En el quinto domingo de Cuaresma, el Papa ha reflexionado, leyendo él mismo el discurso en esta ocasión, sobre el Evangelio de hoy, en el que Jesús explica que «en su Cruz, veremos su gloria y la del Padre».
Francisco se ha detenido en esta aparente paradoja: «¿Pero cómo es posible que la gloria de Dios se manifieste precisamente ahí, en la Cruz? Uno podría pensar que eso sucedería en la Resurrección, no en la Cruz, que es una derrota, un fracaso. En cambio, hoy Jesús, hablando de su Pasión, dice: ‘Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre’ (v. 23). ¿Qué quiere decirnos?».
La respuesta está en que, para Jesús, glorificarse es amar y entregarse: «Quiere decirnos que la gloria, para Dios, no corresponde al éxito humano, a la fama o a la popularidad: no tiene nada de autorreferencial, no es una manifestación grandiosa de potencia a la que siguen los aplausos del público. Para Dios la gloria es amar hasta dar la vida. Glorificarse, para Él, quiere decir entregarse, hacerse accesible, ofrecer su amor. Y esto sucedió de manera culminante en la Cruz, donde Jesús desplegó al máximo el amor de Dios, revelando plenamente su rostro de misericordia, entregándonos la vida y perdonando a quienes lo crucificaron».
En este sentido, el Pontífice ha comentado que la Cruz es la «cátedra de Dios»: «Desde la Cruz, ‘cátedra de Dios’, el Señor nos enseña que la gloria verdadera, la que nunca se desvanece y hace feliz, está hecha de entrega y perdón. Entrega y perdón son la esencia de la gloria de Dios. Y son para nosotros el camino de la vida. Entrega y perdón: criterios muy diferentes a lo que vemos a nuestro alrededor, y también en nosotros, cuando pensamos en la gloria como en algo que hay que recibir más que dar; como algo que hay que poseer en vez de ofrecer. Pero la gloria mundana pasa y no deja alegría en el corazón; ni siquiera lleva al bien de todos, sino a la división, a la discordia, a la envidia».
Tras invitar a que reflexionemos sobre cuál es la gloria que buscamos en esta vida, si agradar al mundo o a Dios, el Papa ha finalizado recordando que «cuando entregamos y perdonamos, en nosotros resplandece la gloria de Dios» y pidiendo la intercesión de María: «Que la Virgen María, que siguió con fe a Jesús en la hora de la Pasión, nos ayude a ser reflejos vivientes del amor de Jesús».
Al finalizar el Ángelus, el Papa ha hablado de los religiosos liberados en Haití, que fueron secuestrados el pasado 23 de febrero, y ha pedido que sean liberados los otros dos religiosos y las otras personas aún secuestradas.
Por otra parte, ha recordado que debemos seguir rezando por el fin de las guerras, mencionando en particular las de Ucrania, Palestina e Israel, Sudán del Sur y Siria, «un país que sufre tanto por la guerra desde hace tiempo».
Francisco ha saludado además a los diferentes grupos presentes, con una especial mención a los maratonistas que participan en la Carrera de la Solidaridad. Para finalizar, como es habitual, el Papa ha pedido a los fieles presentes que no se olviden de rezar por él.