Comprometido con la actividad política desde los 24 años, Jaime Mayor Oreja ha vivido, en primera fila, la evolución de la política y la sociedad española desde hace 40 años.
Católico sin tapujos, su defensa de los principios cristianos le ha llevado, en ocasiones “a la soledad”, como él mismo apunta. Conocedor a fondo de la vida sociopolítica europea, Jaime Mayor Oreja ha concedido una entrevista a Omnes en la que defiende la recuperación de la voz cristiana en la vida política, cultural y social actual.
Hemos de salir de las instituciones para sumar junto a otras que defiendan las mismas ideas. Esto es una batalla de David contra Goliat y así la hemos de afrontar.
Jaime Mayor Oreja. Ex-ministro del Interior
—¿Cree que es posible una vuelta a una unidad sociopolítica que prime el bien común por encima de la posición ideológica? ¿Cómo empezar ese proceso?
Lo primero que hemos de hacer es aceptar el diagnóstico de nuestra enfermedad. El relativismo moral, es decir, la falta de referencias, es una moda dominante que está ganando por goleada. No por 2-0 sino por 7-0. Esto es así. En España, por lo tanto, tenemos que recordar los fundamentos cristianos de nuestra sociedad y dar una batalla cultural. Presentar una alternativa a esta moda dominante.
Lo que ha ocurrido es que ha habido una incomparecencia cultural de los fundamentos: la verdad, la naturaleza y la dignidad de la persona, de sus instituciones principales, el matrimonio, lo que significa la libertad, la idea de España, la idea de la Corona… Todos esos fundamentos hoy están siendo minados por el relativismo dominante y hay que estar presente.
—¿Dónde están los políticos cristianos en nuestra sociedad? ¿Existen?
Están poco presentes. La gente se abraza con demasiada facilidad a la resignación y a un sentimiento de derrota y piensan que poco o nada se puede hacer. Cada uno se cierra en su institución… Pero, cuando hay que dar una batalla cultural de esta dimensión, hay que hacerlo desde la suma, desde las sinergias y eso es lo que falta.
Claro que hay intelectuales, pensadores y políticos católicos pero, al final, no hay una masa crítica suficiente como para sumar.
Hemos de salir de las instituciones para sumar junto a otras que defiendan las mismas ideas. Esto es una batalla de David contra Goliat y así la hemos de afrontar. Hay que sembrar, poner el germen de una verdadera alternativa cultural. Si no hay alternativa, no importará nada el signo del gobierno de turno. Una alternativa es algo más que un relevo de partido: es una alternativa en las ideas fundamentales y éste es el gran reto en España y Europa.
—Ahora que menciona a Europa, ¿ha perdido el espíritu que le dio la vida, el que movió a Schuman, Adenauer…?
Europa ha perdido el alma. Europa nació sin cuerpo pero con alma, porque nació en la post tragedia y se suele tener alma en las tragedias. Europa se ha convertido en un cuerpo, con muchas instituciones y mucho presupuesto, pero ha perdido el alma.
Entre la primera y la segunda guerra mundial el germen de la idea europea ya estaba, pero no fructificó. Tuvo que venir una segunda tragedia para que aquello fuera realidad.
Para recuperar el alma en Europa ahora es tiempo de siembra, no de recolección. Europa fundamentalmente ha perdido la fe. La secularización ha sido brutal y es evidente que ésa es “la causa” entre las causas. Estamos ante una crisis de valores, de conciencia, de principios, de fundamentos, una crisis de la verdad. Al profundizar en todo ello se hace evidente que esta crisis que sufrimos es una crisis de fe. Hemos dejado de creer y hemos despreciado una dimensión que no se puede despreciar: la dimensión religiosa de una sociedad. No se trata de que todos seamos católicos y cristianos en la fe. Lo que no es posible es que haya una obsesión enfermiza por destruir todas las instituciones y toda la doctrina social que nace del cristianismo y de la Doctrina Social de la Iglesia, por eliminar todos los referentes que nos ha traído el cristianismo sobre la vida, el matrimonio, la persona… Esa obsesión hace perder el alma.
