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Las Iglesias ortodoxas orientales en la actualidad

El incendio de la catedral gótica de Notre-Dame ha sido para muchos un símbolo de la Europa actual casi sin raíces cristianas. Una Europa en demolición. ¿Seremos capaces de reconstruirla?, ¿de construir una civilización cristiana?, ¿y de convivir con otras religiones? Son preguntas inevitables. 

Pablo Blanco Sarto·9 de octubre de 2019·Tiempo de lectura: 8 minutos

El cristianismo ha sido durante siglos la religión predominante en Europa, y sigue siendo la afiliación religiosa mayoritaria en 27 de los 34 países encuestados en el último informe del Pew Forum. Pero las divisiones históricas, también entre cristianos, subyacen en esta identidad común: solo una de las tres principales tradiciones cristianas (catolicismo, protestantismo y ortodoxia) predomina en cada parte del continente. 

Si bien la ortodoxia es la fe dominante en Europa del Este, los países de mayoría católica son comunes en el centro y sureste del continente, mientras el protestantismo domina en las brumosas tierras del norte. Esta geografía confesional permite ver con claridad el presente de Europa, a la vez que aparecen nuevos agentes en el horizonte.

Ex oriente, lux

En efecto, Europa occidental tiene poblaciones crecientes de ciudadanos religiosos no afiliados, que suscribe un intenso proceso de descristianización. Bajo las formas de ateísmo y agnosticismo se aleja de sus propias raíces. 

Ahora bien, nos podemos preguntar, ¿está dejando Europa de ser cristiana, o simplemente está cambiando el mapa religioso al desplazarse el foco del cristianismo hacia las periferias del Este? 

Más de 7 de cada 10 personas de Rumania, Grecia y Serbia dijeron que ser cristianos era importante para su identidad nacional, mientras que el 65 por ciento de las personas de Francia y del Reino Unido (o el 64 por ciento de los alemanes y el 59 por ciento de los españoles) dijo que ser cristiano no era tan importante para ellos. Los Estados bálticos de Estonia y Letonia son igualmente diferentes a los de Europa del Este, pues respectivamente el 82 y el 84 por ciento de los encuestados de esos países dijeron que la religión no era importante para su identidad nacional. Solo el Este sigue confesándose y quiere seguir siendo cristiano, podría parecer. 

Otro dato interesante. La mayoría de los encuestados de los países de Europa Central y del Este afirmaban que no aceptarían a un musulmán en su familia. En efecto, solo el 7 por ciento de los armenios o el 16 de la República Checa dijeron que acogerían a un musulmán en sus familias. Por el contrario, 9 de cada 10 encuestados de los Países Bajos, Dinamarca y Noruega sostuvieron que lo aceptarían, y la mayoría de todos los demás países de Europa occidental dijeron lo mismo. Ante esto podríamos plantear una nueva pregunta: rechazar el islam, ¿es esta actitud demasiado cristiana, o demasiado poco cristiana? ¿El problema es –como dijo la luterana Angela Merkel− el demasiado islam o el demasiado poco cristianismo en Europa?

La encuesta refleja de esta forma una “disminución significativa” en la afiliación cristiana de toda Europa occidental. Hay varias razones por las que tantos bautizados como cristianos ya no se consideran tales. 

La principal es que “se alejaron gradualmente de la religión”. A la vez, otros señalan que no están de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia sobre temas morales, aunque concuerdan plenamente en lo social y ecológico. 

Por el contrario, en una parte de la zona donde los regímenes comunistas reprimieron las religiones, con un elevado relativismo ético, la afiliación cristiana ha mostrado un resurgimiento desde la caída de la URSS en 1991.

Las tierras antes poscristianas tras el comunismo son ahora más cristianas. En Ucrania, por ejemplo, ahora hay más personas que dicen que son cristianas (93 %) de lo que lo fueron antes (81 %); lo mismo ocurre en Rusia, Bielorrusia y Armenia. Los europeos centrales y orientales son más propensos que los europeos occidentales a decir que la religión es muy importante en sus vidas, a asistir a los servicios religiosos mensualmente y a rezar a diario. 

Por tanto, las preguntas que quedan en el aire son las siguientes: ¿cuál será el mapa de la religión en Europa en los siguientes años? ¿Cómo será el cristianismo del futuro en nuestro viejo continente? Todo dependerá de si Europa llega hasta los Alpes, los Cárpatos o los Urales, como resulta evidente. Pero en las últimas décadas el concepto de Europa se ha ensanchado.

