Una soleada mañana ha acompañado el Ángelus del Papa en este domingo de Navidad. desde el balcón de la basílica de san Pedro, el Papa Francisco se ha dirigido a los fieles animando a vencer «el letargo del sueño espiritual y las falsas imágenes de la fiesta que hacen olvidar quién es el homenajeado». Una alocución marcada por el recuerdo a la falta de paz en el mundo y esas naciones golpeadas por la guerra.
«Volvamos a Belén, donde resuena el primer vagido del Príncipe de la paz. Sí, porque Él mismo, Jesús, es nuestra paz; esa paz que el mundo no puede dar y que Dios Padre dio a la humanidad enviando a su Hijo», ha continuado el Santo Padre.
Francisco ha querido recordar que seguir el camino de la paz marcado por Jesús presupone abandonar los lastres del «apego al poder y al dinero, la soberbia, la hipocresía, la mentira. Estas cargas imposibilitan ir a Belén, excluyen de la gracia de la Navidad y cierran el acceso al camino de la paz. Y, en efecto, debemos constatar con dolor que, al mismo tiempo que se nos da el Príncipe de la paz, crudos vientos de guerra continúan soplando sobre la humanidad».
Naciones en guerra
El Papa ha señalado los nuevos rostros del Niño de Belén: «que nuestra mirada se llene de los rostros de los hermanos y hermanas ucranianos, que viven esta Navidad en la oscuridad. (…)Pensemos en Siria, todavía martirizada por un conflicto que pasó a segundo plano pero que no ha acabado; pensemos también en Tierra Santa, donde durante los meses pasados aumentaron la violencia y los conflictos, con muertos y heridos. Imploremos al Señor para que allí, en la tierra que lo vio nacer, se retome el diálogo y la búsqueda de confianza recíproca entre israelíes y palestinos».
Una de las regiones, visitadas recientemente por el Papa y que ha formado parte de su recuerdo en este día ha sido Oriente Medio. Francisco ha continuado pidiendo que «el Niño Jesús sostenga a las comunidades cristianas que viven en todo el Oriente Medio, para que en cada uno de esos países se pueda vivir la belleza de la convivencia fraterna entre personas pertenecientes a diversos credos. Que ayude en particular al Líbano, para que finalmente pueda recuperarse, con el apoyo de la comunidad internacional y con la fuerza de la fraternidad y de la solidaridad. Que la luz de Cristo ilumine la región del Sahel, donde la convivencia pacífica entre pueblos y tradiciones se ve perturbada por enfrentamientos y violencia. Que oriente hacia una tregua duradera en Yemen y hacia la reconciliación en Myanmar y en Irán, para que cese todo derramamiento de sangre».
Tampoco ha querido el Papa olvidar su continente de origen, América, en el que algunos países viven momentos de incertidumbre y desestabilización social como Nicaragüa o Perú. El Papa ha elevado sus plegarias pidiendo que Dios «inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad en el continente americano, a esforzarse por pacificar las tensiones políticas y sociales que afectan a varios países; pienso particularmente en el pueblo haitiano, que está sufriendo desde hace mucho tiempo».
Mirantes y hambrientos
Asimismo, ha hecho una comparación entre el significado de Belén, «Casa del pan», señalando «las personas que sufren hambre, sobre todo los niños, mientras cada día se desperdician grandes cantidades de alimentos y se derrochan bienes a cambio de armas». En este punto, se ha detenido en las consecuencias de la guerra en Ucrania que «ha agravado aún más la situación, dejando poblaciones enteras con riesgo de carestía, especialmente en Afganistán y en los países del Cuerno de África. Toda guerra —lo sabemos— provoca hambre y usa la comida misma como arma, impidiendo su distribución a los pueblos que ya están sufriendo». En una jornada en la que muchas familias se reúnen en una mesa especial, el Papa ha pedido que «la comida no sea más que un instrumento de paz».
Por último, el Papa, ha señalado a «tantos migrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de consuelo, calor y alimento. No nos olvidemos de los marginados, de las personas solas, de los huérfanos y de los ancianos que corren el riesgo de ser descartados; de los presos que miramos sólo por sus errores y no como seres humanos».
El Santo padre ha concluido pidiendo que nos dejemos «conmover por el amor de Dios y sigamos a Jesús, que se despojó de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud».
Tras las palabras, el Papa ha dado la bendición Urbi et orbi a todos los presentes en la plaza de san Pedro y a quienes han seguido esta bendición a través de los diversos medios de comunicación.