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“Sin la Conferencia Episcopal es incomprensible el recorrido de la Iglesia en España”

La Conferencia Episcopal Española (CEE) celebra su 50 aniversario. Con ese motivo habrá dos congresos internacionales: uno en junio, sobre la naturaleza e historia de las Conferencias Episcopales; y otro en otoño, sobre Pablo VI, el Papa que las instituyó. Sobre la efeméride y otros temas de actualidad hablamos con el cardenal Ricardo Blázquez Pérez.

Enrique Carlier·13 de abril de 2016·Tiempo de lectura: 8 minutos
Cardenal Ricardo Blázquez

Las Conferencias Episcopales surgen del Concilio Vaticano II, que concluyó el 8 de diciembre de 1965. Sólo dos años después tuvo su inicio la primera Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, que se prolongó desde el 26 de febrero de 1967 hasta el 4 de marzo. Se celebró en la Casa de Ejercicios del Pinar de Chamartín de la Rosa, en Madrid.

Los primeros estatutos se aprobaron el 27 de febrero y quedaron ratificados por la Santa Sede ese mismo año. El 28 de febrero fue elegido primer presidente de la CEE el arzobispo de Santiago, cardenal Fernando Quiroga Palacios. Y el 1 de marzo tuvo lugar la constitución oficial de la CEE.

Sobre estemedio siglo de las Conferencias y sobre la Conferencia Española en particularhemos querido dialogar con su presidente, el cardenal Ricardo Blázquez, que también nos ha respondido amablemente, como es habitual en él, a otras cuestiones de actualidad que afectan a  la Iglesia en España.

¿Qué balance hace de estos cincuenta años de vida de las Conferencias episcopales? ¿Han respondido a las expectativas conciliares? –Hay dos instituciones de la Iglesia nacidas en el ámbito del Concilio Vaticano II, a saber, el Sínodo de los Obispos y las Conferencias Episcopales, que a mi modo de ver han sido muy fecundas en los cincuenta años del post-concilio. Han sido instrumentos muy eficaces para la puesta en marcha del Concilio. 

Por lo que se refiere a la Conferencia Episcopal Española, el mismo día en que fue clausurado el Concilio Vaticano II los obispos escribieron una carta, firmada en Roma, donde expresaban su determinación de erigir cuanto antes la Conferencia Episcopal. Fue una pronta decisión que manifestaba la actitud receptiva del Concilio por parte de los obispos de la Iglesia en España. 

Desde entonces sus documentos han sido numerosos. La Conferencia ha acompañado constantemente a las diócesis y a sus fieles en la reflexión y la orientación. Sin duda el Concilio fue acertado al crear las Conferencias episcopales, y la nuestra ha estado atenta en cada coyuntura histórica y ha prestado una ayuda muy considerable, que debe ser reconocida y agradecida.

¿Considera que ha calado dentro y fuera de la Iglesia la auténtica naturaleza eclesiológica de las Conferencias, o existe todavía cierta confusión? –Probablemente la significación eclesiológica de las Conferencias Episcopales no ha sido percibida todavía adecuadamente por muchos. En efecto, yo he recibido cartas de personas que suponían que el Presidente de la Conferencia era el “jefe” de los obispos y con autoridad sobre las diócesis en España. A veces quedan sorprendidos cuando se les responde que sobre los obispos solamente el Papa tiene autoridad; y que en cada diócesis el obispo tiene la responsabilidad de guiarla; y que la Conferencia es una ayuda, si se quiere muy cualificada, para los obispos.

En nuestro caso concreto, ¿ha contribuido eficazmente la Conferencia Episcopal Española a la coordinación de los obispos españoles?  –Mi convicción es que los órganos de la Conferencia Episcopal han actuado con la conciencia de su responsabilidad y del alcance preciso de sus manifestaciones. Ciertamente ha contribuido a promover la unión entre los obispos y la actuación pastoral coordinada de las diócesis. Acogida del Concilio, orientaciones en momentos más complicados, comunión entre los obispos y acción pastoral convergente de todos… en estos y otros puntos ha sido un servicio inestimable el prestado por la Conferencia Episcopal Española. El funcionamiento tanto de la Asamblea Plenaria como de los demás órganos personales y colegiales ha sido, según mi experiencia, correcto. Las actuaciones de la Conferencia en unos momentos habrán sido probablemente más brillantes y en otros más discretas, pero siempre ha actuado cumpliendo su misión. 

Los obispos no son por otra parte partidarios de una actuación absorbente de la Conferencia. Reconocen la función de la Conferencia, pero no quieren que invada la responsabilidad a ellos encomendada. Es verdad que en ciertos momentos los desafíos planteados a la Conferencia han sido más urgentes y delicados, a los que se debía responder con prontitud y seriedad.

¿Cuáles habrían sido los hitos más relevantes de estos cincuenta años de vida de la CEE? ¿Qué logros principales destacaría? –A mi modo de ver fueron decisivos los primeros diez años de la Conferencia, aproximadamente, para responder a las reformas pedidas por el Concilio y para situar a la Iglesia española en sintonía con la Declaración conciliar sobre libertad religiosa, en el tiempo de lo que hemos llamado la transición. La Iglesia, con la orientación del Concilio, pudo prestar en aquellos años una ayuda valiosa a la sociedad española y a la comunidad política. Como es conocido, hubo incomprensiones, dificultades y también colaboración. 

