Cultura

La necesidad de la arquitectura sagrada

¿Qué relación hay entre la arquitectura y la liturgia? ¿Cómo se ha desarrollado esta relación a lo largo del tiempo?

Lucas Viar·5 de junio de 2023·Tiempo de lectura: 7 minutos
Arquitectura

El interior de una iglesia antigua (Copyright: 2009 Michael Cavén)

Esta primera idea puede sonar extraña dado el tema del artículo, y en particular teniendo en cuenta al autor porque vive gracias a ello. Pero creo que hay que empezar reconociendo que la liturgia no necesita a la arquitectura sacra. Las únicas cosas materiales absolutamente necesarias son el pan y el vino. E incluso es bueno recordar que Dios no necesita la liturgia, nosotros la necesitamos.

El catolicismo es una religión encarnada. No puede quedarse en el mundo de las ideas y las teorías, tiene que ponerse en acción. Debemos tener presente que somos seres corporales y, por tanto, es inútil separar lo que pensamos de lo que hacemos.

¿Qué es la arquitectura?

Para responder a la cuestión de lo que es la arquitectura sacra, primero debemos aclarar lo que es la arquitectura. Puesto que es una cuestión demasiado compleja, vamos a simplificarla y a acordar que la arquitectura tiene que ver con los edificios.

¿Qué hace de una habitación vacía un dormitorio, un comedor, un baño o una cocina? Incluso con la corriente minimalista actual, como civilización tendemos a caracterizar el espacio a través de los objetos que definen su misión: una cama, una bañera, una mesa, los fuegos…

Por tanto, no podemos considerar la arquitectura como una carcasa constructiva independiente, sino que tendremos que incluir todos esos objetos que caracterizan el objetivo del espacio.

Entonces, ¿qué hace a la arquitectura sacra?

Arquitectura sacra

Decir que algo es sacro significa que se ha dedicado a Dios, que está consagrado. Para mostrar esta dedicación, usamos aceite para ungir, ya sea a las personas cuando las bautizan, confirman u ordenan, ya sea a los objetos.

En el caso de la arquitectura, cuando se consagra una iglesia, las paredes o los pilares se ungen con aceite y, junto a la estructura, también se unge el objeto que otorga al edificio su distinción principal: el altar.

Y, ¿qué es un altar?

La palabra viene del latín “altus”, que significa elevado, un espacio separado de la tierra. Sin embargo, se usa con frecuencia el término griego “Thysiasterion” en las Escrituras. Este concepto se traduce como “lugar del sacrificio”, lo cual nos da una visión más completa de la misión del objeto.

El altar es el lugar donde se renueva el sacrificio de Cristo. En el altar, Cristo se convierte de nuevo en Cuerpo y Sangre, se encarna. Allí se revela y entrega a nosotros, se transfigura. Lo que estaba inerte, se convierte en vida. En efecto, el altar es un símbolo del mismo Cristo.

Es el lugar donde el Cielo se encuentra con la Tierra. Donde nos unimos a Dios y a toda la Iglesia. La Iglesia triunfante, la Iglesia militante y la Iglesia purgante.

Los orígenes

Ahora hay que preguntarse por los orígenes del altar. Para llegar a ellos, hay que fijarse en ciertos episodios del Antiguo Testamento, como el sacrificio de Isaac. La historia es bastante inquietante a primera vista y, a pesar de que podemos fijarnos en multitud de detalles, vamos a empezar por centrarnos en el aspecto material.

Abraham e Isaac suben al monte Moriah, como les señala Dios, y allí construyen un altar. Abraham, por tanto, construye una montaña sobre una montaña, intentando acercarse a los cielos, donde está Dios. El pasaje también es relevante porque Isaac prefigura a Cristo. La frase “Dios proveerá el sacrificio”, Isaac cargando con la madera, el cordero que encuentran atrapado…

El tabernáculo

Volvemos a encontrarnos con el altar del sacrificio otra vez cuando Moisés construye el Tabernáculo, un lugar donde Dios convive con los hombres. Contaba con un recinto exterior, en el que se encontraba el altar de los holocaustos, hecho de madera revestida de bronce. El tabernáculo propiamente dicho tenía dos habitaciones, la más interior era el lugar santísimo, donde se colocaba el Arca de la Alianza. El Arca no era importante por lo que guardaba en su interior sino porque sobre ella, entre las alas de los serafines, estaba el propiciatorio, donde habitaba la presencia de Dios.