Estamos ante una crisis de valores, de conciencia, de principios, de fundamentos, una crisis de la verdad. Al profundizar en todo ello se hace evidente que esta crisis que sufrimos es una crisis de fe.
Jaime Mayor Oreja. Ex-ministro del Interior
—¿Tiene esperanza en que se recupere?
Soy cristiano, y los cristianos tenemos que perder todo menos la esperanza. Cuando me tachan de pesimista siempre hago la misma broma: les digo que los españoles tenemos la suerte de tener dos verbos distintos para diferenciar el ser y el estar. Yo soy un optimista que está pesimista. Pero soy un optimista.
En los años de plomo del País Vasco defendí el aislamiento político y social del entorno de ETA. Lo pudimos llevar a la práctica, por poco tiempo, treinta años después. Ahora defiendo los fundamentos cristianos de Europa, con lo cual soy un optimista. Un optimista que ve la realidad y que sabe que estamos preocupados, pesimistas, ante esa misma realidad, porque de lo contrario sería un necio. Pero hay que ser optimista, hay que creer que se saldrá de esta situación. Sabiendo que perdemos 7-0 y con un avance del relativismo y la destrucción de referencias permanentes.
—¿Hablamos, pues, de una batalla a largo plazo?
Nunca sabes si es a medio o largo plazo. Los ciclos históricos dan sorpresas. Estamos a final de una etapa, eso seguro. Mi generación estaba al inicio de una etapa: la postguerra, el final de la Segunda Guerra Mundial y algo antes la Guerra Civil Española. Ahora nos encontramos al final de un periodo, y la decadencia es lo que caracteriza los finales de las épocas. Por eso es muy impredecible. ¿Qué va a pasar?, ¿va a haber algún tipo de trauma? No lo sabemos. Se puede predecir en los inicios de un periodo; en el final de una etapa histórica, la predicción es imposible.
En mi etapa de juventud se criticaba a una persona diciendo de ella que era un “sinfundamento”. Hemos pasado de los sinfundamento a los fundamentalistas.
Jaime Mayor Oreja. Ex-ministro del Interior
—¿Se considera “verso suelto”, como lo han calificado alguna vez, o simplemente libre?
Hay libertad para hacer el bien, no para hacer el mal. Libertad no es hacer lo que te dé la gana, cuando te dé la gana y como te dé la gana. He sido siempre una persona que ha buscado la verdad y no me he traicionado a mi mismo. He tenido defectos y errores, pero creo que pienso bastante parecido a cuando arranqué para hacer la transición democrática en Guipúzcoa con 24 años.
He visto cómo ha ido cambiando la moda dominante y, evidentemente, cuando se afianza el relativismo se te coloca en una posición en la pareces un fundamentalista. Pero eso es un espejismo. Lo que ha avanzado es una moda dominante. Ahora se llama fundamentalista a todo aquel que cree en algo. Y eso no es ser un fundamentalista.
En mi etapa de juventud se criticaba a una persona diciendo de ella que era un “sinfundamento”. Hemos pasado de los sinfundamento a los fundamentalistas. En mi vida he defendido siempre las mismas cosas y me he anticipado a procesos que se estaban produciendo, como el proceso mal llamado “de paz”, que cambió de arriba abajo la sociedad española. Cuando defiendes ese diagnóstico has de saber que la fortaleza en unos principios y unas convicciones te llevan a periodos de soledad. Defendiendo las mismas cosas, he tenido el respaldo mayor posible en las encuestas, por ejemplo, cuando fui ministro del Interior… luego experimentas la soledad. Pero yo deseo no estar solo. Deseo que, en la certeza del diagnóstico que algunos hacemos sobre esta crisis, en diez años, me acompañen muchas personas.
—¿Hay que guardarse las creencias para triunfar en la política hoy?
Hoy la política esta devaluada. Vivimos un momento de mediocridad en las maneras en las que se comportan unos políticos que son más administradores de estados de opinión que referencias en convicciones y principios. Da la sensación de que es incompatible mantener con coherencia convicciones, principios y posiciones sólidas.