Las Iglesias ortodoxas

El cristianismo nació en Oriente (ex oriente, lux) y el griego fue su primera lengua tras el arameo. Fue así una religión antes asiática que europea. 

La Iglesia se desarrolló desde un principio respetando la legítima diversidad. Enseguida fueron nombrados arzobispos, metropolitanos y patriarcas, y fue creada la Pentarquía de Roma -que presidía en la caridad- con cuatro patriarcados en oriente: Jerusalén como la primera comunidad cristiana, con Santiago y Esteban; Antioquía, de gran importancia cultural, con Pedro a la cabeza; Alejandría de cultura helenística, con Marcos; y Constantinopla, con Andrés, capital del imperio de oriente. Ya en 330 encontramos sin embargo una paridad muy grande entre la sede romana y el patriarcado de Constantinopla, la “segunda Roma”. Roma mantiene todavía el primado de jurisdicción (y no solo del de honor) y el latín se enfrenta al griego.

El origen de la Ortodoxia debe situarse en las escisiones de oriente. Conserva el episcopado y la sucesión apostólica, por lo que son verdaderas Iglesias particulares, a las que sin embargo les falta la plena comunión con Roma. La primera separación tuvo lugar en el siglo V con motivo del rechazo de los concilios de Éfeso y Calcedonia, en los que se confesaba la divinidad de Jesucristo y sus dos naturalezas, humana y divina. Así, varios pueblos se separaron de Roma y los patriarcados constituyeron Iglesias nacionales de corte nestoriano y monofisita. 

En el siglo VII nació la hegemonía de Constantinopla y de la lengua griega, y en el IX llega en primer lugar el distanciamiento de Roma bajo Focio, por la cuestión del Filioque contenido en el credo latino (pues en oriente se decía que el Espíritu procedía del Padre por el Hijo). En 867 Focio excomulgaba al Papa. 

En el siglo X queda restablecida la unidad con Roma, si bien existen relaciones tensas y falta el verdadero amor. Un siglo después tenía lugar la ruptura con Miguel Cerulario, por la que los cuatro patriarcados de oriente se separaron de Roma. 

Según una conocida tradición no probada, en 1054 los legados papales depositan la bula de excomunión sobre el altar de Santa Sofía, a lo que responde el patriarca con un anatema. Se cumplen ahora 450 años. En el concilio de Lyon (1274) se logró una breve unión de seis años y, de nuevo en el siglo XV, era alcanzada una nueva unión en el concilio de Florencia (1438-1439). Cae Constantinopla (1453), por lo que disminuye la centralidad de este patriarcado. Las divisiones surgidas a partir de 1054 han herido la originaria unidad del cristianismo, dividido ahora entre oriente y occidente. Con su carácter popular y colorista, místico y monástico, el cristianismo oriental goza de una buena y merecida fama entre sus fieles. Los retos modernos (desde el papel de los laicos hasta la doctrina social de la Iglesia) presentan nuevos frentes que sin embargo ha de asumir. En la actualidad cuenta entre 200 y 260 millones de cristianos. El pulmón oriental –como decía san Juan Pablo II− resulta necesario para la Iglesia. No contar con él causa insuficiencia respiratoria. 

Entre las Iglesias orientales, existe una minoría católica y una mayoría ortodoxa. La división entre las distintas Iglesias ortodoxas dificulta no solo su recuento, sino también las relaciones entre ellas. Por un lado, tienen el episcopado y todos los sacramentos. 

Pero la excesiva vinculación con el poder político las convierte en ocasiones en Iglesias nacionales. El cesaropapismo ha estado también presente a lo largo de su historia. En 2016 tuvo lugar el primer Sínodo panortodoxo de la historia, si bien sin la asistencia del Patriarcado de Moscú, de Bulgaria y de Georgia. 

La multiplicidad de circunscripciones (patriarcados, Iglesias autocéfalas y metropolitanas, archidiócesis) no constituye un elemento de unidad, al faltar una referencia común. Así, la división no solo se da con Roma, sino también entre las distintas Iglesias ortodoxas. Las polémicas menudean hasta llegar a la reciente excomunión mutua entre Moscú y Constantinopla en 2017, con motivo del paso de Ucrania al Patriarcado ecuménico. Junto a esto, las Iglesias ortodoxas claman por la sobornost, por la sinfonía entre todas ellas.

Teología y espiritualidad de oriente

Los cristianos ortodoxos profesan la misma fe, recibida en el mismo bautismo, con la misma jerarquía y los mismos sacramentos válidos. Presentan, eso sí, diferentes perspectivas espirituales y teológicas respecto a los occidentales, como la monarquía del Padre (como fuente eterna de toda la Trinidad) y la mencionada doctrina de que el Espíritu procede del Padre por el Hijo, doctrina considerada ahora compatible con la del Filioque. 

