A medida que avanzamos en este tiempo de Adviento, la liturgia de hoy nos lleva a plantearnos una pregunta importante: ¿A quién esperamos? ¿Cuál es la identidad de este “quién”? ¿Hacia qué tipo de encuentro estamos siendo preparados en este Adviento? El mismo Juan el Bautista da voz a esta pregunta en el Evangelio de hoy: ”¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.
Poner el énfasis en el “quién”, en primer lugar, nos recuerda que estamos esperando a alguien y no simplemente algo. No estamos esperando un sentimiento, una cosa, una sensación, una idea, una solución, un paquete de Amazon, sino más bien a alguien, un acontecimiento que nos pone en contacto con una persona. Para esto nos prepara el Adviento. El cristianismo es un encuentro con una persona. Nos vienen a la memoria las palabras del Papa Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
Ese es el corazón del Adviento: Dios mismo viene. El profeta Isaías lo anuncia: ”Decid a los inquietos: Sed fuertes, no temáis ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvara”.
Hoy, la Iglesia celebra el Domingo Gaudete, el domingo de la alegría. Nos alegramos porque Dios viene, Dios está cerca. La magnitud de esta alegría se manifiesta en la descripción de la profecía de Isaías. Él utiliza muchas metáforas para describir la exultación y la alegría de la creación: el desierto y la tierra seca exultarán y cantarán canciones alegres porque verán la gloria de Dios. Estas metáforas muestran la inmensidad del gozo por la llegada de Dios. Estos elementos de la creación no pueden literalmente alegrarse porque no tienen alma, pero el profeta exagera el lenguaje para ayudarnos a comprender la alegría que debería llenar nuestros corazones ante la llegada de Dios. Si ellos están llamados a expresar tales sentimientos, ¡cuánto más nosotros deberíamos alegrarnos por la cercanía de Cristo!
Lo que Isaías anunció se hizo realidad con la venida de Cristo. La respuesta que Él dio a los discípulos de Juan el Bautista comunica esta alegría: los ciegos ven, los sordos oyen y los cojos caminan. Nos alegramos porque Cristo viene a salvarnos y liberarnos. La Iglesia nos anima a no perder de vista esta verdad. Juan el Bautista, desde la prisión, no podía ver, solo escuchar las obras de Cristo, y necesitaba ser reafirmado.
La duda sobre la identidad de Cristo expresada por el Bautista es más bien una cuestión de discernimiento. Al igual que Juan en prisión, a veces podemos preguntarnos: ¿Es este realmente el Cristo que estamos esperando? ¿O deberíamos buscar a otro? La pregunta de Juan no es solo una duda, es discernimiento. ¿Qué tipo de Salvador estamos esperando? ¿Qué Cristo esperamos? ¿O deberíamos buscar a otro Cristo? ¿Queremos un Cristo hecho a nuestra imagen, que resuelva los problemas a nuestra manera, según nuestro calendario? ¿O le permitimos ser el Salvador que nos sorprende, que nos salva según la sabiduría de Dios y no la nuestra? Necesitamos aprender a escuchar y ver de nuevo.
El Adviento nos invita a acercarnos a Cristo que ya se ha acercado a nosotros. A ver como Él ve. A aprender paciencia y discernimiento. A alegrarnos no por lo que imaginamos que Dios debería hacer, sino por lo que ya está haciendo en medio de nosotros. Así que hoy volvemos a preguntarnos: ¿A quién esperamos en este Adviento?



