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Reflexiones en torno al centenario de la ordenación sacerdotal de san Josemaría

La celebración del centenario de la ordenación sacerdotal de San Josemaría es una ocasión para reflexionar sobre la importancia de la Eucaristía y su legado de santificación a través del trabajo.

José Carlos Martín de la Hoz·21 de marzo de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
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San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), fundador del Opus Dei, “el santo de lo ordinario”, fue canonizado por san Juan Pablo II en una conmovedora ceremonia celebrada en Roma el 6 de octubre de 2002. Desde entonces la devoción privada que comenzó el 26 de junio de 1975, su “dies natalis”, se extendió por toda la tierra hasta nuestros días.

En la Oficina de las Causas de los Santos del Opus Dei seguimos registrando, investigando y agradeciendo esos favores y gracias que recibimos cada día, pues manifiestan el don de Dios para sus hijos los hombres y expresan que quien recibía todo de Dios para su vida y para el Opus Dei, ahora sigue recibiendo dones y gracias de Dios para repartirlos por todas partes y a personas de toda clase y condición.

Este es, precisamente, el gran don de la comunión de los santos. Dios quiere que vayamos a Él a través de los santos, pues desde la amistad y confidencia con los santos llegamos más fácilmente a tocar el corazón de Dios. Además, la imitación de la oración de complicidad con los santos, aprenderemos nosotros a ser también buenos hijos de Dios.

Centenario de la ordenación

Este año celebramos el centenario de la ordenación sacerdotal de san Josemaría de manos del obispo don Miguel de los Santos Díaz Gómara en la iglesia de san Carlos en Zaragoza, el 28 de marzo de 1925 y, consecuentemente, de la primera misa solemne que celebraría el 30 de marzo en la capilla de la Virgen del Pilar. Celebraremos el centenario de la identificación de san Josemaría con Jesucristo, pues en esa palabra “identificación” se compendia el misterio de la gracia operada en el alma sacerdotal de san Josemaría y en la fecundidad de su sacerdocio.

Durante muchos años todo el Opus Dei en el mundo entero y, consecuentemente, hombres y mujeres de toda clase y condición ofrecían su misa, sus vidas, por las intenciones de la Misa de san Josemaría. Esta identidad de fines en el único fin de la renovación incruenta del sacrificio del Calvario explica la expansión del Opus Dei en el mundo entero.

Santos de la puerta de al lado

Precisamente san Josemaría escribía en 1933 unas palabras dirigidas a su confesor: “Mire que Dios me lo pide y, además, es menester que sea santo y padre, maestro y guía de santos”, por eso son varios los procesos que se han puesto en marcha entre fieles del Opus Dei fallecidos con fama de santidad y de favores. 

Lógicamente han de ser variados los modelos y los intercesores para el Pueblo de Dios, pues como ha subrayado el papa Francisco en la Exhortación “Gaudete et exultate”, los santos deben ser “de la puerta de al lado”, “santos de barrio”, santos de proximidad. Hombres y mujeres que hayan escuchado la misma música, que se han divertido del mismo modo, que han celebrado nuestras fiestas y padecido nuestros mismos inconvenientes.

Sacerdocio común de los fieles

Precisamente, las últimas palabras que trasmitió san Josemaría en la tierra unas horas antes de partir a la casa del cielo fueron durante una conversación con un grupo de jóvenes profesionales en el Colegio Romano de Santa María que tenían las mujeres del Opus Dei en Castel Galdonfo (Roma), el 26 de junio de 1975. En aquella conversación san Josemaría les habló una vez más de santificar el trabajo, de santificarse en el trabajo y de santificar a los demás con el trabajo” e hizo una referencia explícita al sacerdocio común de los fieles recibido en el bautismo que capacita a los cristianos para ser mediadores entre Dios y los hombres.

En efecto, por el sacerdocio común todos los cristianos llevamos los dones del cielo a nuestra familia, nuestros amigos y nuestro ambiente. A la vez, cada día, como mediadores participamos de la santa Misa y ahí ponemos junto a las ofrendas las necesidades materiales y espirituales de las personas que nos rodean.

Este año del centenario de la ordenación sacerdotal de san Josemaría es momento especial para meditar sobre el significado y la importancia de la santa Misa. San Josemaría se refería a este misterio sobrecogedor, como recordaba Benedicto XVI, como el “centro y raíz” de la vida cristiana.

Santidad y Eucaristía

Cuantas veces le hemos escuchado referirse a los frutos de la Misa en el alma de la Iglesia y de cada uno de los cristianos como: “Una corriente intratrinitaria del amor de Dios a los hombres”. Basta con detenerse a saborear las palabras que el sacerdote puede pronunciar al comienzo de la Misa: “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”. Este es el fundamento de la identificación del sacerdote con Jesucristo en el momento de la Santa Misa: ser “ipse christus, alter Christus”. Verdaderamente, la humanidad ha vivido de la Misa desde hace tantos siglos y seguiremos viviendo hasta el final de los tiempos.

Recuerdo que el cardenal Castrillón, que fue Prefecto del Dicasterio del clero, cuando era el Presidente del CELAM vino a inaugurar el primer Simposio “Historia de la Iglesia en España y América: siglos XVI al XX”, en Sevilla, en mayo de 1990. Se creó un clima de gran expectación cuando Castrillón rodeado de toda la prensa mundial, inauguró oficialmente los actos del V Centenario del Descubrimiento de América dando gracias a España y a los españoles por haber llegado a América y haber celebrado la Santa Misa en la playa de la isla del Salvador y haber reservado la eucaristía en aquellas tierras recién descubiertas. Llevaron a Jesucristo resucitado allí y esa presencia sigue vivificando las vidas de aquellos pueblos.

De la Santa Misa procede todo. Por eso aprendamos a celebrar y a participar de la Santa Misa y de la liturgia viva de la Iglesia y podremos seguir expandiendo el cristianismo por toda la tierra, llenando el mundo de esperanza, como nos ha pedido que meditemos en este año jubilar el Papa Francisco: “Spes non confundit” (Rom 5,5)”. El fundamento de nuestra esperanza es Jesucristo que entregó en la cruz hasta la última gota de su preciosa sangre. 

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