Mundo

Mons. Cesare Pagazzi: “El Archivo y la Biblioteca Vaticanos son un ‘cruce de puentes’”

El arzobispo Giovanni Cesare Pagazzi, responsable del Archivo y la Biblioteca Vaticanos, explica que la cultura y la fe, lejos de ser reliquias del pasado, son fuentes vivas de esperanza y encuentro en un mundo marcado por conflictos y cambios tecnológicos.

Giovanni Tridente·7 de noviembre de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos

En el corazón del Vaticano, la Biblioteca Apostólica y el Archivo Apostólico (conocido hasta 2019 como Archivo Secreto Vaticano) forman juntos un único aliento cultural: dos pulmones de la memoria de la Iglesia y de la humanidad. La misión de custodiar ambas instituciones recae hoy en el arzobispo Giovanni Cesare Pagazzi, titular de Belcastro, nombrado por el Papa Francisco el pasado mes de marzo de 2024 en el doble cargo de Archivero y Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana.

Nacido en 1965, Pagazzi es teólogo y académico con una larga trayectoria, habiendo enseñado Eclesiología, Cristología y Antropología. En 2022 fue llamado a desempeñarse como secretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación, antes de recibir la ordenación episcopal en noviembre de 2023.

En su nuevo encargo, el arzobispo se encuentra ahora al frente de dos realidades de extraordinaria importancia que -como él mismo cuenta en esta entrevista para Omnes- no son solo lugares de conservación, sino “cruces de puentes”, donde las naciones, incluso aquellas lejanas o en conflicto, se encuentran unidas por la pasión por el conocimiento.

¿Cómo han sido para usted estos primeros meses de servicio como Archivero y Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana?

—Han sido meses apasionantes. Me he encontrado inmerso en el gran río de la historia de la Iglesia y de la humanidad, recogido entre las orillas del Archivo Apostólico y de la Biblioteca Apostólica. Tengo la fortuna de trabajar con dos equipos de altísima calidad profesional; de ellos estoy aprendiendo mucho.

Mi predecesor, monseñor Vincenzo Zani (arzobispo titular de Volturno), me había hablado de la gran importancia del Archivo y de la Biblioteca también desde el punto de vista diplomático, a través de la llamada diplomacia cultural. No imaginaba que fuese tan relevante. No esperaba que la Biblioteca y el Archivo fueran lugares donde confluyen naciones muy diversas, unidas por el interés por la cultura. Algunas de ellas, fuera de este espacio, son incluso enemigas. El Archivo y la Biblioteca son un cruce de puentes.

En un tiempo atravesado por conflictos, crisis y desorientación, ¿puede la cultura abrir caminos de esperanza?

-—Como decía, la cultura puede abrir caminos que todavía son inimaginables en otros ámbitos. No por casualidad, desde tiempos antiquísimos, la Iglesia ha sido una de las mayores impulsoras culturales de la historia humana.

Además, los cristianos creemos que el Padre, el Hijo y el Espíritu no han actuado solo “ayer”, sino también hoy, ahora, en este mundo magnífico y dramático. Si Dios está aquí, actuando, ¿por qué deberíamos desesperar?

Por otra parte, los libros sapienciales dicen varias veces que quien considera que el ayer fue mejor que el hoy no es una persona sabia.

¿Cómo podemos entrenarnos para reconocer estas señales también en nuestro presente?

—Ha dicho bien: “entrenarnos”. Debemos ejercitarnos en reconocer los signos de esperanza, incluso los más pequeños. Es necesaria una especie de fisioterapia, un ejercicio repetido -no exento de esfuerzo- que nos devuelva una habilidad perdida: la capacidad de ver el grano en medio de la cizaña, la fuerza que nos permite admitir que incluso del enemigo podemos aprender algo. Quizás por eso Cristo nos pide que lo amemos.

Volviendo a la Biblioteca, a menudo se la percibe como un cofre del pasado. Sin embargo, custodia un patrimonio que sirve para iluminar el presente y el futuro. ¿Cuál es entonces su función viva hoy?

