«¿Se ha hecho todo lo posible para terminar esta guerra? ¿Podrá el Señor perdonar tanto crimen y tanta violencia?”, se preguntó el Papa Francisco al concluir una audiencia general marcada por el comienzo de la Cuaresma, ante un Aula Pablo VI llena de grupos de peregrinos y de fieles de Italia y de numerosos países.
Pasado mañana, el día 24 de febrero, se cumple “un año de la invasión de Ucrania, una guerra absurda y cruel. Es un triste aniversario”, manifestó un Santo Padre dolorido, como en otras ocasiones en las que se ha referido a esta guerra y a otras guerras.
Finalmente, al dar la Bendición, el Papa recordó que “hoy comienza la Cuaresma”, y alentó a “intensificar la oración, la meditación de la Palabra de Dios y el servicio a los hermanos”.
“El Espíritu Santo, motor de la evangelización”
En la audiencia general, el Santo Padre retomó el ciclo de catequesis sobre “la pasión de evangelizar, y centró su meditación en el tema “El protagonista del anuncio: el Espíritu Santo”, al que llamó “motor de la evangelización”. “En los Hechos de los Apóstoles se descubre que el protagonista, el motor de la evangelización es el Espíritu”, reiteró el Papa en varias ocasiones.
“Hoy volvemos a partir de las palabras de Jesús que hemos escuchado: ‘Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Santo Espíritu’ (Mt 28, 19). Id ―dice el Resucitado―, no a adoctrinar o a hacer proselitismo, sino a hacer discípulos, es decir, a dar a todos la oportunidad de entrar en contacto con Jesús, de conocerlo y amarlo”, comenzó Francisco.
“Id bautizando: bautizar significa sumergir y por tanto, antes de indicar una acción litúrgica, expresa una acción vital: sumergir la propia vida en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo; experimentar cada día la alegría de la presencia de Dios que está cerca de nosotros como Padre, como Hermano, como Espíritu que actúa en nosotros, en nuestro propio espíritu”, añadió.
El Romano Pontífice se refirió enseguida a Pentecostés, y remarcó que el anuncio de la Evangelio, como sucedió con los Apóstoles, se realiza sólo por la fuerza del Espíritu. “Cuando Jesús dice a sus discípulos -y también a nosotros-: ‘¡Id!’, no comunica sólo una palabra. No. Comunica junto al Espíritu Santo, porque es sólo gracias a Él, al Espíritu, que se puede recibir la misión de Cristo y llevarla adelante (cf. Jn 20, 21-22). Los Apóstoles, en efecto, permanecen encerrados en el Cenáculo por miedo hasta que llega el día de Pentecostés y desciende sobre ellos el Espíritu Santo (cf. Hch 2, 1-13). Con su fuerza esos pescadores, en su mayoría analfabetos, cambiarán el mundo. El anuncio del Evangelio, por tanto, se realiza sólo en la fuerza del Espíritu, que precede a los misioneros y prepara los corazones: Él es ‘el motor de la evangelización’”.
“A la escucha del Espíritu”
Como escuchamos en el Evangelio, hizo notar el Santo Padre,” Jesús resucitado nos envía a ir, a hacer discípulos y a bautizar. Con sus palabras, nos comunica el Espíritu Santo, que nos da la fuerza para acoger la misión y llevarla adelante”.
“El objetivo principal del anuncio es favorecer el encuentro de las personas con Cristo. Por eso, para que nuestra acción evangelizadora propicie siempre ese encuentro, es necesario que todos — cada uno personalmente y como comunidad eclesial— nos pongamos a la escucha del Espíritu, que es el protagonista”, subrayó el Papa.
Francisco alertó enseguida de que si no acudimos al Espíritu Santo, la misión se diluye. “La Iglesia invoca al Espíritu Santo para que la oriente, le ayude a discernir sus proyectos pastorales y la impulse a salir por el mundo transmitiendo con alegría el anuncio de la fe. Pero, si no invoca al Espíritu, se va cerrando en sí misma, se crean divisiones, debates estériles y, como consecuencia, la misión se va apagando”.
