciones. La relevancia de estas reivindicaciones reside en la intención de dar voz a una realidad que afecta a millones de mujeres en todo el mundo desde hace miles de años. Un fenómeno, en muchos casos silenciado por la reticencia de las propias víctimas a denunciar, bien por miedo, vergüenza, sentimientos de culpa o anticipación de que no recibirán el apoyo o credibilidad necesarias. Atravesamos así, un momento de concienciación acerca del sufrimiento que desencadena la violencia sexual, abriendo importantes debates acerca de los límites del consentimiento y del poder que ejercen algunos hombres sobre algunas mujeres.

Sociólogos y psicólogos advierten de que no existe un perfil característico que designe a las personas sexualmente violentas, y de que únicamente un porcentaje minoritario presenta una patología mental. Los agresores pueden proceder de diversos orígenes socioeconómicos, y pueden ser alguien conocido por la víctima como un amigo, un miembro de la familia, una pareja íntima, o un completo extraño. Para entender las causas, prevenir el maltrato e intervenir explícitamente cuando ya ha ocurrido, podemos actuar en 4 niveles: dos “micro-niveles”, individual y de relación en la pareja, y dos “macro-niveles”, del grupo o comunidad y el socio-ambiental más extenso.

No es sólo sexo

El motivo de estas agresiones no es sólo el deseo sexual, sino también el “vacío de poder”, la inseguridad y la necesidad de control por parte del hombre. La violencia sexual es un acto destinado a degradar, dominar, humillar, aterrorizar y controlar a la mujer. Esta imposición de poder es empleada por el agresor para mitigar su propia inseguridad acerca de su idoneidad sexual, compensando sentimientos de impotencia y frustración a través del uso de la fuerza o la coerción psicológica.

La violencia sexual contra la mujer está presente en todas las sociedades del planeta, transcendiendo las fronteras de la riqueza, raza, religión o cultura. Con un hondo calado histórico, se enraiza en valores y actitudes que promueven y perpetúan la dominación física, política, económica y social de la mujer. En este marco social, el movimiento feminista ha hecho sólidas contribuciones sobre las causas de la violencia sexual contra las mujeres. El feminismo se fundamenta en una teoría de la justicia que promueve la libertad e igualdad de derechos todos los seres humanos, independiente del sexo con el que hayan nacido, mujeres o varones.

Educar, educar y educar. Luego, reeducar

El camino actual nos lleva hacia la revisión de la “imaginería social” acerca del cuerpo y la sexualidad femenina y de las fronteras del consentimiento. La despersonalización y el uso del cuerpo de la mujer como objeto de consumo para el varón aún prevalece, y se perpetúa en los medios y redes sociales, haciéndose presente de forma implícita en las relaciones.

El motor de cambio reside en la educación y concienciación del papel activo que tienen las mujeres en su determinación, su capacidad de decisión, en el descubrimiento de su poder individual, su propio valor y su propia existencia.

El enemigo no es el hombre

Ser mujer, no tiene nada que ver con imitar al hombre o luchar contra él. Existe también la necesidad de disociar la masculinidad de actitudes como la dominación, la agresión o la fuerza como arma. Como si en estas conductas se fundamentara su seguridad o su identidad. Necesitamos de sistemas judiciales y políticos maduros que tomen conciencia real del problema, hagan visibles y den solidez a los testimonios de las víctimas, cerrando el cerco a futuras agresiones.

En un sentido más hondo, necesitamos recobrar el sentido de responsabilidad individual para que, ante cada uno de estos crímenes, hombres y mujeres enlacemos nuestras voces para decir no, no en mi nombre, no a la violencia sexual, no en nombre de nuestra sociedad. Una sociedad madura se preocupará de poner los medios para poder reeducar a todas aquellas personas que cometan delitos de violencia. Según la intensidad y gravedad del delito, precisará de una reeducación que facilite su reinserción en la sociedad general, familiar o de pareja.

La pornografía sí es un enemigo en la lucha contra la violencia contra la mujer. Según las estadísticas de algunos estudios académicos, más del 85 % de las escenas pornográficas contienen violencia física, casi el 95 % está dirigida contra la mujer y realizada en un 80 % por varones.

¿Qué hacemos con nuestras hijas e hijos?

