Humanos sin derechos

Las estrellas amarillas se han sustituido por el diagnóstico de la trisomía 21 pero, en definitiva, el resultado es el mismo: no son consideradas personas. No merecen ser mostradas y menos aún, mostradas felices.

7 de septiembre de 2022·Tiempo de lectura: 2 minutos
sindrome down

Foto: Nathan Anderson / Unsplash

Traducción del artículo al inglés

Que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos considere que mostrar que las personas con síndrome de Down no deben ser mostradas felices y normales podría ser una broma de mal gusto en un mundo distópico si no fuera porque es real. Ha sucedido el 1 de septiembre de este mismo año.

En efecto, este Tribunal que, según su nombre y oficio, es la última salvarguarda de los derechos fundamentales de las personas parece no considerar humanos, o al menos sujetos de derecho, a las personas down. El vídeo en cuestión es una maravilla dirigida a una futura madre de un niño o niña down. El argumento que utiliza el Tribunal de derechos de algunos humanos es que dicho planteamiento puede hacer sentir culpables aquellas mujeres que decidieron no seguir con el embarazo al saber que podía nacer con esta alteración genética.

La historia de esta sentencia la tienes en varios sitios bien explicada por lo que no me detengo en ella. Me atemoriza comprobar cómo una instancia que nació –como otras varias, de la experiencia de las terribles guerras mundiales, en concreto, de las terribles violaciones de los derechos humanos, los exterminios y las masacres sistemáticas perpetradas por la ideología nazi–, sea capaz, pocas décadas después, de diferenciar entre personas que merecen ser tratadas y mostradas como tal y personas que no.

Las estrellas amarillas se han sustituido por el diagnóstico de la trisomía 21 pero, en definitiva, el resultado es el mismo: no son consideradas personas. No merecen ser mostradas como los que sí cumplen “sus estándares”. No merecen ser felices. No pueden, siguiendo la argumentación del Consejo Audiovisual francés respaldada por el TEDH, recordarnos que todos tenemos taras, aunque no tengamos los ojos achinados.

Hay que impedir que recuerden que a sociedad monocromática y “libre de síndrome de down” que conforma la generación que más antidepresivos consume, con mayor tasa de suicidios y en la que mayor número de jóvenes menores de 20 años se considera infeliz.

Hemos tardado menos de 100 años en volver a los derechos restringidos; a que haya quienes decidan quiénes deben y quiénes no deben vivir, quiénes o no pueden ser felices.

Hoy son los down los que no pueden estar contentos, mañana pueden ser los sordos, los calvos, los que tienen algo de sobrepeso, o las familias con hijos o los enfermos terminales o quienes toman ansiolíticos los que no pueden ser felices porque se considere que puede hacer sentirse culpables a quienes no tienen hijos o a quien tiene depresión.

 Así como en épocas pretéritas la discriminación nacía del color de la piel, el acento o la región de procedencia, en nuestros días nace de una –a veces incluso errónea– prueba prenatal.

Hoy, en un primer mundo en el que estas personas –que antes muchas veces no salían de su casa– terminan una carrera, trabajan, viven solas, compiten a nivel mundial en deportes, son modelos de pasarela o incluso ayudan a cuidar a sus familiares, quieren volver a encerrarlos entre cuatro paredes por el hecho de ser diferentes. Por el hecho de mostrar que sí, que el mundo variado es una riqueza, que ellos también, como tu y yo, hacen este mundo mejor. 

El autorMaria José Atienza

Redactora Jefe en Omnes. Licenciada en Comunicación, con más de 15 años de experiencia en comunicación de la Iglesia. Ha colaborado en medios como COPE o RNE.

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