El episodio del Concilio de Jerusalén
En cada página de los Hechos de los Apóstoles se ve que “el protagonista del anuncio no es Pedro, Pablo, Esteban o Felipe, sino el Espíritu Santo”. Entonces, el Papa relató y comentó “un momento neurálgico de los inicios de la Iglesia, que también nos puede decir mucho a nosotros. Entonces, como hoy, junto a las consolaciones no faltaron las tribulaciones, las alegrías se acompañaban de las preocupaciones. Una en particular: cómo comportarse con los paganos que llegaban a la fe, con los que no pertenecían al pueblo judío. ¿Estaban o no obligados a observar las prescripciones de la Ley mosaica? No era un asunto menor”.
“Se forman así dos grupos, entre los que creían que la observancia de la Ley era irrenunciable y los que no. Para discernir, los Apóstoles se reúnen en lo que se llama el ‘Concilio de Jerusalén’, el primero de la historia. ¿Cómo resolver el dilema?, se preguntó el Santo Padre.
“Se podría haber buscado un buen acuerdo entre tradición e innovación: algunas normas se observan, otras se ignoran. Sin embargo, los Apóstoles no siguen esta sabiduría humana, sino que se adaptan a la obra del Espíritu que les había anticipado, descendiendo tanto sobre los paganos como sobre ellos”, prosiguió en su meditación.
“Y por eso, quitando casi toda obligación ligada a la Ley, comunican las decisiones finales, tomadas ―escriben― “por el Espíritu Santo y por nosotros” (cf. Hch 15,28). Juntos, sin dividirse, a pesar de tener sensibilidades y opiniones diferentes, escuchan al Espíritu”.
Cuándo es útil “toda tradición religiosa”
El Papa Francisco señaló en su catequesis sobre este episodio que “Él enseña una cosa, que también es válida hoy: toda tradición religiosa es útil si facilita el encuentro con Jesús. Podríamos decir que la histórica decisión del primer Concilio, de la que también nosotros nos beneficiamos, estuvo movida por un principio, el principio del anuncio: en la Iglesia todo debe ser conforme a las exigencias del anuncio del Evangelio; no a las opiniones de los conservadores o los progresistas, sino al hecho de que Jesús llegue a la vida de las personas. Por tanto, toda elección, uso, estructura y tradición debe ser evaluada en la medida en que favorezca el anuncio de Cristo”.
De esto modo, añadió Francisco, “el Espíritu ilumina el camino de la Iglesia. En efecto, no es sólo la luz de los corazones, es la luz que orienta a la Iglesia: esclarece, ayuda a distinguir, a discernir. Por eso es necesario invocarlo a menudo; hagámoslo también hoy, al comienzo de la Cuaresma. Porque como Iglesia podemos tener tiempos y espacios bien definidos, comunidades, institutos y movimientos bien organizados, pero sin el Espíritu todo queda sin alma”.
“La Iglesia, si no le reza y no le invoca, se encierra en sí misma, en debates estériles y agotadores, en fatigosas polarizaciones, mientras se apaga la llama de la misión”, afirmó el Santo Padre. “El Espíritu, en cambio, nos hace salir, nos empuja a anunciar la fe para confirmarnos en la fe, a ir en misión para encontrar quién somos. Por eso el apóstol Pablo recomienda: ‘No extingáis el Espíritu’ (1 Tes 5,19). Recemos a menudo al Espíritu, invoquémoslo, pidámosle cada día que encienda en nosotros su luz. Hagámoslo antes de cada encuentro, para convertirnos en apóstoles de Jesús con las personas que encontramos”.
Las experiencias del Espíritu, antes que encuestas
“Sin duda es importante que en nuestras programaciones pastorales partamos de encuestas sociológicas, de análisis, de la lista de las dificultades, de la lista de expectativas y quejas. Sin embargo, es mucho más importante partir de las experiencias del Espíritu: este es el verdadero punto de partida”, dijo el Papa en la parte final de su catequesis.
“Es un principio fundamental que, en la vida espiritual, se llama primado de la consolación sobre la desolación. Primero está el Espíritu que consuela, reanima, ilumina, mueve; después vendrá también la desolación, el sufrimiento, la oscuridad, pero el principio para regularse en la oscuridad es la luz del Espíritu (C.M. Martini, Evangelizar en la consolación del Espíritu, 25 de septiembre 1997)”.
El Pontífice concluyó su catequesis suscitando un par de preguntas para la reflexión: “Tratemos de preguntarnos si nos abrimos a esta luz, si le damos espacio: ¿yo invoco al Espíritu? ¿Me dejo orientar por Él, que me invita a no cerrarme sino a llevar a Jesús, a testimoniar el primado de la consolación de Dios sobre la desolación del mundo?”.