Dirección y guión: Rosalind Ross
Estados Unidos 2022
Pocas veces podemos ver una película de temática religiosa -o espiritual- que no patine a la hora de promover su particular causa de manera poco respetuosa con el espectador. Pregona ésta con el palo y la batuta de un omnipresente sentimentalismo y ahoga cualquier raciocinio con empalagosidad. Father stu, o El milagro del Padre Stu, traducida al castellano, es diferente.
Salida de un campo de asteroides de críticas dispares (algunas beligerantemente rabiosas), llega a nuestras pantallas la más que respetable ópera prima de su directora, Rosalind Ross: una película que aporta, cuya visión del sufrimiento no es de evasión, sino de encuentro, y que puede producir
chiribitas en el cerebro de un espectador cuyos problemas son solucionados a base de pastillas, el fin de semana como propósito vital y vivirlo todo entre hashtags. Debemos hacer un ejercicio para dejar los prejuicios -y hashtags- fuera y disfrutar de la sencillez de la historia y la posibilidad que esté, como está,
basada en un hecho real, lo cual hace más controvertido -y relevante- todo.
Mark Wahlberg es Stu, un hombre cuyas aspiraciones no van más allá de la supervivencia y, después del boxeo y la cárcel, decide probar suerte en la ciudad de Los Ángeles como actor. Derrochando confianza y autodestrucción, se intentará abrir camino en una vida en la cual nunca confió. Así conocerá a Carmen (Teresa Cruz), una devota parroquiana que dará el pistoletazo de salida a un proceso de conversión. Éste sobrepasará su relación y le pondrá en las puertas del seminario, con sus más o menos graciosos problemas y encontronazos.
No obstante, todo toma un paso más dramático cuando le diagnostican una enfermedad muscular degenerativa. Es entonces cuando verdaderamente empieza la andadura hacía la muerte pero también la redención. Esquivando los lloriqueos, apuntalándose en la actitud despreocupada del protagonista, y con dos secundarios de lujo (siempre enorme Mel Gibson y la eternamente tierna Jacki Weaver), además de un terciario que siempre es agradabilísimo de ver (Malcolm McDowell). Tenemos entre manos una cinta transportadora, tributo, que huye de las convenciones de santidad y cuenta una historia real con sencillez, guión ágil, despierto y ninguna pretenciosidad. Una obra estimulante, correcta y agradable, que deja respirar a lo emocional y cuyos diálogos despiertan carcajadas con frecuencia en la sala. Un proyecto personal del propio Wahlberg del que es fácil encariñarse.