En la transición española los mejores diplomáticos, abogados del Estado, letrados de las Cortes o del Consejo de Estado, se dedicaron a la política. Hoy, los mejores no se dedican a la política. La culpa no es de los políticos, sino de la sociedad, que muchas veces castiga los principios y que ha permitido que se haya denostado tanto al hombre público que, al final, muchos han dejado de serlo.
—Con este panorama, ¿es más difícil el compromiso cristiano en la labor pública?
El relativismo se ha apoderado del ámbito público: en la sociedad, en los medios de comunicación. Los medios de comunicación tienen una trascendencia enorme en nuestras democracias, porque una democracia es un régimen de opinión.
Si el relativismo se apodera de una sociedad y de sus medios de opinión es evidente que se complica enormemente la defensa de unos valores y principios cristianos. ¿Cómo se resuelve esto? Venciendo el miedo reverencial a un ambiente.
Siempre recuerdo que, en los años 80, en el País Vasco había dos miedos: el miedo físico -una organización te podía matar- y otro el “miedo reverencial” a que, por defender la idea de España en el País Vasco, o por defender las fuerzas de seguridad del Estado, te tacharan de mal vasco. Un miedo reverencial a un ambiente, a una moda dominante y este miedo es más difícil de combatir que el miedo físico.
El ambiente actual también produce ese miedo. Miedo a que te digan que eres un señor del siglo XVII, de la Edad Media o que eres un cavernícola, por defender tus ideas con respecto a la persona, al matrimonio, o a lo que significa la ideología de género… Miedo a que te califiquen, que te tachen de fundamentalista.
Un cristiano tiene que superar ese miedo reverencial, no puede esconderse o utilizar palabras para disfrazar lo que piensa o quiere decir. Hay que adaptarse a los medios y nuevos lenguajes de comunicación, pero no tienes que “vestirte de lagarterana”. Hemos de decir las cosas en las que creemos, con respeto, sabiendo que estamos en una sociedad libre y plural y que no todos tienen la misma fe, ni tratamos de imponerla, pero sin escondernos.
Sorprende ver títulos de conferencias en universidades o instituciones católicas llenas de palabras “bonitas” evitando usar lenguaje de fe cuando lo que hay que plantearse es: ¿por qué estamos perdiendo la fe?, ¿por qué estamos perdiendo los fundamentos cristianos?, ¿por qué cada día avanza la secularización?, ¿por qué se desestructuran las familias?
En la transición española los mejores diplomáticos, abogados del Estado, letrados de las Cortes o del Consejo de Estado…, se dedicaron a la política. Hoy, los mejores no se dedican a la política.
Jaime Mayor OrejaEx-ministro del Interior
—Ante legislaciones como la de la eutanasia o la del aborto, ¿cree posible rescatar a esta sociedad de la muerte?
Creo que el objetivo principal del proyecto dominante ahora es reemplazar una sociedad por otra. Hay quienes quieren destruir un orden social por otro nuevo orden social, o mejor, desorden social.
El debate político y social en las próximas décadas va a cambiar. Hasta la fecha, el debate se ha dado entre una derecha política (menos Estado, más sociedad, menos impuestos) versus una izquierda política (más estado, menos sociedad, más impuestos).
En la actualidad, el relativismo se ha instalado tanto en la izquierda como en la derecha. Por lo tanto, el debate se dará entre relativismo y fundamentos. Ante esto, hemos de vencer el miedo reverencial a que nos llamen fundamentalista por defender fundamentos.
Tenemos que entender el cambio de los tiempos y que aquellos que defienden fundamentos serán mas atacados. Ahora bien, no se puede edificar una sociedad sobre la mentira, sobre el género, el aborto o la eutanasia. No hay sociedad que resista.
Eso sí, van a hacer daño y destruir muchos cimientos de nuestra sociedad, pero quienes defienden este desorden están condenados al fracaso y ellos lo saben. Ni tienen razón ni tienen razones
Por nuestra parte, es hora de sembrar y vencer las distancias de instituciones, de grupos, de tantas personas que piensan lo mismo.. Ser capaces de superar esta separación y estar unidos para dar esta batalla cultural.