El sexo viene determinado genéticamente: eres varón o mujer. El género identifica aspectos relacionados con las atribuciones psicosociales, relacionales y culturales sobre el sexo; son atribuciones dinámicas que cambian según la época, el lugar, la cultura, etc.

¿Qué propuestas reciben las niñas sobre los “papeles” que les corresponde interpretar en la realidad? ¿Qué información reciben? Canciones, videoclips, anuncios, youtubers, series, programas de radio, redes sociales. En muchos de estos contenidos el hombre tiene una actitud de fuerza y dominancia sobre las mujeres. Ella, inferior o maltratada, no rechaza, incluso normaliza mediante una letra pegadiza comportamientos abusivos y violentos.

El comportamiento de la familia como grupo que no defienda a la mujer, normalizará muchas de estas actitudes tanto en ellos (superioridad, sentimiento de mando, imposición de la obediencia, obligación de roles que son comunes sólo a ella por ser mujer, etc.), como en ellas (sumisión, no reacción ante imposiciones injustas, desarrollo de creencias erróneas sobre sí, etc.).

Una adolescente hoy ha de tener acceso a una formación humana sólida para poder elegir con criterio y tener ideas claras sobre el respeto hacia la persona y hacia la mujer, hacia ella misma.  Una visión creada por adultos, en películas, series, documentales y programas de televisión/radio, podría no influir negativamente en los adultos, pero en etapas previas, niñez y adolescencia, es perjudicial. Un adulto bien formado lo interpretará como una situación machista, anticuada y de violencia de género; un adolescente de 12 años suele interpretar que la mujer es inferior al hombre y es normal observar comportamientos violentos en él, o someterse por parte de ella.

La familia como referencia

Hay pilares básicos como la familia y el colegio que son más influyentes que el ambiente en las etapas evolutivas. Si observamos, escuchamos, atendemos, supervisamos el acceso, acompañamos en la navegación, etc., les enseñaremos a hacer crítica, a poner límites, a decir no, a rechazar la violencia, a saber diferenciar un detalle de cariño de una manipulación, y un intento de conquista amorosa de un acoso repetido, a destruir los prejuicios de género, a entender las diferencias varón-mujer sin detrimento de la igualdad varón-mujer como personas y en sus derechos.

La familia es la base de seguridad para niños y adolescentes. Las actitudes y valores que han visto las niñas y adolescentes en sus padres son ejemplo y modelado en su forma de pensar, sentir y actuar. Si quieres que ellas cambien, cambia tú primero. Niños y niñas han de ver y tener la responsabilidad de tareas y labores diarias en casa en igualdad. Han de poder decir no y ser respetadas, ser capacitadas desde pequeñas para poder ser lo que quieran profesionalmente, sin que se les pre-asigne un papel obligatorio.

Es necesario que sepan que pueden elegir desde pequeñas, que tienen los mismos derechos que los niños, que se les va a educar y a exigir para que consigan lo que se propongan. Eso implicará el reparto de tareas igualitarias y equitativas en casa practicadas por los propios progenitores, el respeto mutuo entre la pareja y hacia los hijos independientemente del sexo.

Noviazgos de adolescentes

En una encuesta realizada en España en el 2015, más del 60 % de los adolescentes de ambos sexos consideraban que el chico debía proteger a la chica; y al 32 % le parecía normal tener celos.  De vital importancia es la educación en igualdad en las relaciones afectivas. El amor es querer bien. Los celos no son muestras de amor. Es necesario romper y luchar contra los mitos del amor romántico. Cenicienta ya no espera al príncipe. Crepúsculo y Grey y sus sombras son sólo algunos ejemplos de atracción romántica convertida en una relación tóxica.

La sociedad de los próximos años se está educando hoy. Las niñas y adolescentes merecen esfuerzo y avances en los modelos sociales. No merecen tener un techo por su biología. La prevención de la violencia psicológica, física y verbal se gesta mediante la educación. La dignidad, los derechos, el poder o las responsabilidades han de ser igualitarias. Desde niñas a adolescentes. Desde adolescentes a mujeres. Hay actitudes en las relaciones de noviazgo que algunos consideran normales y que no son sanas.

