En estos últimos años se han escuchado algunas voces que reclamaban un carpetazo a la aplicación del Concilio Vaticano II y convocatoria de un Concilio Vaticano III que planteara de nuevo la situación de la Iglesia en este primer cuarto del siglo XXI y replanteara estrategias y comunicación para el milenio que acabamos de comenzar.
Indudablemente, todas las formulaciones de la fe y todas las llamadas a la evangelización en pocos años quedan necesitadas de reformulación pues las expresiones humanas decaen, se vacían de contenido, se rutinizan y ya no expresan con viveza el contenido siempre perenne de la Revelación. De todas formas, como recuerda la Carta a los Hebreos: “La Palabra de Dios es viva y eficaz, como espada de doble filo que penetra hasta las junturas del alma» (Heb 4, 12).
En realidad, lo que hace falta es invocar una y otra vez al Espíritu Santo para que desde las formulaciones de la fe aprobadas por el magisterio de la Iglesia, ilumine los corazones de los hombres. Como afirmaba con fuerza san Pablo: “la letra mata y el espíritu vivifica” (2 Cor 3, 6).
Releer el Concilio Vaticano II
Al releer la rica teología que contienen los documentos del Concilio Vaticano II, lo primero que impresiona es el extraordinario frescor que encierran, pues está redactado para trasmitir con fuerza la verdad sobre Jesucristo, la Iglesia y el mundo.
Es más, la teología del laicado, las fuentes de la revelación, la libertad de las conciencias, el principio de libertad religiosa, la dignidad de la persona humana, el ecumenismo, el sacerdocio común de los fieles, y tantas cuestiones más han llenado de vitalidad el mensaje cristiano para el final del siglo XX y comienzos del siglo XXI y están anunciando que al Concilio Vaticano II le queda todavía mucha vida. San Juan Pablo II afirmaba en la Exhortación “Novo Milenio ineunte” que la pastoral de la Iglesia del Siglo XXI será la pastoral de la santidad (n. 1), pues indudablemente el primer dialogo de la Iglesia con el mundo contemporáneo fue para invitarle al conocimiento y la amistad con Jesucristo que es la santidad.
Los discursos de san Pablo VI pronunciados hace ahora sesenta años fueron de un gran optimismo, pues esperaba verdaderamente una nueva primavera de la Iglesia de Jesucristo en los siguientes años.
Interpretaciones del Concilio
Como bien sabemos, lo que ocurrió es que previo a la llegada de los textos conciliares a las iglesias particulares acaeció la tergiversación de las doctrinas conciliares promovidas por el llamado “fenómeno de la contestación”, como lo denominaba el cardenal Ratzinger en su famoso informe sobre la fe, una larga entrevista concedida al famoso periodista italiano Messori.
Años después, ya pontífice, Benedicto XVI se refirió a aquellos duros y tristes años de la Iglesia del posconcilio y los interpretó como “la hermenéutica de la ruptura” frente a la hermenéutica de la Tradición.
Indudablemente, la hermenéutica de las Tradición fue la aplicación del auténtico concilio a la vida de la Iglesia y de todas sus instituciones distribuidas por el mundo entero.
Llamada universal a la santidad
La primera y más importante cuestión fue la llamada universal a la santidad (crf. Lumen Gentium” n. 40), que el Magisterio ha sabido en estos años poner en conjunción con el sacerdocio común de los fieles (crf. Catecismo n. 1456) por el cual todos los cristianos han descubierto su llamada a la plenitud de la santidad y a las bienaventuranzas. A la vez ese sacerdocio común se ha expresado en la importancia de la acción apostólica de los fieles laicos para ser fermento en la masa y ejercer una evangelización capilar en el mundo llevando los valores del Evangelio y la noticia de Jesucristo a todos los hombres.
También, como afirmaba “Gaudium et spes”, los fieles laicos son “el alma del mundo” (n.4) y por tanto han de regir su familiar, la tierra donde trabajan y todos los ambientes sociales y profesionales.
Los viajes del Santo Padre San Juan Pablo II, Benedito XVI y el papa Francisco, llevaron al orbe entero y en muchas ocasiones. La presencia del Romano Pontífice hasta el último roncón de la tierra, al portar la llama del amor de Dios y del amor a la Iglesia fomentaron la unión de las iglesias y a la vez valoraron las tradiciones locales, para ser un solo pueblo con un solo pastor.
La dignidad humana
Indudablemente, las doctrinas conciliares sobre la dignidad de la persona humana se incrementaron al revalorizar los derechos humanos, pero también los fundamentaron sólidamente al mostrarlos apoyados en el hombre como imagen y semejanza de Dios. Al ser Dios en su vida íntima relaciones subsistentes: relación subsistente Paternidad, relación subsistente Filiación y relación subsistente Amor entre el Padre y el Hijo.
Por tanto, el hombre ha sido definido por el concilio como relación. Relación con Dios en primer lugar y relación con los demás. Al provenir del amor de Dios está finalizado por Dios al amor en la libertad de los hijos de Dios. De ahí que el hombre al conocer y amar a Dios y a los demás está madurando y creciendo.
La aplicación del Concilio
Si se lee todos las Encíclicas y Exhortaciones apostólicas publicadas por san Juan Pablo II se comprueba que se ha aplicado el concilio a todos los ambientes de la Iglesia y a todas las facetas de la vida de la Iglesia. No han quedado cuestiones en el aire: la Iglesia, los misterios de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, los años dedicados a la Trinidad, a la vida eucarística y penitencial. Verdaderamente el concilio aportó mucha luz. Además contamos con el catecismo y el Código de Derecho Canónico.
En el ecumenismo, san Juan Pablo II publicó una Encíclica fundamental “Ut unum sint” con la que se ha movido al pueblo cristiano a conocer y apreciar la parte de revelación común con los hermanos separados, para conocerse y comprenderse, y, como afirmaba “Unitatis redintegratio”: hemos de trabajar juntos por la caridad.
De hecho, la sinodalidad que el papa Francisco ha aplicado a la vida de la Iglesia del tercer milenio estaba ya preconizada con los sínodos de obispos que cada dos años se han ido celebrando en Roma con representación de la iglesia Universal con las que los diversos Romanos pontífices han seguido aplicando el Concilio Vaticano II a la vida de la Iglesia universal.