Fe y vida familiar

Hacer familia es, antes que nada, saber amar en medio de la imperfección de lo cotidiano. Las “tensiones” de la convivencia, y las dificultades y crisis por las que toda familia transita, no se resuelven -sólo- rezando… es necesario también poner medios humanos.

20 de enero de 2022·Tiempo de lectura: 2 minutos
Familia Amoris Laetitia

La cultura postmoderna plantea importantes retos para la vida familiar: la creciente visión del ser humano como independiente y autosuficiente; la fragilidad de las relaciones afectivas; o creer que un amor duradero es una quimera imposible, se han instalado en los modos de vida cotidianos de muchas las familias, también de las que se consideran cristianas. Apenas hay tiempos de vida común, no se prevén ni valoran los momentos de compartir mesa, celebraciones o el cuidado de los enfermos, ancianos y niños. Los esposos desarrollan a menudo relaciones profesionales y sociales paralelas. Así se va desvirtuando, en la práctica cotidiana, la auténtica convivencia familiar.

Nadie es inmune a esta influencia. Hay sin embargo cristianos que piensan que, por el hecho de ser creyentes, su familia debería ser perfecta. Que las dificultades apenas deberían afectarles. Y que los problemas familiares, cuando inevitablemente se topan con ellos, se resuelven rezando. No cabe duda que la fe personal y la gracia del sacramento del matrimonio son elementos importantes para poder dar un testimonio familiar cristiano. Pero eso no significa que ser un buen cristiano y rezar baste para garantizar una auténtica convivencia familiar.

En estas líneas querría ante todo reivindicar lo que podríamos llamar, primacía de lo humano en la vida familiar. Todas las personas tenemos la capacidad de amar y el deseo de ser amados. Hacer familia es, antes que nada, saber amar en medio de la imperfección de lo cotidiano. Las normales “tensiones” de la convivencia, y las dificultades y crisis por las que toda familia transita, no se resuelven -sólo- rezando… es necesario también poner medios humanos.

¿Qué podemos hacer? En primer lugar, contar con la suficiente dosis de humildad y realismo para asumir que, aunque nos “sepamos la teoría” de lo que “debería ser” la familia ideal, la realidad suele distar mucho de ella. En segundo lugar, es preciso saber pedir ayuda y dejarse ayudar por quienes pueden prestarla. El acompañamiento familiar -el apoyo de las personas que nos quieren y en quienes confiamos- cobra en nuestros días una importancia capital. La experiencia muestra que las principales causas por las que hoy se rompen muchas familias no son en realidad irreparables. En muchas ocasiones se trata de aprender a conocer la dinámica de crecimiento y maduración del amor, con sus momentos de tranquilidad y de dificultad, para comprender la dificultad de modo positivo, y ser capaces de iniciar un cambio de actitud.

Además, quienes tienen una fe viva, contarán con la inestimable ayuda de la gracia y de las virtudes cristianas (la humildad, la caridad, la paciencia, la comprensión, etc.), que son clave para el buen desarrollo de la vida familiar. Y son también una ayuda inestimable en momentos de dificultad, para comprender las fragilidades propias y ajenas, y para saber perdonar de corazón.

El autorMontserrat Gas Aixendri

Catedrática en la Facultad de Derecho de la Universidad Internacional de Cataluña y directora del Instituto de Estudios Superiores de la Familia. Dirige la Cátedra sobre Solidaridad Intergeneracional en la Familia (Cátedra IsFamily Santander) y la Cátedra Childcare and Family Policies de la Fundación Joaquim Molins Figueras. Es además vicedecana en la Facultad de Derecho de UIC Barcelona.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica
Banner publicidad
Banner publicidad