El 27 de septiembre por la mañana el Papa Francisco aterrizó en Bélgica, un país que “evoca algo pequeño y grande a la vez, un país occidental y al mismo tiempo central, como si fuera el corazón palpitante de un sistema gigante”.
En su encuentro con las autoridades y la sociedad civil del país, el Santo Padre calificó a Bélgica “como el lugar ideal, casi una síntesis de Europa, desde el cual contribuir a la reconstrucción física, moral y espiritual”. Comparó esta nación con “un puente donde cada uno, con su lengua, mentalidad y convicciones encuentra al otro y elige la palabra, el diálogo y el intercambio como medios para relacionarse”. En otras palabras, un país “indispensable para construir la paz y repudiar la guerra”.
Por esto, destacó el Santo Padre, “Europa necesita a Bélgica para llevar adelante el camino de paz y de fraternidad entre los pueblos que la forman”. Algo importante porque, según el Pontífice, “estamos cerca de una guerra casi mundial”.
Pero este papel que desempeña Bélgica no recae solo sobre sus hombros. Francisco explicó que “la Iglesia católica quiere ser una presencia que, dando testimonio de su fe en Cristo resucitado, ofrece a las personas, a las familias, a las sociedades y a las naciones, una esperanza antigua y siempre nueva, una presencia que ayuda a todos a afrontar los desafíos y las pruebas, sin entusiasmos volátiles ni pesimismos sombríos, sino con la certeza de que el ser humano, amado por Dios, tiene una vocación eterna de paz y de bien, y no está destinado a la disolución ni a la nada”.
Abusos en la Iglesia
Sin embargo, el Papa quiso dejar constancia de que “la Iglesia es santa y pecadora”. Se mueve “entre luces y sombras”, como muestran los “resultados de gran generosidad y espléndida dedicación” cuando se enfrentan a “la vergüenza de los abusos a menores”.
“La Iglesia debe avergonzarse, pedir perdón y tratar de resolver esta situación con humildad cristiana”, dijo el Santo Padre refiriéndose a los abusos. Además, afirmó que “un solo abuso es suficiente para avergonzarse”.
El Pontífice también se refirió a “las adopciones forzadas” que ocurrieron “en Bélgica entre los años 50 y 70 del siglo pasado”. Francisco explicó este fenómeno diciendo que “con frecuencia las familias y otras entidades sociales, incluida la Iglesia, pensaron que, para quitar el estigma negativo, que desgraciadamente en esos tiempos afectaba a la que era madre soltera, sería mejor para ambos, madre e hijo, que este último fuera adoptado”.
La responsabilidad de las autoridades
El Papa subrayó que esto fuera un gran error y oró ante todos “para que la Iglesia encuentra en sí misma la fuerza para actuar con claridad y no uniformarse con la cultura dominante, aun cuando esa cultura utilizase, manipulándolos, valores que derivan del Evangelio”.
El obispo de Roma rezó también “para que los gobernantes sepan asumir su responsabilidad, el riesgo y el honor de la paz, y sepan alejar el peligro, la ignominia y la absurdidad de la guerra”. Por último Francisco confesó a los presentes que en su visita a Bélgica espera avivar un “deseo de esperanza”, don de Dios.
Profesores universitarios en Bélgica
La tarde del viernes 27 el Papa mantuvo un encuentro con profesores universitarios en Bélgica. En su discurso, señaló que la tarea principal de la universidad es “ofrecer una formación integral para que las personas adquieran los instrumentos necesarios para interpretar el presente y proyectar el futuro”.
Francisco señaló que “la educación cultural nunca es un fin en sí misma y las universidades no deben caer en la tentación de convertirse en catedrales en el desierto, sino que son por su propia naturaleza lugares donde se promueven ideas y nuevos estímulos para la vida y el pensamiento del hombre”.
Ensanchar las fronteras del conocimiento
El Santo Padre recalcó el papel de la universidad como lugar en el que se promueve “la pasión por la búsqueda de la verdad”. En este sentido, las instituciones católicas tienen que aportar a esa búsqueda “la levadura y la sal del Evangelio de Jesucristo”.
Francisco invitó a los presentes a “ensanchar las fronteras del conocimiento” para crear “un espacio vital que abraza la vida y la interpela”. Esta es una cuestión esencial pues, en palabras del Papa, “ensanchar las fronteras y ser un espacio abierto para el hombre y la sociedad constituye la gran misión de la universidad”.
Frente a la cultura del relativismo y la mediocridad, el Pontífice resaltó que la universidad tiene que luchar contra “el cansancio del espíritu” y “el racionalismo sin alma”. Es tarea de los profesores universitarios en especial fomentar “una cultura que sea capaz de afrontar los desafíos de hoy”, por lo que el Papa agradeció a los docentes su labor orientada a lograr esto.