En estos cincuenta años la Conferencia ha ayudado a todos los obispos y a sus diócesis en todos los campos de la acción pastoral: doctrina, liturgia, catequesis, caridad, relaciones Iglesia-Estado, atención a los sacerdotes, religiosos, consagrados, seglares, asociaciones de fieles, seminarios, misiones, educación, etcétera. Sin la Conferencia Episcopal resulta incomprensible el largo recorrido de la Iglesia en España. Los diferentes planes de actuación diocesanos y las cartas pastorales de los obispos testimonian esta valiosa ayuda.

¿Alguna anécdota o experiencia significativa de estas cinco décadas? –Tengo un recuerdo entrañable. Yo recibí la ordenación episcopal el año 1988; cuando por primera vez participé en la Asamblea Plenaria sentí cómo el afecto colegial era también acogida cálida y afecto fraternal de los obispos. Fui recibido en la Asamblea no sólo como alguien que por derecho tomaba parte en ella, sino sobre todo como alguien recibido cordialmente. Por otros obispos he sabido que tuvieron también semejante impresión. Unen a los obispos no sólo el deber pastoral, sino también los lazos de afecto y de la actitud personal para compartir los trabajos y esperanzas.

Según el vigente Plan Pastoral de la CEE, ¿cuáles serían las principales dificultades de la Iglesia en España? –Desde hace mucho tiempo los obispos estamos persuadidos de que la evangelización en nuestra situación actual, la nueva evangelización, es el desafío más urgente y fundamental que tenemos los católicos en España. 

La transmisión de la fe cristiana a las nuevas generaciones es una tarea decisiva. La familia, en este quehacer como en la educación en general de los hijos, es insustituible. Nos preocupa la indiferencia religiosa y el olvido de Dios. El Plan Pastoral último, aprobado hace algunos meses, se mueve en esta onda. Deseamos hacer una revisión que lleve a una conversión pastoral de las formas, de los cauces institucionales, de las dificultades y de las experiencias gozosas en este orden. 

Fomentar la comunión en la Iglesia, testificar el Evangelio, celebrar los sacramentos con mayor autenticidad y ser consecuentes con el servicio de la caridad y de la misericordia hacia todos y particularmente hacia los más pobres, marginados y distantes, son tareas que venimos cumpliendo y deseamos intensificar.

En marzo de 2005 usted fue elegido presidente de la CEE; el 13 de marzo de 2010, nombrado arzobispo de Valladolid; y el 12 de marzo de 2014, reelegido para un segundo mandato como presidente del episcopado. Siempre marzo. ¿Qué balance hace de estos dos últimos años al frente de la CEE?  –Añadiría otra fecha del mes de marzo en mi biografía personal: el 28 de marzo de 1988 el nuncio me comunicó la decisión del Papa de nombrarme obispo. 

Yo he advertido una comunión más cálida entre todos. El realismo misionero nos conduce a acentuar la confianza en la luz y la fuerza del Señor para afrontar diariamente los trabajos por el Evangelio. La esperanza estuvo en otros tiempos –por ejemplo en los años del Concilio– estuvo potenciada por la euforia; en los nuestros, la genuina esperanza está hondamente probada. Vamos centrándonos en las tareas fundamentales y las actitudes quieren ser más humildemente evangélicas. Nuestra debilidad nos impulsa a confiar en la fuerza de Cristo. El Papa Francisco, con su vida y palabra, nos ayuda eficazmente. 

En estos últimos años la cifra de vocaciones sacerdotales en España viene experimentando un ligero crecimiento. ¿Cómo ve el panorama vocacional?  –Desde hace mucho tiempo padecemos una severa crisis vocacional para las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada. Se dan algunas excepciones que, comparadas con los años de extraordinaria abundancia, no lo son tanto. Hay algunas comunidades religiosas más vigorosas, pero en general padecemos penuria. Esta escasez no significa decaimiento en la fidelidad. Algún repunte se nota a veces, pero yo creo que no es significativo desde el punto de vista del despegue vocacional. La crisis de seminaristas es probablemente crisis de sacerdotes, y la crisis de sacerdotes es crisis de comunidades cristianas. 

El trabajo por las vocaciones sacerdotales es desde hace muchos años muy intenso. Los sufrimientos más sensibles de los obispos están en relación con los seminarios. La pastoral vocacional debe implicar a las familias, la catequesis, las parroquias, los movimientos apostólicos, las comunidades. Necesitamos una “cultura vocacional”, es decir, un ambiente amplio, una red de esfuerzos coordinados y de cristianos que convergen en este campo pastoral.

