La diócesis (archidiócesis desde 1994) de Berlín es relativamente joven, pues fue erigida en 1930. Hasta entonces formaba parte de la diócesis de Breslau (la actual Wrocław, en Polonia), si bien desde 1923 tenía una cierta autonomía, con un obispo auxiliar residente en Berlín. Pero fue el 13 de agosto de 1930 cuando, en virtud de la Bula “Pastoralis officii nostri”, se creó la diócesis de Berlín, y el hasta entonces obispo de Meissen, Christian Schreiber, fue nombrado primer obispo de Berlín. Sería obispo hasta 1933, siendo su sucesor Nikolaus Bares (1933-1935).
El primer obispo que rigió la diócesis durante un prolongado periodo, dejando una huella indeleble, fue Mons. Konrad von Preysing (cardenal desde 1946), nombrado en 1935. Von Preysing no solo destacó como opositor al régimen nacionalsocialista, sino que en los últimos años –gobernaría la diócesis hasta 1950– se tuvo que enfrentar a la división de Alemania y de Berlín: en 1949 se crean la República Federal de Alemania, en el oeste, y la República Democrática Alemana (RDA) en el este.
Berlín se encontraba dividido desde 1945 en cuatro sectores, correspondientes a las cuatro potencias aliadas –Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Unión Soviética–; a pesar de que, hasta la construcción del muro, había relativa libertad de movimientos dentro de todo Berlín, ya en 1948 la antigua capital queda dividida en un Berlín occidental (los tres sectores de potencias occidentales) y otro oriental (el sector soviético). Cuando, en 1949, se crean la República Federal y la RDA, esta proclama a Berlín (oriental) como su capital, mientras que Berlín occidental se convirtió, de facto, en un Estado de la República Federal.
Cuando, en 1952, el gobierno de la RDA prohíbe a los habitantes de Berlín occidental acceder al territorio de la RDA, Berlín occidental se convierte en una especie de “isla” dentro de la RDA. Por esto, incluso antes de la construcción del muro de Berlín, la diócesis –que, desde el punto de vista del derecho canónico, no se dividió en ningún momento: el obispo de Berlín era el obispo de toda la diócesis; es decir, no solo del territorio comprendido en la RDA, sino también de Berlín este y oeste– estaba considerada la más difícil diplomática y administrativamente de las iglesias europeas. En una rueda de prensa celebrada el 15 de junio de 1955, el obispo Wilhelm Weskamm (1951-1956), sucesor del cardenal Von Preysing, describió la situación de su diócesis como un reflejo de la desunión de Alemania. Aunque podía moverse libremente por todo Berlín, necesitaba permiso para cada viaje al territorio de la RDA, donde tenía que presentarse en las comisarías locales.
Por las dificultades que creaba la división de Alemania y de Berlín, y también por el carácter cada vez más anticristiano del régimen en la RDA, que por ejemplo impedía participar a los obispos de la RDA en la Conferencia Episcopal Alemana, ya en 1950 se crea la “Conferencia de Ordinarios de Berlín” (BOK) con los obispos, obispos auxiliares y demás titulares de jurisdicción. En 1957, el sucesor de Weskamm en la sede berlinesa, Julius Döpfner (1957-1961), publica un decreto señalando que el Presidente de la BOK es el único interlocutor para las autoridades de la RDA (“Decreto Döpfner”), con el fin de hacer todo lo posible para que no se divida la Iglesia católica en Alemania.
Döpfner, a quien Juan XXIII concede el capelo cardenalicio en diciembre de 1958, pronto entraría en conflicto con el gobierno de la RDA. En 1958 se elimina la asignatura de religión en las escuelas, al mismo tiempo que se concede mayor peso a la “Jugendweihe” (la “consagración de la juventud” como sustitución ateísta de la Primera Comunión y confirmación). El obispo reacciona con una carta pastoral en la que expone la doctrina de la Iglesia. La confrontación entre el obispo y el régimen de la RDA lleva a prohibir que el obispo, que residía en Berlín occidental, pise el este de la ciudad. “La solución de este problema pastoral será una novedad: el nombramiento de un segundo obispo auxiliar para Berlín”, según refiere el biógrafo de Alfred Bengsch, Stefan Samerski, pues el ya existente, Paul Tkotsch (1895-1963) no se encontraba ya, por motivos de salud, en condiciones de ampliar su radio de acción a la parte este de la ciudad.
