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Retazos de mi amistad con el Papa Francisco

El sacerdote Víctor Urrestarazu, Vicario del Opus Dei en Paraguay, conoció de cerca al Papa Francisco cuando este último era Arzobispo de Buenos Aires y Urrestarazu desempeñaba el cargo de Vicario Regional del Opus Dei en Argentina, Paraguay y Bolivia. Unos recuerdos sobre el Papa que celebra el 27 de junio el aniversario de su consagración episcopal.

Víctor Urrestarazu·27 de junio de 2023·Tiempo de lectura: 5 minutos
papa francisco urrestarazu

El autor del artículo recibido por el Papa Francisco ©Foto cortesía de Víctor Urrestarazu

Mis tres primeros años como Vicario Regional del Opus Dei en Argentina, Paraguay y Bolivia corrieron paralelos a los tres últimos años del Cardenal Bergoglio como Arzobispo de Buenos Aires. Esta circunstancia me permitió coincidir con él en varias oportunidades y se forjó así una preciosa amistad que dura hasta hoy.

Tratar al Papa como amigo a través de cartas, encuentros personales y concelebraciones eucarísticas me ha permitido presenciar en vivo y en directo lo que considero un rasgo definitorio de su personalidad: el sencillo olvido de sí mismo. Además, sobre esa base de humildad, he podido palpar su conmovedora piedad, su desvelo por los sacerdotes, y su evidente predilección por los pobres y vulnerables.

Estuve con él por primera vez durante una Misa multitudinaria en la Catedral de Buenos Aires. El presidía y yo concelebraba. Era el 26 de junio del 2010, fiesta de san Josemaría. Junto con ese estar a gusto, rodeado del afecto de tantos fieles de la Prelatura del Opus Dei, lo vi metidísimo en el misterio: piadoso, recogido, contagiando a todos los presentes la vibración de su fe y el ímpetu de su fuego apostólico.

Antes de comenzar la celebración se interesó muy sinceramente por mí y por los trabajos que me esperaban: yo acababa de llegar a Buenos Aires. Luego lo acompañé en otras dos Misas de san Josemaría, las del 2011 y 2012, en las que pude admirar de nuevo su temple de sacerdote. Ese temple que, por así decir, terminó de configurarse sacramentalmente un día como hoy, el 27 de junio de 1992, cuando recibió su ordenación episcopal de manos del Cardenal Antonio Quarracino.

He visto resplandecer esa piedad suya en todas las Misas que concelebré con él: tanto en la intimidad de su oratorio en Santa Marta como al aire libre, en Paraguay, rodeado de un millón y medio de personas. Como aislado del entorno, siempre lo vi pendiente del Señor en la Eucaristía.

Tomando un tereré

Durante aquel trienio en Buenos Aires me sentí arropado por sus virtudes de buen pastor: siempre muy padre, siempre muy cercano. Hasta que el 13 de marzo de 2013 lo vimos asomarse a la Plaza de San Pedro vestido de blanco.

Aquel día experimenté lo que seguramente experimentó todo argentino: la emoción, el estupor, la sorpresa feliz, y el presentimiento de que ya nada sería igual, de que posiblemente ya no lo vería más.

Pero me equivoqué. Justo dos años después, en marzo del 2015, viajé a Roma y estuve con él al concluir una audiencia general. Sabía que el siguiente mes de julio visitaría Paraguay. Por eso, y porque sabía también que profesa un particular afecto hacia ese país, me animé a ofrecerle “un tereré”.

La foto del Papa disfrutando esa bebida típica del Paraguay, a base de yerba mate y agua casi congelada, se difundió rápidamente por los medios paraguayos: era el preludio de lo que sería un viaje apoteósico, inolvidable, marcado por el entusiasmo y las emociones de un pueblo que ama a Francisco con todas las fibras de su alma.

En el bolsillo del Papa

Creo, sin temor a exagerar, que el modo tan lleno de cariño en que el pueblo paraguayo recibió al Papa constituye un ejemplo para todo el mundo. Y a mí, por gracia de Dios, me tocó la inmensa suerte de que en aquellas jornadas agotadoras me recibiera a solas unos minutos. Fue el sábado 11 de julio de 2015 en la sede de la Nunciatura.

Al terminar nuestra charla, íntima e intensa, de hijo a padre, de sacerdote a sacerdote, de amigo a amigo, de compatriota a compatriota, le regalé un raro y pequeñísimo Via Crucis: con sus estaciones labradas en plata, es una antigua miniatura propiedad de una familia paraguaya que, generosamente, se lo ofrecía al Papa de todo corazón.