—Antes que representar una imagen reducida de la Biblioteca y del Archivo, definirlos como “cofre del pasado” es una comprensión distorsionada de la relación entre lo que llamamos pasado, presente y futuro.

El hoy es inimaginable sin los apoyos y estímulos que provienen del ayer. Un objeto cotidiano, como una cuchara, es inconcebible sin la metalurgia primitiva. Una misión espacial no podría planificarse sin el aporte, todavía operativo, de las antiguas matemáticas egipcias, indias, chinas, griegas, árabes y precolombinas.

El pasado es contemporáneo del presente y lo acompaña. Existe una sincronía entre todas las generaciones. Se establece una especie de “comunión de los santos” cultural: las obras y los buenos pensamientos de quienes nos precedieron siguen activos; por eso, les somos deudores.

Así pues, la Biblioteca y el Archivo no son meros lugares de custodia del pasado, sino espacios donde, de modo más evidente, vibra la sincronía de todas las generaciones. Una sincronía que se puede percibir, incluso, cuando hoy o mañana use una simple cuchara.

Los proyectos de digitalización y apertura a los estudiosos de todo el mundo convierten a ambas instituciones en un laboratorio de diálogo cultural universal. ¿Es también esto un signo de esperanza?

—Por supuesto. Sin embargo, la Biblioteca y el Archivo son como el corazón. Este funciona gracias a dos movimientos opuestos: la diástole, que se expande y abre, y la sístole, que recoge y cierra. Nunca uno sin el otro.

Un exceso de cierre volvería asfixiantes a la Biblioteca y al Archivo. Una apertura indiscriminada los transformaría en un mercado donde cada uno toma lo que quiere, sin comprender que son organismos vivos que no pueden ser mutilados. De otro modo, el documento o el libro hallado dejaría de ser parte de algo vivo y se convertiría en un miembro amputado.

¿Qué ayuda puede ofrecer la Iglesia en un escenario actual que oscila entre el entusiasmo tecnológico y los miedos globales?

—Ante todo, no debemos asustarnos. Si el Señor nos ha colocado precisamente en este tiempo, significa que tiene plena esperanza en nuestro éxito.

Así como las generaciones pasadas enfrentaron el impacto cultural, social, económico y antropológico de innovaciones tecnológicas como la luz eléctrica, la radio, la televisión, el automóvil, el avión o Internet, nos corresponde ahora a nosotros asimilar la llamada inteligencia artificial y las nuevas posibilidades del entorno digital.

Afirmar que la inteligencia artificial representa un desafío mayor que los del pasado no toma en cuenta que nosotros no tuvimos dificultad alguna en “digerirlos”, y por eso los consideramos más fáciles.

¿Existen posibilidades para que el Evangelio no quede confinado al ámbito privado, sino que se convierta en fermento en la cultura?

—Probablemente el problema no radica en una menor capacidad del cristianismo para influir culturalmente, sino en la incapacidad de advertir cuánto la cultura ya es deudora del cristianismo. Por eso, vive una especie de complejo de inferioridad que lo inhibe.

Usted ha trabajado largamente en la teología de la familia. ¿De qué modo la familia sigue siendo hoy una “escuela de esperanza”?

—Hemos aprendido a mirar a los ojos, a sonreír, a caminar, a hablar, a confiar en las personas y en las cosas dentro de la casa de nuestros orígenes. La gramática elemental y el vocabulario básico, incluso de la operación cultural más sofisticada, los hemos aprendido en familia. ¿Qué más se puede añadir?

Si tuviera que elegir una imagen o un episodio que describa la función de la cultura cristiana para nuestro tiempo, ¿cuál nos regalaría?

—La semilla que cae en tierra y muere.

¿Qué deseo o mensaje le gustaría dirigir, desde su papel, a quienes hoy se dedican al estudio, a la enseñanza o a la investigación, incluso fuera de la Iglesia?

—El coraje es el comienzo de todo, también de toda investigación. No se sabe de dónde viene, pero siempre inaugura algo nuevo que exige fidelidad.

Por eso: ¡coraje!

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica