Evangelización

Personas discapacitadas y participación en la vida de la Iglesia

Aunque el trabajo de la Iglesia con personas con discapacidad no es nuevo, las dificultades con las que se encuentran estos fieles y sus familias continúan siendo numerosas. Las barreras físicas y los prejuicios siguen presentes a la hora de una vivencia plena de la fe y la participación de la comunidad eclesial de estas personas. 

Maria José Atienza·3 de diciembre de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos

Uno de los verdaderos asuntos pendientes de la Iglesia es, sin duda, el de la integración pastoral de las personas con discapacidad. Aunque se están dando pasos, en comunidades concretas y casi siempre alentados por la presencia de personas con discapacidades diversas, físicas o intelectuales, la realidad es que la atención de estas personas, especialmente en el campo de la discapacidad intelectual sigue siendo escasa y poco trabajada.

Hace unos meses, dentro del itinerario sinodal, el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, de acuerdo con la Secretaría General del Sínodo, invitó a una treintena de personas con discapacidad de los cinco continentes a contribuir al Sínodo con sus experiencias diversas. De sus aportaciones y reflexiones nació el documento La Iglesia es nuestra casa. En este documento se explicitaba la necesidad de “distanciarse de ciertas ideas que han marcado el enfoque de la Iglesia sobre esta cuestión. La primera es la de quienes veían en ella el resultado de una culpa; la segunda es la de quienes pensaban que los discapacitados eran de alguna manera purificados por el sufrimiento que experimentaban y, por ello, de alguna manera más cercanos al Señor”.

A esto se unía el hecho de que el interés pastoral se ha centrado “principalmente en las familias o en las instituciones asistenciales que las cuidaban” de manera histórica. 

La Iglesia es nuestra casa pide, con valentía, un cambio de mentalidad en la Iglesia: reconocer, verdaderamente que “el Señor ha asumido en sí mismo todo, pero verdaderamente todo lo que pertenece a la humanidad concreta e histórica, en todas sus posibles declinaciones, las de todo hombre y toda mujer incluida la discapacidad”.

Son muchas las personas con discapacidad que forman parte de nuestras comunidades. En el caso de discapacidades intelectuales es aún más notorio que la vida de estas personas se respeta en mayor medida en comunidades de fe. Sin embargo, aún queda mucho por recorrer. 

La fe se respira en casa

María Teresa e Ignacio saben mucho de vivir la fe junto a personas discapacitadas. Tienen siete hijos, uno de los cuales, Ignacio, padece una leve discapacidad intelectual y el más pequeño, José María, nació con síndrome de Down. Su experiencia subraya la idea recogida en el documento La Iglesia es nuestra casa cuando afirma que la vivencia de fe junto a personas discapacitadas “puede ayudar a superar la idea de que es nuestra capacidad intelectual la que genera la amistad con Jesús”. 

De hecho, Maria Teresa apunta que “las personas con discapacidad tienen de capacidad de captar la trascendencia mucho más amplia y limpia que el resto, incluidos los padres”. Eso sí, se hace necesario un lenguaje distinto y adaptado que en general, no hay. De hecho, explica María Teresa, “mucha gente lo está haciendo por su cuenta”. 

Esta madre de dos hijos con necesidades destaca que “muchas veces nos encontramos que se trata a los jóvenes como niños pequeños, y eso no puede ser. Cada uno tiene una necesidad distinta de formación, una expresión diferente de su fe. Hay que acompañarlos para que lleguen al mismo punto que los demás por el camino que ellos necesitan. Por ejemplo, a través de la lectura fácil. No se trata de rebajar conceptos sino de cómo están expuestos y no, por ser más accesibles, son menos serios. Se puede explicar la Trinidad o la conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo de tal manera que ellos lo puedan comprender y no hace falta que le pongamos dibujitos de niño pequeño a un tío de 24 años”, concluye contundente. 

Su afirmación se une a la petición de estas personas de “superar cualquier actitud paternalista hacia quienes experimentan una condición de discapacidad y superar la idea de que debemos ser atendidos exclusivamente”, recogida en el documento del Dicasterio, que califica de “urgente un cambio de mentalidad que ayude a captar el potencial de cada uno”. 

Como afirma La Iglesia es nuestra casa: “Es necesario un cambio de paradigma que parta de una profundización teológica capaz de explicitar de forma clara y contundente la dignidad de la persona con discapacidad como igual a cualquier otro ser humano, promoviendo su plena participación en la vida de la Iglesia”. 

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