Como una madre amorosa

La Carta Apostólica, en forma de Motu proprio "Como una madre amorosa" explicita aún más los cánones del Código de Derecho Canónico en los que se regulan los “motivos graves” que pueden llevar a la remoción de los obispos diocesanos, eparcas y los asimilados a estos por el derecho.

31 de agosto de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

En el último mes hemos recibido del Papa Francisco un nuevo documento muy representativo de su modo de responder, como Sucesor de Pedro, a los desafíos del momento presente. Se trata de la Carta Apostólica, en forma de Motu proprio, titulada Como una madre amorosa, un pequeño texto de carácter normativo que explicita aún más los cánones del Código de Derecho Canónico en los que se regulan los “motivos graves” que pueden llevar a la remoción de los obispos diocesanos, eparcas y los asimilados a estos por el derecho.

Con este documento, el Papa precisa que entre las causas graves se encuentra la negligencia de los obispos en el cumplimiento de su oficio, en concreto en lo relativo a los casos de abusos a menores. El amor que la Iglesia profesa a todos sus hijos, como el de una madre amorosa, se traduce en cuidado y atención especiales hacia los más pequeños e indefensos. La negligencia en la defensa de los desvalidos, como son los niños que han sufrido el horror de los abusos, daña mortalmente el amor de madre y provoca en muchos casos heridas incurables. La firmeza ante la negligencia es exigencia del amor materno y escuela eficaz de prevención. En este Año santo extraordinario, con esta Carta Apostólica, el Papa nos vuelve a mostrar que la misericordia es el entrañable amor materno, que se conmueve ante la fragilidad de su creatura recién nacida y la abraza, supliendo todo lo que le falta para que pueda vivir y crecer. Bajo la perspectiva del amor materno, bien se pueden repasar otras intervenciones del Papa Francisco en las últimas semanas.

Como madre amorosa, continúa el Papa comentando pasajes evangélicos en las catequesis de las Audiencias de los miércoles y de los sábados, para introducirnos en el misterio insondable de la misericordia divina. A través de algunas parábolas de la misericordia se nos ha enseñado la actitud correcta para rezar e invocar la misericordia del Padre. También mediante los milagros, entendidos como signos, Jesucristo nos revela el amor de Dios, como en las bodas de Caná o en la curación del ciego que estaba junto al camino o del leproso que suplicante se acercó a Él. “Jesús nunca permanece indiferente a la oración hecha con humildad y con confianza, rechaza todos los prejuicios humanos, y se muestra cercano, enseñándonos que tampoco nosotros tenemos que tener miedo de acercarnos y tocar al pobre y al excluido, porque en ellos está el mismo Cristo”.

Con la paciente actitud de una madre amorosa, se ha sentado el Papa ante los sacerdotes reunidos para celebrar su Jubileo en este Año Santo y les ha dirigido tres meditaciones dentro del Retiro espiritual organizado con esta ocasión. Mostrando el camino que media entre la distancia y la fiesta, Francisco ha meditado primero sobre la “dignidad avergonzada” y la “vergüenza dignificada”, que es el fruto de la misericordia. Ha meditado después sobre el “receptáculo de la misericordia” que es nuestro pecado y ha presentado a María como recipiente y fuente de misericordia. En la última meditación, ha propuesto centrarse en las obras de misericordia, bajo el título “El buen olor de Cristo y la luz de su misericordia”. El retiro sacerdotal, predicado en la víspera de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, ha sido ocasión preciosa para aconsejarnos que volvamos a leer la Encíclica Haurietis aquas de Pío XII y recordarnos que el centro de la misericordia es el Corazón de Cristo y que “el corazón que Dios une a esa miseria moral nuestra es el corazón de Cristo, su Hijo amado, que late como un solo corazón con el del Padre y el del Espíritu”.

Ejercicio de madre amorosa hemos encontrado, en fin, en el Jubileo de los enfermos y personas discapacitadas, en las audiencias variadas y en el viaje apostólico a Armenia, la tierra de Noé, donde la pequeña comunidad católica y la Iglesia Apostólica Armenia, un siglo después del genocidio de 1915, reciben el abrazo materno del Papa, que quiere con sus palabras y gestos, mostrar la especial solicitud hacia los más desvalidos.

El autorRamiro Pellitero

Licenciado en Medicina y cirugía por la Universidad de Santiago de Compostela. Profesor de Eclesiología y de Teología pastoral en el departamento de Teología sistemática de la Universidad de Navarra.

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