Cuando alguien acude a nosotros

Cuando se trabaja en tareas de atención a personas, es relativamente fácil que alguien acuda a nosotros -o que nosotros lo sospechemos- por estar recibiendo agresiones. Lo más frecuente es que la violencia sea ejercida por alguien cercano: pareja, padre, hermano, otro familiar, cuidador, entrenador, profesor, amigo, catequista. Y es frecuente que sea intrafamiliar. Puede servir tener información impresa disponible para que la persona lea qué puede hacer, dónde acudir, qué es lo que le está ocurriendo, etc., y así se sienta más identificada y se capacite para dar los pasos necesarios para frenar el daño.

Acudir a la parroquia, la confesión sacramental, la conversación con un catequista o con un encargado de pastoral de la salud o cualquier otro miembro de la comunidad parroquial puede ser un primer paso donde esa mujer pueda pedir ayuda.

Algunos signos de que alguien puede estar sufriendo violencia sexual son: modos bruscos o temerosos en la relación con la pareja; evitación o agresión verbal; problemas de salud mental; problemas relativos a conducta sexual; problemas de salud recurrentes a los que se responde con explicaciones vagas; niños que cuentan lo que ocurre en casa, embarazos no buscados, infecciones de transmisión sexual.

En los casos evidentes será adecuado recomendarle ir a un profesional de la salud para hacer un parte de lesiones, recoger pruebas forenses y poder ejercer la denuncia con mayor peso. Hay que valorar que la denuncia vaya a repercutir en beneficio de del denunciante.

Si nos pide ayuda un agresor

Si nos pide ayuda, al tener nosotros conocimiento de esos hechos, podemos actuar para facilitar la protección de quienes estén en riesgo; ofrecer ayuda en ese sentido o actuar mediante denuncia inmediata e intervención de las fuerzas de seguridad si fuera la vía para evitar agresiones. Es conveniente que consideremos que, además de cumplir con las leyes/penales de cada país, también es persona, tiene derecho a corregirse, sanar el daño infligido, pedir perdón, reeducarse y rehabilitarse; sin olvidar que su reincidencia causará daños gravísimos, que hay que protegerse y protegerle de esa situación.

Si los hechos de los que es responsable así lo exigen, hemos de indicarle que debe autoinculparse. Según lo que haya hecho, debe hacerlo de forma inmediata u organizarse para acudir de forma planificada con un abogado. En el trato con parejas, podemos detectar algunos signos de alarma y podemos hacer conscientes de los mismos a las mujeres que atendamos, haciéndoles caer en la cuenta de creencias falsas que les hacen justificar agresiones.

Puede ser de mucha ayuda e interés disponer de programas de formación en prevención y actuación en casos de violencia contra la mujer en todas aquellas instituciones donde se atienden a personas: diócesis, parroquias, colegios, etc. Se procurará que dispongan de habilidades para la identificación, evaluación y planificación de la seguridad, aptitudes para la comunicación y para la atención, documentación y derivación de las personas a profesionales especializados.

También puede ser de mucha ayuda organizar grupos pastorales específicos para mujeres que han sufrido violencia. Será beneficioso que sean “grupos de paso” para que las personas puedan capacitarse, ser protagonistas de sus vidas, desarrollarse personalmente y ser autónomas, con mente abierta y pensamiento propio.

Reeducar y cambiar los patrones

De acuerdo con lo que explica la OMS, se ha estudiado que los hombres que tienen un nivel de instrucción bajo, que han sido objeto de malos tratos durante la infancia, expuestos a escenas de violencia doméstica contra sus madres y al uso nocivo de alcohol, han vivido en entornos donde se aceptaba la violencia y había normas diferentes para cada sexo, creen que tienen derechos sobre las mujeres y son más proclives a cometer actos violentos. A la vez, las mujeres que tienen un nivel de instrucción bajo, que han estado expuestas a actos de violencia de pareja contra sus madres, han sido objeto de malos tratos durante la infancia, han vivido en entornos en los que se aceptaba la violencia, los privilegios masculinos y la condición de subordinación de la mujer, corren un mayor riesgo de ser víctimas de la violencia de pareja.

Es necesaria la reeducación sexual para poder visualizar, acortar, reducir y anular las agresiones sexuales en todos los ámbitos y situaciones, originadas por la violencia machista y basadas en la errónea creencia de la superioridad del hombre sobre la mujer, que tantas veces la sociedad fomenta o calla y por lo tanto otorga. También es necesario no responder a la violencia con violencia, sino empleando los medios legales necesarios y suficientes para proteger y sanar a las agredidas y perseguir y reeducar a los agresores.

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