TribunaAnders Arborelius

Suecia: una Iglesia variada, pero unida en la fe

La inmigración y otros factores están dando riqueza y vida a la Iglesia católica en Suecia. El cardenal Arborelius lo expuso en un reciente Foro organizado por Omnes, y lo sintetiza en este artículo.

7 de abril de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos
multirracial

Foto: © Clay Banks/ Unsplash

El hecho de que los católicos en Suecia seamos sólo alrededor del 2% de la población tiene una explicación histórica: la Iglesia fue destruida en la época de la Reforma y estuvo prohibida durante varios siglos. Ahora es reconocida como una parte de esta sociedad multicultural y multirreligiosa. 

El proceso de secularización comenzó hace más de cien años, cuando la iglesia luterana perdió el contacto con mucha gente. Ahora la mayoría de los luteranos sólo acude a la Iglesia para los funerales y, aunque hay pequeños grupos de protestantes con una fe muy grande, son pocos. Cuando ven una misa católica se asombran: “¡cuánta gente hay aquí!”, “¿de dónde salen?”. Les llama la atención encontrar personas de todo el mundo. En una parroquia sueca corriente puede haber entre 50 y 100 nacionalidades. No es fácil de mantener unida una realidad así, pero lo cierto es que personas tan variadas pueden vivir juntas, compartir sus problemas y sentir que como católicos tienen en Suecia la tarea de anunciar su fe. 

Cuando llega aquí, un católico suele percibir la disyuntiva: avanzar en la fe y profundizar su relación personal con el Señor, o exponerse el peligro de desaparecer. Intentamos que los que vienen de países de tradición católica descubran su vocación a vivir la fe junto con católicos de todos los países. Hay diferencias entre las personas, pero saben dejarlas de lado; lo importante es una Iglesia que reúne a gente de todas las clases sociales, nacionalidades, opciones políticas… Precisamente en la sociedad sueca, donde la inmigración a veces constituye un problema social, esto es un testimonio. Suecia era un país muy homogéneo antes de la segunda guerra mundial, pero luego fueron llegando refugiados que huían de situaciones de guerra o conflicto, gente en busca de trabajo y también “inmigrantes de amor”, los que se casan aquí. La inmigración está cambiando la geografía religiosa. En Estocolmo hemos comprado dos iglesias luteranas, que nuestros hermanos protestantes ya no necesitaban: una la usan los maronitas y otra los siro-católicos. Hay muchos polacos y decenas de miles de cristianos del medio oriente: Suecia es el país de Europa con más caldeos procedentes de Iraq. 

Las relaciones con las otras iglesias y confesiones son en general muy buenas, y el movimiento ecuménico es importante. Muchos aprecian la tradición y la espiritualidad católicas: los pastores luteranos hacen con normalidad los ejercicios espirituales de san Ignacio, que también han llegado a las prisiones, donde los presos pueden hacerlos sobre una base ecuménica. 

El número de católicos de Suecia no es muy grande, cada año se hace católico alrededor de un centenar de suecos. Suelen tener formación universitaria: son profesionales, doctores, artistas… de modo que hay una cierta influencia católica en el mundo cultural y académico. La rectora de la Universidad de Estocolmo es una sueca, terciaria dominica. En cambio, en el mundo político hay todavía pocos católicos.

Pienso que la Iglesia católica en Suecia muestra lo que será la Iglesia en otros países de Europa. Las migraciones cambian su rostro, pero tenemos que valorar lo que ofrecen. Muchas veces los migrantes son los grupos más activos en las parroquias. Pueden dar vida a las comunidades religiosas europeas, y son una señal de esperanza. La fuerza unificadora de la fe, que permite que los suecos convivan con inmigrantes tan variados, aporta la unidad que falta a las sociedades secularizadas. La Iglesia puede construir puentes, ser ella misma un pequeño puente. Somos pocos, pero podemos mostrar que la unidad es posible a partir de lo que tenemos en común: nuestra fe en Jesucristo. Por eso queremos ayudar a los fieles a interiorizar su fe, a cuidar una relación personal con el Señor, a tener vida de oración, para que puedan vivir su fe y hablar de ella.

Hoy en Suecia la gente está más abierta a la fe. En la pandemia muchos han reflexionado sobre lo importante y se han hecho preguntas, y las Misas online han ayudado a muchos a descubrir la Iglesia católica. Los viejos prejuicios desaparecen sobre todo en los jóvenes, más abiertos que la generación anterior. 

Nos podemos dirigir a estos paganos de buena voluntad, que aprecian la voz del Santo Padre cuando habla de fraternidad entre los pueblos, de diálogo con los creyentes de otras religiones, de justicia y paz, de espiritualidad. Espiritualidad y doctrina social de la Iglesia: he aquí dos elementos importantes en nuestro trabajo de evangelización. 

Somos una Iglesia pequeña, pero llena de esperanza, aun viviendo en un ambiente secularizado. Sabemos que el Señor está con nosotros para que podamos vivir nuestra fe y proclamarla de manera humilde, sencilla, sincera. Siempre habrá alguien que nos escuche. Que haya a veces voces críticas y hasta agresivas, también es señal de interés: algo les atrae en la fe del creyente. 

Esta es mi esperanza para el futuro de la Iglesia. Juntos, como católicos, podemos avanzar hacia el futuro con esperanza.

El autorAnders Arborelius

Obispo de Estocolmo, Suecia.

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