Vaticano

«El deseo no son las ganas del momento», afirma el Papa Francisco

En una soleada mañana romana ha tenido lugar en la Plaza de san Pedro la cuarta catequesis del Papa sobre el discernimiento espiritual, centrada en el papel del deseo.

Javier García Herrería·12 de octubre de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos
niña deseo

Foto: © Leo Rivas

El Papa Francisco ha continuado este miércoles, 12 de octubre, fiesta de la Hispanidad, las catequesis sobre el discernimiento. En las anteriores sesiones había abordado la importancia de la oración y el conocimiento propio para descubrir la voluntad de Dios. Hoy ha reflexionado sobre un “´ingrediente` indispensable: el deseo. De hecho, el discernimiento es una forma de búsqueda, y la búsqueda nace siempre de algo que nos falta pero que de alguna manera conocemos”.  

Todos los hombres tenemos deseos, algunos nobles y otros egoístas. Unos nos elevan y apuntan a la mejor versión de nosotros mismos y otros nos envilecen. El Papa ha señalado que “el deseo no son las ganas del momento”, sino la raíz de “una nostalgia de plenitud que no encuentra nunca plena satisfacción, y es el signo de la presencia de Dios en nosotros”. Si uno sabe identificar los deseos que hacen bien al hombre tiene una “brújula para entender dónde me encuentro y dónde estoy yendo”.

Los deseos buenos

Las reflexiones del Papa han reconocido que el problema muchas veces es saber reconocer qué deseos son buenos y cuáles no. Para averiguarlo proponía advertir cómo “un deseo sincero sabe tocar en profundidad las cuerdas de nuestro ser, por eso no se apaga frente  a las dificultades o a los contratiempos”, de forma que los “obstáculos y fracasos no sofocan el deseo, al contrario, lo hacen todavía más vivo en nosotros. A diferencia de las ganas o de la emoción del momento, el deseo dura en el tiempo, un tiempo  también largo, y tiende a concretizarse. Si, por ejemplo, un joven desea convertirse en médico, tendrá que  emprender un recorrido de estudios y de trabajo que ocupará algunos años de su vida, como consecuencia tendrá que poner límites, decir algún ´no`, en primer lugar, a otros recorridos de estudio, pero también a posibles entretenimientos o distracciones, especialmente en los momentos de estudio más intenso. Pero, el deseo de dar una dirección a su vida y de alcanzar esa meta le consiente superar estas dificultades”.  

Nuestro mundo posmoderno ha desatado la caja de pandora de los deseos humanos, encumbrando una libertad separada del bien y la verdad. Como decía el Santo Padre, “la época en la que vivimos parece favorecer la máxima libertad de elección, pero al mismo tiempo atrofia el deseo, mayormente reducido a las ganas del momento. Estamos bombardeados por miles de propuestas, proyectos, posibilidades, que corremos el riesgo de distraernos y no permitirnos valorar con calma lo que realmente queremos”.  

Aprender del Evangelio

Para discriminar entre unos deseos y otros el Papa proponía fijarse en la actitud de Jesús en el Evangelio. “Llama la atención el hecho de que Jesús, antes de realizar un milagro, a menudo pregunta a la persona sobre su deseo. Y a veces esta pregunta parece estar fuera de lugar. Por ejemplo, cuando encuentra al paralítico en la piscina de Betesda, que estaba allí desde hacía muchos años y nunca encontraba el momento adecuado para entrar en el agua. Jesús le pregunta: ´¿Quieres curarte` (Jn 5,6). ¿Por qué? En realidad, la respuesta del paralítico revela una serie de resistencias extrañas a la sanación, que no tienen que ver solo con él. La pregunta de Jesús era una invitación a aclarar su corazón, para acoger un posible salto de calidad: no pensar más en sí mismo y en la propia vida ´de paralítico`, transportado por otros. Pero el hombre en la camilla no parecer estar tan convencido. Dialogando con el Señor, aprendemos a entender qué queremos realmente de nuestra vida”.  

El Papa también ha acudido a otra escena evangélica, la curación del ciego de Jericó, cuando Jesús le pregunta al protagonista “´¿Qué quieres que te haga?` (Mc 10,51), ¿qué responderíamos? Quizá, podríamos finalmente pedirle que nos ayude a conocer el deseo profundo de Él, que Dios mismo ha puesto en nuestro corazón. Y darnos la fuerza de concretizarlo. Es una gracia inmensa, en la base de todas las demás: consentir al Señor, como en el Evangelio, de hacer milagros por nosotros. Porque también Él tiene un gran deseo respecto a nosotros: hacernos partícipes de su plenitud de  vida”.  

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