La asignatura de Religión sigue padeciendo embates en algunos lugares, especialmente por la diversa aplicación de la ley en las diferentes Comunidades Autónomas. ¿Por qué ese rechazo por parte de algunos?  –Los padres tienen el derecho de educar a sus hijos en sus convicciones; el ámbito cultural en que nos movemos reconoce teóricamente este derecho, pero no siempre se actúa consecuentemente para llevarlo a la práctica. 

La asignatura de religión en la escuela no es un privilegio, sino un derecho que es en realidad un servicio a los alumnos, las familias y la sociedad en su conjunto. El que la oferta sea obligatoria para los centros estatales y de libre elección para los padres y eventualmente para los hijos es una solución razonable. Pero esta forma de actuación no siempre se respeta lealmente. ¿Por qué habiendo una tan alta proporción de solicitudes en ocasiones se hurta luego esta petición realmente democrática? 

Se comprende también que el cumplimiento de este derecho a la clase de religión exige una calidad en la enseñanza de la misma. Yo pediría mayor respeto al derecho que asiste a los padres. 

Hay cosas que siguen estancadas. ¿Qué opinión le merece, por ejemplo, que el Tribunal Constitucional siga sin resolver el recurso contra la ley del aborto?  –Públicamente, como Presidente de la Conferencia Episcopal, en un discurso de apertura de la Asamblea y en otras ocasiones he emitido mi opinión al respecto. Es ésta: No lo entiendo, no sé por qué la ley que se recurrió estando en la oposición no se cambió cuando se tuvo oportunidad de gobernar. 

El derecho a la vida, desde el seno materno hasta la muerte natural, es un derecho inviolable. El edificio de los derechos humanos se tambalea cuando no se respeta el más fundamental de los derechos. Como el Papa Francisco ha repetido, la madre que se encuentra en una situación angustiosa para recibir al hijo en gestación debe ser ayudada. La Iglesia tiene algunos recursos para ayudar, y aunque sean limitados, son eficaces. Hay centros que prestan un servicio decisivo a la vida del niño y a la confianza de la madre. 

¿Cómo ve la situación socio-económica y de desempleo de nuestro país? ¿Considera que se está haciendo lo suficiente con los más desfavorecidos? –Se trata de una cuestión difícil, porque incluye un ingrediente de generosidad para compartir y un factor de trabajo técnico que complica las cosas. La Conferencia Episcopal trata esta cuestión en la Instrucción Pastoral “La Iglesia al servicio de los pobres”, que se hizo pública en el mes de abril en Ávila. 

El porcentaje de desempleados, y sobre todo jóvenes, es muy alto en nuestro país, aunque debemos reconocer el descenso lento y sostenido en los últimos años. Profundicemos en el Año de la Misericordia en la atención a los pobres y desempleados, con la conciencia clara de que los bienes de la creación son para la humanidad entera. Cultivemos la solidaridad entre todos, con los de cerca y los de lejos; y se unan los esfuerzos técnicos sin caer en ideologías que oscurecen tanto los problemas como las soluciones. El alto desempleo es una tarea que a todos incumbe y que afecta a muchas personas privándolas de los recursos necesarios y del debido reconocimiento de su dignidad. ¿Cómo unos jóvenes van a formar una familia sin los recursos suficientes?

¿Cómo ve la situación política actual? –Veo la situación con preocupación, no tanto por el mapa político inédito resultante de las elecciones generales del 20 de diciembre, cuanto por las inmensas dificultades que muestran los responsables políticos para acercarse, hablar y buscar conjuntamente la solución más pertinente. Produce tristeza cuando un día y otro día se enzarzan unos con otros y se aplazan los diálogos insustituibles para encontrar una salida que a todos nos dé serenidad y confianza. 

No es competencia de la Conferencia Episcopal señalar por dónde debe ir el camino; a todos los partidos manifestamos nuestro respeto y a ninguno excluimos ni vetamos. Los ciudadanos, que también somos nosotros, han votado y nosotros respetamos el veredicto de las urnas. Estamos dispuestos a colaborar con el gobierno que se constituya por el bien de la sociedad. Las causas de la justicia, de la libertad, de la reconciliación y de la paz son también causas nuestras, tanto por la ética general como por las exigencias evangélicas.

Desde varios partidos políticos se alzan voces a favor de una derogación o revisión de los acuerdos del Estado con la Santa Sede. ¿Preocupan en la CEE estas declaraciones? –Yo preguntaría por qué esta cuestión aparece en la plaza pública siempre que tienen lugar propuestas de futuro por parte de algunos grupos. ¿Tanto daño hacen a la sociedad los Acuerdos? ¿No han sido una fórmula razonable en el camino de las relaciones respetuosas y concordes? ¿Son los Acuerdos un fácil recurso o un señuelo para calentar los ánimos? ¿Se trata en estas manifestaciones políticas de denunciar los Acuerdos, de romperlos, de revisarlos? A la opinión pública se debe hablar con claridad y no entre nebulosas que introducen confusión. 

Por otra parte, los Acuerdos actuales están en sintonía con la Constitución, fraguada en un clima de consenso y aprobada por todos los españoles. Nuestra historia no puede consistir en tejer y destejer, como hacía Penélope, sembrando inseguridad e incertidumbre.

El autorEnrique Carlier

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