En la pastoral de la salud no solo se atiende al enfermo; también familiares, amigos y profesional sanitarios son partícipes de ese acompañamiento espiritual. Palabra habla con Tomás Sanz, diácono que desarrolla su labor en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital La Paz de Madrid.
Texto – Fernando Serrano
18.587 son los voluntarios que desarrollan su actividad asistencial en la Pastoral de la Salud en España se suman a los sacerdotes y diáconos que realizan su labor en los centros sanitarios. Una de las personas que desarrolla su labor entre los pacientes y médicos de un hospital es Tomás Sanz, diácono permanente que varios días a la semana atiende espiritualmente a los enfermos de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital La Paz de Madrid, centro donde la pastoral de la salud lleva a cabo un programa piloto de atención al final de la vida.
Labor entre el personal sanitario
Tomás Sanz lleva poco más de un año desarrollando su actividad en el hospital La Paz. Antes de ser ordenado diácono ya había sido voluntario en diferentes acciones de atención a enfermos, y se había formado en la atención a enfermos que están en su última etapa de vida.
Tomás nos explica que su labor la desarrolla para todas las personas que le rodean: enfermos, médicos, familias, enfermeras… “Primero el enfermo, luego la familia y a continuación, el equipo sanitario. Todos son susceptibles de ser unidad de intervención. Porque realmente todas las personas, sea desde el voluntariado o desde un trabajo remunerado, porque profesionales son todos, realmente todas esas personas que están en permanente contacto con el sufrimiento tienen que realizar una labor de autocuidado. Desde el segundo mes, no hay tarde que vaya que no vea a los médicos”.
“Al principio, cuando llegué, los médicos y demás personal sanitario actuaron con cautela”, nos explica Tomás, que además trabaja en una oficina de consultoría y auditoria fiscal. “Al principio estaban pendientes de: ‘A ver quién es este, que se autodenomina asistente espiritual, pero en su acreditación pone capellán; que además no es sacerdote y nos dice que es diácono permanente y nos lo ha explicado’”. Aunque según nos cuenta, la situación cambió rápidamente: “Es verdad que yo entraba en las habitaciones de las que nos habían llamado. No me limitaba a llevar al Señor, sino que también hacía labor de acompañamiento. A lo mejor estaba una hora en cada habitación, y la probabilidad de que en ese tiempo entrara el médico era muy baja. Hasta que un día entró una doctora para ver a la paciente. Aquella doctora me miró, se presentó y ahí se quedó. Al mes me encontré con un doctor de la unidad en el control de enfermería y me abordó. Esto me hizo pensar que había hecho cierto ruido, que mi labor podía interesar y que la cosa no iba mal. Porque lejos de decirme que no entrase en ninguna habitación, me dijo es que sería interesante que participase en las reuniones del equipo”.