El tabernáculo se deshacía cuando el Pueblo de Israel se trasladaba. Una vez establecido en la Tierra Prometida, el rey Salomón mandó construir una versión definitiva. El primer templo siguió los planos de la tienda, con las dos habitaciones separadas por un velo.

Los babilonios destruyeron el templo de Salomón. 70 años después, a la vuelta del exilio, se construyó el segundo templo, que fue remodelado y expandido por Herodes el Grande. Este segundo edificio seguía los planos del anterior, pero el Santo de los Santos se quedó vacío, pues el Arca estaba perdida. Este templo también fue destruido un tiempo después.

Las sinagogas

A lo largo del primer siglo, los sacrificios se ofrecían exclusivamente en el templo de Jerusalén, por lo que los judíos, de Judea, Galilea y otros lugares, normalmente adoraban a Dios en sus sinagogas locales.

Las sinagogas, al igual que el templo, estaban inspiradas en el tabernáculo. El arca de la alianza estaba representada por el arca de la Torá, que también estaba velada y tenía su propio espacio en la sala. El tipo arquitectónico en sí es bastante simple, una sala de asambleas con un espacio central delineado por columnas, muy parecido al bouleuterion griego.

Benedicto XVI, en “El espíritu de la liturgia», resume las tres principales modificaciones que se producen cuando la sinagoga se convierte en iglesia:

-Orientación: La oración en la sinagoga se dirigía siempre hacia Jerusalén, hacia el templo. Para los cristianos, el templo había sido destruido y reconstruido en tres días, por lo que el culto se orientará hacia el este «ad orientem», hacia la luz que representa a Cristo.

-Segregación: En la sinagoga sólo los varones debían participar en el culto, las mujeres estaban separadas en las galerías del piso superior. La Iglesia incluía a mujeres y hombres por igual al culto y ocupaban el mismo espacio, aunque separados.

La diferencia más significativa es el altar, que ocupa el puesto del Arca.

El altar

Sabemos muy poco sobre cómo rendía culto la Iglesia primitiva, y aún menos sobre los detalles materiales. La arqueología sagrada es un campo minado de especulación e ideología, pero con muy pocas pruebas materiales. A pesar de esto, los primeros altares parecen haber sido de madera, mesas más o menos ordinarias dedicadas al fin sagrado.

Pero podemos examinar los dispositivos arquitectónicos del altar que se desarrollaron en los primeros siglos del Bajo Imperio. El antiguo San Pedro, construido por Constantino, es un ejemplo paradigmático que servirá de modelo a muchas iglesias.

La zona que rodea el altar está delimitada por una columnata, llamada “pergula” o “templon”, que forma sobre el altar un copón. Esta pérgola será reconfigurada posteriormente por san gregorio el grande, construyendo un copón independiente sobre el altar. Toda la plataforma del altar se eleva por encima de la nave para acomodar la tumba de san Pedro.

Justino utilizará estos mismos dispositivos arquitectónicos, casi sin cambios para la gran iglesia de Sofía en Constantinopla. La “pergula” sirve para colgar lámparas, y el copón está cerrado por unos cortinajes llamados tetravela, que se abren durante la liturgia. Es un hermoso símbolo, que recuerda cómo el velo del templo se rasgó en dos cuando murió Jesús, señal de que la presencia y la promesa de Dios ya no se limitaban al templo, que se revelaba en carne y hueso.

Imágenes sagradas

Las imágenes sagradas han sido parte de la cultura eclesial desde el principio. No es de extrañar, pues, que el altar desarrollara su propia aplicación de imaginería para contribuir a lo que Eusebio llama el «testimonio del ojo».

Estas decoraciones de los altares podían estar talladas directamente sobre él, pero a menudo adoptaban la forma de piezas ornamentales aplicadas, en madera, marfil, metal, etc. Pronto se agotó el espacio del frontal del altar y así nació el dorsal o “retrotabula”, con el mismo formato que el frontal, en el borde posterior del altar. Esta “retrotabula”, libre de las limitaciones del tamaño del altar, creció más y más, fusionándose en algunos puntos con la decoración mural de las paredes, surgiendo así el retablo, en todas sus innumerables variedades.