Tengo que decir que le entregué esa auténtica obra de arte con temor bien fundado de que lo dejara en otras manos, como suele hacer con los tantísimos regalos que recibe, pero esta vez también me equivoqué. En secuencia rapidísima, teniendo aquel tesoro ya entre sus manos, se le iluminó la cara, se lo guardó inmediatamente en el bolsillo, y me comentó visiblemente emocionado: “¡A esto me lo quedo!”, agregando que le vendría muy bien para repasarlo todos los días.

Ya van ocho años que esa pieza tan valiosa sigue allí, en el bolsillo del Papa. Incluso la ha mostrado en encuentros públicos para explicar que la Cruz, aparente “fracaso de Dios”, es en realidad su gran victoria. “Con estas dos cosas, yo no pierdo la esperanza”, llegó a decir, por ejemplo, en Kenia, el 27 de noviembre de 2015, mostrando a la multitud un rosario y el Via Crucis paraguayo.

Respuestas de puño y letra

En el 2020, en plena pandemia, le escribí mi primera carta. Quería pedirle consejos pastorales para atender mejor a las personas que dependían más directamente de mi trabajo como Vicario Regional.

Su breve respuesta, de puño y letra, no dejó de conmoverme. Me alentaba a tener paciencia, y paciencia, y más paciencia; a cultivar una mirada comprensiva y esperanzada hacia cada alma; y me suplicaba que por favor rezara por él y sus intenciones mientras que él lo haría por mí y las mías.

Nuestro cruce de correspondencia suma ahora un total de veinte cartas: las mías, digitales; las de Francisco, manuscritas. Las conservo como reliquias y todas terminan igual, con la petición sencilla de que rece por él. Este hecho, por sí mismo, es realmente impresionante y no acierto a comprender el motivo: el Papa no tiene porqué responderme y, sin embargo, no ha dejado de contestar una sola de mis cartas. Pero lo que más me sorprende es otro detalle: que la respuesta me suele llegar el mismo día en que le escribo, o al día siguiente. Esto es algo extraordinario y sólo se explica por su entrega generosa.

Entre las últimas líneas que le escribí, en marzo del 2023, le contaba que estaba a punto de someterme a una operación de columna. Como ya es increíblemente habitual, me respondió el mismo día asegurándome que rezaba por mi pronta recuperación. Luego, al mes, le conté que ya estaba mejor, recuperándome, y me contestó de nuevo, tan rápido como siempre y agregando lo de siempre: “no te olvides de rezar por mí; yo rezo por vos”.

“No te empaches con chipa”

En octubre del 2021 le escribí para contarle una novedad importante: me despedía de Buenos Aires y volvía a radicarme en Asunción para desempeñarme como Vicario del Opus Dei en Paraguay. Y ante el nuevo desafío le suplicaba que me ofreciera orientaciones o sugerencias.

Me escribió alegrándose de que vuelva a este país que lleva tan adentro de su corazón sacerdotal y, al parecer, juzgó que no necesitaba consejos porque se limitó a gastarme una broma: “¡No te empaches con chipa!”.

Para quienes no están familiarizados con la gastronomía paraguaya, hay que explicar que la chipa es un panificado muy popular elaborado con almidón de mandioca y que, como conoce bien el Papa, es casi irresistible. De modo que, bien mirado, se trata de un consejo que esconde más sabiduría de lo que aparenta a simple vista.

“¿Cómo llegaste acá?”

A mediados del 2021, por deberes de mi encargo pastoral, tuve que viajar a Roma. Y por gracia de Dios el Papa me recibió en su despacho. Estuvo cariñosísimo y lo primero que me preguntó, más que intrigado, fue: “¿Cómo llegaste acá?”

La pregunta no era ociosa porque en aquellos días de pandemia mundial galopante cruzar el Atlántico constituía una empresa imposible. Yo pude hacerlo por una sorprendente y providencial constelación de factores: diría que por milagro.

En esa reunión pasó algo impensado: ¡la tuve que suspender yo! Francisco, olvidado de sí mismo, me dedicaba su tiempo como si no tuviera agenda, como si fuéramos amigos de toda la vida. A mí, que tengo claro que no merezco semejante trato, me parecía que no podía aprovecharme más de la bondad del Papa y pasados los 45 minutos le sugerí que ya era hora de retirarme.

Termino ahora el relato de mis recuerdos: he recibido inmerecidamente, como sin buscarlo, el don y el privilegio de la amistad con el Papa. Y hoy, desde mi humilde condición de sacerdote, en el aniversario de su ordenación episcopal, hago el propósito de redoblar mis oraciones por su persona y sus intenciones. ¿Podré pedirte, querido lector, que eleves también una plegaria por Francisco?

El autorVíctor Urrestarazu

Vicario del Opus Dei en Paraguay

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