Alfonso Tapia lleva 23 años siendo misionero en Perú, donde se ordenó en el año 2001. Reside en una parroquia del vicariato apostólico de San Ramón, una zona de selva, muy pobre y con comunicaciones muy complicadas: de la sede del vicariato hasta su parroquia hay 277 km que tarda en recorrer casi ocho horas.
En esta entrevista, nos habla con su acento peruano de su vocación, su tarea en Perú y la misión evangelizadora de la Iglesia.
¿Cómo nace su vocación misionera?
A los 26 años, cuando era profesor de matemáticas, participé con una ONG en una experiencia misionera de dos meses en Perú. Aquello me abrió un poquito el mundo, me di cuenta de que la Iglesia es muy grande, muy rica, y que hay realidades muy distintas a la que yo vivía en España. Me llamó la atención especialmente el sacerdote que estaba allí, un jesuita español. Volví al año siguiente y, desde el primer momento, mi intención era poder pedir una excedencia en el trabajo para compartir con este sacerdote por lo menos tres años.
Las cosas fueron de otra forma: el sacerdote murió en las fiestas del pueblo, reclamando justicia para la gente. Aquello me movió interiormente, generándome un deseo de querer morir igual, con las botas puestas. Empecé a mover un poquito los hilos y en menos de dos semanas tenía todo listo para poder ir un año entero al Perú. Y ahí, bajo la sombra de este testimonio de este sacerdote, frente a la necesidad de la gente y, sobre todo, en el momento de la oración, descubrí que el Señor también me decía a mí: “¿A quién enviaré, quién irá por mí?”.
Quise quedarme allí en Perú para estudiar, porque había visto sacerdotes españoles misioneros muy buenos, pero que prácticamente eran islas dentro del presbiterio. Dejé el trabajo y estudié tres años en San Dámaso. Luego, por fin conseguí que me aceptasen no en Arequipa, que era la diócesis primera en la que yo estaba, sino en Lima, y allí conocí a un seminarista de la selva. Terminé los estudios en Lima, pero me ordené en el vicariato apostólico de San Ramón, donde estoy ahora desde diciembre del año 2000.
¿Cuál es su tarea en San Ramón? ¿Qué historia o historias le han llegado más?
Desde que yo llegué a San Ramón, siempre dije que la cama es muy grande y la manta es muy chiquita. ¿Eso qué quiere decir? Pues que los que estamos tenemos que hacer muchas cosas. Básicamente, así lo más gordo es que soy el ecónomo del vicariato y el vicario general, que está digamos apoyando al obispo. Además de eso no estoy en la sede de San Ramón, sino a siete horas más adentro, en una parroquia, en un territorio histórico misionero, el Gran Pajonal, que es una zona de comunidades nativas ashaninkas. Ahí tenemos un colegio con residencia, con muchachos de comunidades nativas. Va de primero a quinto de secundaria, lo que sería en España la ESO y un año más.
Están desde el domingo por la tarde hasta el viernes. El viernes, después de comer, regresan a sus comunidades andando. Normalmente caminan entre dos y nueve horas. Algunos son de sitios más lejanos: vienen sus padres con moto o, si no, se quedan ahí. Intentamos ayudar a estos muchachos a nivelar sus estudios y preparamos a los que quieren estudios superiores. Lo curioso es que la mayoría de los que perseveran quieren ir a la universidad. Tenemos en el vicariato profesores bilingües, con siete lenguas distintas. Ayudamos a los muchachos en todo este proceso de mejorar sus estudios, sus posibilidades de futuro, pero sin renunciar a ser ashaninkas, por eso el colegio es bilingüe y entre ellos hablan su idioma. Normalmente vienen con el nivel de español bastante bajo, y la mayoría tampoco tiene conocimientos religiosos. Así que, al ritmo que ellos quieren, vamos evangelizándolos. Algunos son evangélicos, otros no son nada. Algunos piden el bautismo, otros no. Así que, respetando el ritmo de ellos y de sus papás, también intentamos darles a conocer la persona de Jesús, el reino de los cielos, y por lo general lo aceptan bastante bien.
La tarea misionera ¿cree que ha cambiado o no desde los primeros siglos de la Iglesia?
La misión de la Iglesia en cuanto al envío y la misión es siempre la misma: el enviado del Padre, que es Jesucristo, envía la Iglesia a todo el mundo. Por eso toda la iglesia es misionera, pero por supuesto el que nos envía es precisamente aquel que se encarnó. Lógicamente, la Iglesia se sigue “reencarnando” en cada realidad, en cada situación, en cada momento histórico. Por supuesto es completamente distinto de unos lugares a otros, estamos constantemente reencarnándonos como cuerpo místico de Cristo.
El Papa nos anima a vivir con espíritu misionero. Para quienes la misión sigue siendo algo lejano ¿cómo vivir la misión en cada lugar? Y al mismo tiempo ¿cómo fomentar y ayudar a quienes se desplazan a lugares de misión y a aquellas comunidades?
Creo que más o menos todos lo sabemos: por un lado dar a conocer la misión de la Iglesia. Sabemos bien que, en un mundo secularizado como el nuestro, de las pocas cosas, junto con Cáritas, que mantienen un cierto afecto de la gente hacia la Iglesia es precisamente la labor de los misioneros. Por eso creo que es importante darla a conocer con sencillez y sin triunfalismos, para que la gente sepa lo que la Iglesia hace en todos esos lugares y que no solo somos los padrecitos que llevamos chancletas, sino que yo he nacido de la iglesia de España y somos todos la misma Iglesia.
Nosotros estamos allí porque desde aquí nos han enviado, desde aquí nos ayudan, nos apoyan… Es importante que se conozca un poquito todo eso. Hay que vivir la comunión de los santos en la oración de cada día los unos por los otros. Yo también invito, porque los últimos años creo que está creciendo mucho esto, a que los que se sientan llamados y tengan la oportunidad de hacer una experiencia misionera de por lo menos un mes (menos ya no merece la pena), o tres meses, seis, un año, dos… vean las opciones, se preparen, por supuesto, y no le nieguen al Espíritu Santo esa oportunidad para ellos y para la iglesia.
La Iglesia es misionera por fundación, es la enviada del Enviado, y la misión precisamente es ser enviado. Todo bautizado está llamado a ser misionero. Y la experiencia nos dice que es más difícil hacerlo en casa que al otro lado del charco, en otro continente. Empezamos a ser misioneros por lo que tenemos cerca: la familia, los padres y los hermanos, los amigos, los compañeros de trabajo, los del barrio… Hay que ser misioneros en el deporte, en el mundo de la cultura, de las diversiones… Eso es mucho más complicado que hacerlo entre nativos. De nosotros depende, como dice el Papa, esa creatividad de ver cómo hacemos a Dios presente en este mundo.