El sagrario

El último elemento en entrar en contacto con el altar fue el sagrario. En aquella época, las especies reservadas se guardaban en un armario de la sacristía, en lugar de fuera, en la iglesia. Con el tiempo evolucionaron algunas prácticas, guardándose, por ejemplo, en píxides suspendidas del copón o colocadas sobre el altar, en forma de palomas o torres; durante la Baja Edad Media, las torres sacramentales se convertirían en un elemento habitual, en particular en Alemania, donde se construirían en un lateral del santuario.

Con el tiempo, y motivado principalmente por el crecimiento de las devociones eucarísticas y la defensa de la presencia real durante la contrarreforma, el sagrario se abre paso al centro del santuario junto con el altar. Sin embargo, hasta el siglo XVII estos sagrarios no estaban diseñados para que el celebrante pudiera acceder a ellos desde el altar, y requerían cierta habilidad para trepar. Durante un par de siglos, el tabernáculo estuvo inextricablemente unido al altar.

¿Qué hace buena a la arquitectura sagrada?

Vitruvio, arquitecto romano, escribió un tratado en el que definía las cualidades de cualquier edificio de la siguiente manera:

-”Firmitas”, fortaleza.

-”Venustas”, belleza.

-”utilitas”, utilidad.

No me extenderé demasiado sobre el primer punto. Se explica por sí solo. Todo el mundo aprecia que un edificio no se derrumbe sobre uno, que no tenga goteras y que sea duradero y esté bien construido.

La belleza

Sobre el segundo punto, Venustas o belleza, ya se han vertido ríos de tinta, pero aun así lo abordaré brevemente. Santo Tomás de Aquino, como Vitruvio, dijo que la belleza tiene tres cualidades distintas:

-”Integritas”, integridad, plenitud, perfección.

-”Consonantia”, proporción, armonía.

-”Claritas”, brillo, luminosidad

Las dos primeras propiedades se refieren a la constitución del objeto, no debe faltarle nada y nada debe ser superfluo, todo debe tener una finalidad. Al mismo tiempo, la relación entre todas estas partes debe ser armoniosa, proporcionada, ordenada. Al fin y al cabo, la proporción no es más que un reflejo del orden que existe en la creación.

Por último, “claritas”, es quizás la característica más tenue. Más que hacer una interpretación muy literal, me gusta la de Jaques Maritain, entendiendo esta “claritas” como lo bien que revela su «secreto ontológico» lo que realmente es, y al revelar su verdadera esencia, muestra al creador. Esta realidad ontológica del altar y de la iglesia es la del encuentro del cielo y de la tierra, las múltiples dimensiones de la Eucaristía, la comunión de toda la iglesia…

La utilidad

Con respecto a la utilidad, no podría haberse saltado esta propiedad fácilmente, al igual que “firmitas”, considerando que sólo se aplica a cuestiones mundanas, que son todas buenas y deseables, como el control climático, la accesibilidad u otras cosas que hacen que el lugar sea utilizable en el sentido material y una pesadilla conseguir que cumpla los códigos de construcción.

Uno podría seguir ahondando un poco más hondo y decir: vale, todo eso está bien, pero ¿cuál es el uso «real» que tiene este edificio? La liturgia

Así pues, debemos considerar también si este espacio es apto para la liturgia, si está dispuesto de manera que los elementos y los movimientos propios de los ritos estén considerados y acomodados. ¿Se ha diseñado teniendo esto en cuenta?

Bellas artes

Termino con este extracto de “Sacrosanctum Concilium”:

«Con razón se considera que las bellas artes figuran entre las actividades más nobles del genio humano, y esto se aplica especialmente al arte religioso y a su realización más elevada, que es el arte sacro. 

Estas artes, por su propia naturaleza, están orientadas hacia la belleza infinita de Dios, que intentan representar de alguna manera mediante la obra de las manos humanas; 

Alcanzan su propósito de redundar en la alabanza y gloria de Dios en la medida en que se dirigen más exclusivamente al único objetivo de dirigir las mentes de los hombres devotamente hacia Dios».

El autorLucas Viar

Director de Proyectos en Talleres de Arte GRANDA

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