Así es como Alfred Bengsch fue nombrado obispo auxiliar de Berlín, el 2 de mayo de 1959. Bengsch había nacido –a diferencia de todos los obispos anteriores– en el mismo Berlín, en el distrito occidental de Schöneberg, el 10 de septiembre de 1921. Había comenzado los estudios de Teología cuando fue llamado a filas en 1941; después de su periodo como prisionero de guerra entre 1944 y 1946, en dicho año reanuda sus estudios y es ordenado sacerdote por el cardenal Von Preysing el 2 de abril de 1950.
A diferencia del cardenal Döpfner, el nuevo obispo auxiliar –al tener su domicilio y sede en Berlín oriental, capital de hecho de la RDA– puede moverse con relativa facilidad por toda la diócesis, que ocupa buena parte del territorio de la RDA, por ejemplo, para administrar confirmaciones o para realizar visitas pastorales.
La confrontación entre el cardenal Döpfner y las autoridades subió rápidamente de tono en el año 1960, tras la carta pastoral con ocasión de la Cuaresma, en la que atacaba directamente al régimen. El fallecimiento del arzobispo de Múnich-Freising, el cardenal Joseph Wendel, el 31 de diciembre de 1960, proporcionó a la Santa Sede –en la que estaba comenzando una “Ostpolitik” de no-confrontación de la Iglesia en los países comunistas– la posibilidad de retirar a Döpfner de Berlín. Si bien el cardenal comunicó al Papa que deseaba continuar en Berlín, Juan XXIII le escribió personalmente una carta el 22 de junio de 1961 para exponer su decisión de transferirle a la capital bávara.
El 27 de julio, el capítulo de la catedral berlinesa elegía al obispo auxiliar Alfred Bengsch como sucesor del cardenal Döpfner, quien había apoyado dicha elección; así lo dijo en la Misa de despedida antes de trasladarse a Múnich: “El hecho de que se nombrara a un obispo que vive en la parte oriental de la diócesis corresponde a imperiosas consideraciones pastorales”.
El nuevo obispo Alfred Bengsch no había tomado aún posesión de la diócesis cuando, el 13 de agosto de 1961, le sorprendió la construcción del “muro” pasando sus vacaciones estivales en la isla de Usedom. Que la división de Berlín, y por lo tanto de la diócesis, era ya un hecho consumado se aprecia en el hecho de que la toma de posesión tuvo que realizarse por separado, el 19 de septiembre en la iglesia del Corpus Christi en Berlín este; el 21 de septiembre, en la de St. Matthias, en Berlín oeste. Si bien el territorio de la diócesis sito en la RDA era muchísimo más extenso que en la parte occidental (Berlín oeste), la proporción de católicos era mucho mayor en ésta; en números absolutos: en todo el este (Berlín oriental y RDA) vivían unos 262.000 católicos; en Berlín occidental eran aprox. 293.000, donde trabajaban 139 de los 358 clérigos en total.
Aunque Döpfner le escribió proponiendo que, dada la situación, para un obispo residente en la RDA era prácticamente imposible regir la parte occidental, por lo que abogaba por una división en dos diócesis, Bengsch se negó a ello, anteponiendo la unidad de la diócesis: “Conservemos la unidad de la Iglesia” se convirtió en el leitmotiv de su gobierno. Para ello tuvo que enfrentarse a la política que las autoridades de la RDA denominaron “de diferenciación” y que no era otra cosa que el intento de dividir a la Iglesia católica: una “política de conversaciones” con el clero para inculcarles la ideología socialista.
Bengsch reaccionó reafirmando el ya mencionado “Decreto Döpfner”: las relaciones con las autoridades estatales se canalizan exclusivamente por el presidente de la BOK. El obispo se limitaba a tratar cuestiones concretas con las autoridades, imponiendo al clero una “abstinencia” política. Lo cual, sin embargo, no quiere decir que no tomaran postura en cuestiones morales, por ejemplo, predicando contra la introducción del aborto.
A diferencia de la situación de la Iglesia católica en otros países comunistas, en la RDA podía contar con la ayuda financiera de la República Federal; gracias a esta podía mantener obras caritativas y hospitales.
