España

Cardenal Robert Sarah: “Hemos de reforzar la unidad en la Iglesia”

Ofrecemos la alocución del cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, en la presentación en Madrid de su libro Se hace tarde y anochece (Ediciones Palabra).

Omnes·12 de noviembre de 2019·Tiempo de lectura: 3 minutos

La presentación corrió a cargo del Secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis Argüello. La presidenta de Ediciones Palabra, Rosario Martín, introdujo el acto celebrado el 7 de noviembre, y Alfonso Riobó, director de Palabra, moderó a continuación un coloquio.

Mi más sincero y afectuoso saludo a todos ustedes aquí presentes, en esta tarde en la que presentamos la edición española de Se hace tarde y anochece. Muy en particular doy las gracias a Ediciones Palabra que, al igual que con Dios o nada y La fuerza del silencio, han hecho posible que el público de lengua española pueda leer aquello que, fiel a mi vocación de pastor, he de predicar: Jesucristo; única verdad, único camino y única vida (cf. Jn 14, 6).

Quédate, Señor, con nosotros porque se hace tarde y anochece (cf. Lc 24, 29). Estas palabras que los discípulos de Emaús dirigen a Cristo Resucitado son las que han inspirado el título de mi último libro, en el cual abordo la profunda crisis de la fe, del sacerdocio, de la Iglesia y la crisis antropológica, espiritual, moral y política del mundo contemporáneo.

Lejos de ser un título negativo, quiere aportar luz a aquellos que, en la oscuridad de la confusión, de la desorientación o de la duda, quieren ser iluminados para encontrar a la única verdad que salva: Jesucristo.

Pero antes de seguir profundizando en este tema, quiero agradecer también las amables palabras que me han dirigido doña Rosario Martín, presidente de Ediciones Palabra, y don Alfonso Riobó, director de la revista Palabra. Igualmente doy las gracias a Monseñor Luis Argüello, Obispo Auxiliar de Valladolid y Secretario de la Conferencia Episcopal Española, por sus afectuosas y acertadas palabras pero, sobre todo, por su lectura tan profunda y detallada del libro.

Volviendo a la perícopa evangélica de Emaús, en ella se ve reflejada la actitud de un mundo que quiere vivir lejos o, incluso, sin Dios. Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén (cf. Lc 24, 13) no sólo física sino espiritualmente. Se alejaban de los misterios redentores de la pasión y muerte de Jesucristo que, días antes, habían tenido lugar en la Ciudad Santa.

El Papa Francisco, al tratar este episodio evangélico en una Audiencia General, decía: “Los dos peregrinos cultivaban una esperanza solamente humana, que entonces se hacía pedazos. Esta cruz izada en el Calvario era el signo más elocuente de una derrota que no habían pronosticado… Así, esa mañana del domingo, estos dos huyen de Jerusalén” (24 de mayo de 2017).

Me consuela mucho el hecho que Jesús los acompañe aunque se alejan; se les acerca y camina con ellos. Los alimenta partiéndoles no sólo el pan físico sino también el pan de la palabra, para abrirles los ojos del alma y hacer que ardan sus fríos corazones (cf. Lc 24, 31-32).

Cómo sería el encuentro con el Maestro que, al instante, se levantaron para volver a Jerusalén y reunirse con los Once (cf. Lc 24, 33). El Resucitado los había resucitado a ellos, sacándolos del sepulcro de la duda y la desorientación para convertirlos en heraldos de la buena noticia: “En verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (Lc 24, 34).

También nosotros hoy, al igual que los discípulos de Emaús, hemos de contar al mundo, con nuestras palabras y con nuestras obras, lo que nos ha pasado al caminar con Cristo y cómo lo reconocemos al leer las Escrituras y al partir el pan en cada Celebración Eucarística (cf. Lc 24, 35).

He aquí la misión de la Iglesia hoy, tal como aclamamos cada día en la Eucaristía: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. Pero ¿qué ocurriría si, en palabras de Jesús, “la sal se vuelve sosa” (Mt 5, 13) o si la lámpara se mete debajo del celemín (cf. Mt 5, 15)?

Esto ocurre cuando algunos se oponen a que la Iglesia lleve a cabo el mandato del Señor: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea se condenará” (Mc 16, 15-16).

Pero lo más triste y doloroso es cuando, ya sea por silencios cómplices como por perniciosos escándalos, aquella que está llamada a ser luz del mundo y sal de la tierra, se vuelve sosa y oscura, siendo deshonrada por unos enemigos que están dentro de ella.

Por todo esto, la edición que ahora presentamos quiere ayudar a que muchos que se han alejado del Señor, por su falta de fe o por los escándalos de quienes están llamados a ser espejo del amor de Dios, sientan la presencia de Jesús Resucitado mientras caminan.

Queridos hermanos, hemos de hacer morada en el corazón abierto del Hijo de Dios, hemos de reforzar la unidad en la Iglesia, hemos de orar sin desfallecer, hemos de preservar la doctrina católica, hemos de amar de todo corazón al Santo Padre y hemos de dar testimonio de nuestra fe con las obras de caridad.

María, Madre de la Iglesia y perfecta discípula del Señor, nos ayude para que, cada vez que anochezca en nuestras vidas, ella nos muestre el Sol que nace de lo alto, Jesucristo, Hijo suyo y Señor nuestro, que iluminará a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte (cf. Lc 1, 78-79). Muchísimas gracias por su atención y por su afecto.

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