En lo que a la idea de Iglesia se refiere, presenta una eclesiología eucarística de comunión, centrada tan solo en el episcopado y en la Iglesia local, y sin el primado ni la infalibilidad pontificia. En teología sacramentaria existen algunas pequeñas diferencias, como el carácter sacramental no indeleble, la admisión del divorcio o algunas diferencias rituales. En mariología no admiten ni la asunción ni la inmaculada concepción como dogmas, mientras su escatología rechaza la doctrina del purgatorio y del juicio particular.

Oriente es también famoso por el desarrollo de la teología apofática o negativa: recomienda el silencio y la admiración, contemplar la infinita transcendencia de Dios y de sus misterios: Dios es el “invisible” (Rm 1, 20), “inescrutable” (Rm 11, 33), “inaccesible” (1Tm 6, 16). No hay pues distinción entre mística y teología, dogma y experiencia personal. Junto a esto ha desarrollado una teología del icono, donde todo es luz y esplendor, sin sombras ni la perspectiva occidental. El icono es considerado objeto de culto, casi un sacramento, pues hace presente a Dios y muestra el rostro visible del Dios invisible. Veneran así los iconos de Cristo representado como Verbo encarnado, los de María como Theotokos (María supone la continuación del tejido trinitario y cristológico)y los de los santos, que muestran un cuerpo santificado.

Aprecian la dimensión cósmica de toda la creación y proponen una “cosmología sacramental”. El mundo es así una teofanía o revelación: el universo es signo de la belleza y presencia divinas. Por la teología de la imagen (cf. Gn 1, 26.2, 7) la persona participa de la luz del Espíritu, el Iconógrafo por excelencia. Así desarrollaron una teología de la divinización del cristiano en gracia (theiosis) por la que somos iconos del Icono, Cristo. Divinización del cristiano si el hombre no destruye la imagen de Dios, al convertirlo en santuario de Dios. Los sacramentos como principal fuente de divinización, sobre todo la eucaristía, que es también un pentecostés. La eucaristía es un mysterium tremendum, y por eso se celebra separada por el iconostasio. La Divina Liturgia es “el cielo en la tierra”, celebrada incluso con gritos y saltos, expresando una dimensión escatológica como continuación con la Iglesia celeste, inseparable de una dimensión cósmica y antropológica, donde figura lo sensible y la unión con la creación. 

De igual modo presentan una rica tradición monástica, donde presentan una gran importancia los padres espirituales (starets). De hecho el monacato nació en oriente (Egipto) en el siglo IV, donde florecieron los anacoretas o eremitas, reunidos en torno a un padre espiritual, que dio lugar a la vida cenobítica en monasterios, verdadero anticipo de la eternidad. 

Después vinieron las “lauras” o cabañas donde moraban en Palestina, los “estilitas” o quienes vivían subidos a una columna, los “emparedados” en “clausas” o los “ocaimetas” que alababan toda la noche. San Basilio (330-379) escribe la primera regla monástica donde la oración y liturgia ocupan un lugar central. En el siglo V, por la decadencia por el monofisismo y las invasiones musulmanas, el monacato se desplaza hacia Constantinopla y el monte Athos, donde según la tradición se refugió la Virgen con san Juan. 

Quedan sin embargo pendientes los grandes desafíos, como la doctrina social, si bien en 2000 el Patriarcado de Moscú publicó los Fundamentos de la concepción social, donde se abandona la “teoría de la armonía” entre Iglesia y Estado, y presenta una gran convergencia con la doctrina católica. Se trata de buscar el progreso humano, superando un posible inmovilismo y sin caer en el secularismo. 

Los orientales miran más a Dios que al mundo, a la alegría más que al dolor, a la resurrección que a la muerte, y no se preocupan tanto de este mundo o de la cuestión social. En este caso el motivo del cisma fue la doctrina sobre la Trinidad, no la justificación. Sobre este punto ha habido progresos, así como en la materia de la eucaristía o la doctrina sobre el purgatorio.

Queda sin embargo por delimitar bien cuál es el papel del obispo de Roma –el protos– en la comunión eclesial, así como el de la sinodalidad en occidente. El Documento de Rávena (2007) constituye un buen inicio y un buen auspicio. Los próximos años pueden resultar decisivos para el crecimiento de la comunión con estas “Iglesias hermanas”.

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