Según el biógrafo de Bengsch, este tenía “al menos cuatro triunfos en la manga” frente a las autoridades de la RDA: divisas que tanto necesitaba el régimen, atención médica al nivel de los países occidentales, conexión internacional con la Santa Sede, que “el régimen podía instrumentalizar política-ideológicamente”, y un número relativamente reducido de católicos en la RDA como para inquietar el régimen.
Sería interesante profundizar en cómo influyó el concilio Vaticano II y la llamada revolución del 68 sobre todo en el Berlín occidental; asimismo habría que tratar en este contexto la situación de las diócesis alemanas que se extendían al territorio al este de los ríos Oder y Neisse, que pasaron a formar parte de Polonia tras la Segunda Guerra Mundial: Bengsch estaba a favor de una completa reorganización, lo cual realmente no se llevaría a cabo sino en 1994, tras la caída del muro, la reunificación alemana en 1989/1990 y el reconocimiento definitivo por parte de Alemania de la “línea Oder-Neisse” como frontera con Polonia.
Esfuerzos por la unidad
Ahora bien, por motivos de espacio, vamos a ceñirnos al hilo conductor de estas líneas: el esfuerzo de Mons. Bengsch por mantener la unidad de su diócesis, contra todos los intentos de que se “independizara” Berlín occidental, convirtiéndose en una nueva jurisdicción, por ejemplo, nombrándose un Administrador apostólico.
En este contexto hay que mencionar principalmente la denominada “Ostpolitik” del Vaticano, tras e incluso durante el mencionado concilio: desde 1963, la Santa Sede comienza a establecer relaciones con países del Este –en primer lugar, Hungría y Yugoslavia–. La idea de dicha “Ostpolitik” de la Santa Sede era la adaptación de las fronteras eclesiásticas a las fronteras estatales; este sería el tema dominante en las relaciones entre Iglesia y Estados hasta 1978.
Sobre todo el cardenal Agostino Casaroli, desde 1967 una especie de “ministro de Asuntos Exteriores” de la Santa Sede, consideraba su actuación en Alemania oriental como ejemplar para todo el bloque del Este.
La RDA presionaba para que allí se estableciera no solo nuevas diócesis, sino también una conferencia episcopal “nacional”. Si bien, en julio de 1973, se nombran administradores para Erfurt, Magdeburg y Schwerin, gracias a la influencia del (desde 1967) cardenal Bengsch, no se erigen “Administraciones apostólicas”.
Aunque las presiones del gobierno de la RDA llevan a crear una nueva conferencia episcopal, el cardenal Bengsch consigue que, al menos, no se denomine “Conferencia Episcopal en la República Democrática Alemana” o similar, sino “Conferencia Episcopal de Berlín” (“Berliner Bischofskonferenz” BBK), cuyos estatutos aprueba la Santa Sede el 25 de septiembre de 1976, por un periodo de prueba de cinco años.
En el tira y afloja que se produjo a continuación, la BBK califica la erección de “tres administraciones apostólicas” como “mal menor”, si la Santa Sede lo considera “inevitable”. En mayo de 1978, el cardenal Casaroli informa al ministro de Asuntos Exteriores de la RDA, Otto Fischer, que la Santa Sede, si bien no erigirá diócesis en Alemania oriental, sí creará administraciones apostólicas.
El cardenal Höffner, en su condición de presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, presenta inmediatamente una protesta en Roma. Tras la decisión definitiva del Papa, de 2 de julio de 1978, se comienza a preparar ese paso canónico. Sin embargo, Pablo VI fallece el 6 de agosto, sin haber firmado los decretos.
La elección de Karol Wojtyła como Papa supuso una alegría enorme para el cardenal Bengsch: se había conocido en el concilio Vaticano II, y ambos habían sido creados cardenales en el mismo consistorio. Además de unirles una personal amistad –se ha conservado una foto que documenta cómo el entonces cardenal de Cracovia visita al de Berlín en la vivienda de este, en septiembre de 1975–, no sólo coincidían en cuestiones teológicas, sino también en las cuestiones de la ”Ostpolitik”: Juan Pablo II trató estos asuntos con un “dilata”, de modo que los correspondientes documentos desaparecieron en un cajón de la Curia. De este modo, el statu quo eclesiástico se mantuvo inalterado en la RDA hasta su final, el 3 de octubre de 1990.