América Latina

Arzobispo de Maracaibo: “Evangelizar a tiempo y a destiempo es el primer reto”

La crisis general de Venezuela desgasta a la población: más de tres millones de personas han dejado el país. En este contexto, ¿cuál es el primer desafío para los obispos venezolanos? El Papa Francisco les pide cercanía con la gente, y fomentar la con- fianza en Dios. Mons. José Luis Azuaje, presidente de la Conferencia Episcopal, aplica esta cercanía: la evangelización es el primer reto.

Marcos Pantin·19 de noviembre de 2018·Tiempo de lectura: 8 minutos

En la antesala del despacho del arzobispo hay un ambiente de cordial rivalidad. Somos muchos los que aspiramos a una audiencia con Mons. José Luis Azuaje Ayala, presidente de la Conferencia Episcopal venezolana y arzobispo metropolitano de Maracaibo. La crisis general del país ha desgastado a los venezolanos. Más de tres millones han emigrado en los últimos años. Las cifras publicadas por Cáritas Internacional dan vértigo: los niveles de pobreza, la hiperinflación, la escasez de alimentos y medicinas son inauditos. Y siempre bajo la incesante amenaza de una criminalidad desatada e impune.
El gobierno permanece sordo al clamor del pueblo. Las protestas se han alzado en todo el territorio nacional y han sido reprimidas sin piedad. Aumenta de día en día el número de presos políticos que, salvo contadas excepciones, son tratados en forma inhumana. Todo tiende a radicalizar la tristeza y minar la esperanza de un pueblo desconcertado.
En este panorama sombrío el venezolano desconfía tanto de las promesas del gobierno como de los llamados de la oposición. Sin embargo, acude a las iglesias para oír hablar
de Dios. Es un delicado desafío para nuestros Pastores.

¿Cómo responde la acción pastoral en Venezuela al rápido deterioro social del país?
—La Iglesia que peregrina en Venezuela ha hecho un gran esfuerzo para renovarse. Ex- presión de este empeño ha sido el Concilio Plenario de Venezuela realizado entre los años 2000 y 2006. Desde entonces estamos trabajando en la puesta en práctica de sus resoluciones.
No ha sido tarea fácil. Estos años han sido minados por la problemática política, económica y social que ha entorpecido la realización de muchos de los objetivos propuestos. Por ejemplo, un alto porcentaje de los que conformaban los equipos de trabajo en las áreas de pastoral han emigrado. No obstante, la Iglesia sigue trabajando, quizás no como proyectada a las multitudes, sino hacia las catacumbas donde se vierte la fe y la esperanza como un torrente de gracia.

¿Cuáles son los principales retos de la Iglesia en Venezuela?
—Desde esta realidad hemos asumido serios retos pastorales que podemos formular como preguntas: ¿cómo evangelizar en medio de un desastre político y económico que ha sumergido a la mayoría de nuestra población en la pobreza y en la desesperanza que trae consigo? ¿Cómo transmitir lo esencial del mensaje cristiano mostrando a Jesucristo como Luz del mundo y centro de nuestra historia de vida, en una realidad social donde no se respetan los derechos humanos y la dignidad humana es pisoteada? ¿Qué medios utilizar para que el mensaje llegue y sostenga al hombre y la mujer en medio de sus sufrimientos?
Evangelizar a tiempo y a destiempo: este es el primer reto en medio de tanta confusión para la sociedad e instituciones. Para esto necesitamos una profunda renovación de la Iglesia que nos permita dialogar desde el Evangelio con las diversas realidades del mundo actual. Vivimos entre tantas circunstancias que contradicen el Evangelio de Jesucristo… Es necesario auscultar la realidad para encontrar espacios de diálogo y discernimiento que propicien un proceso de evangelización creíble y perdurable.

¿Puede mencionar otros desafíos actuales?
—La promoción de la dignidad humana es un reto que atañe a la Iglesia en general. El Evangelio tiene una relación muy estrecha con la vida de cada persona. El centro del Evangelio es el amor misericordioso de Dios manifestado en Jesucristo enviado a redimirnos, a salvarnos, a liberarnos de las ataduras del pecado personal y social. El Evangelio de la dignidad choca con tantas manifestaciones de las estructuras injustas para salir en defensa de los más afectados y vulnerables.

¿Cómo debemos vivir la solidaridad en este contexto?
—Otro desafío de la Iglesia es enseñar a ser solidarios en un mundo que promueve el individualismo y la cultura del sálvese quien pueda. La solidaridad es expresión cristiana de la caridad activa. Solidaridad es sostener, es permanecer en apertura constante de servicio al otro. Ante la tendencia al individualismo y al relativismo, encontramos en la solidaridad un núcleo de elementos bien dispuestos para generar comunidad en acción, que propicia también la implantación de la justicia.
América Latina es una gran región. Posee todos los elementos necesarios para proyectarse como la realización de la esperanza en plena luz del día. Debemos volver al amor, al respeto por el otro, a la decencia en el manejo de lo público, a la ética, a la moralidad en las instituciones.
La corrupción y las malas políticas hacen estragos en nuestra realidad día a día. Debemos volver a Dios. Nuestra mirada debe centrarse en quien se jugó el todo por el todo para salvarnos: Jesucristo.

¿Qué le sugieren los 50 años de la conferencia del CELAM de Medellín?
—Las propuestas de Medellín son una luz que ha iluminado la conciencia eclesial y la historia de fe de nuestros pueblos. Son un punto de arranque de transformaciones eclesiales a gran escala: doctrinal, pastoral, promoción humana, renovación de estructuras eclesiales. En Medellín se propuso una lectura actualizada del Concilio Vaticano II, y desde él se han abierto posibilidades de servicio y de creatividad en el ámbito evangelizador y pastoral, junto con la promoción humana y la lucha por la justicia y la paz en una permanente opción por los pobres.
Las propuestas de entonces se han actualizado en cada una de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y el Caribe. La más actual es la de Aparecida en el año 2007. Los tiempos cambian, la cultura se transforma y, por tanto, la Iglesia debe bus- car las mejores formas de hacer llegar el único mensaje que no cambia: la persona de Jesús, su palabra y su obra. El mensaje de siempre es reflexionado desde el reverso de la historia, desde los pobres y excluidos, desde los que se sienten necesitados de Dios. La espiritualidad que brota de Medellín nos permite testimoniar con mayor claridad el amor y la misericordia de Dios en medio de nuestra realidad.

En el exterior muchos se preocupan por lo que sucede en nuestro país.  ¿Qué puede decirles de la Iglesia en Venezuela?
—Puedo decir que es una Iglesia humilde y sencilla, que realiza la vivencia religiosa de Dios desde la experiencia de lo cotidiano. Es una Iglesia madre, porque acompaña a sus hijos e hijas en los distintos procesos de crecimiento en la fe.
Es una Iglesia misericordiosa que socorre a millones de personas que pasan necesidad y claman justicia ante la situación de pobreza y de violencia en la que nos encontramos. Simultáneamente, es una Iglesia que reflexiona y es analítica ante la realidad global de la sociedad y de todo lo que afecta a la persona. Somos una Iglesia que ha sido empobrecida junto con el pueblo, pero que desde esa misma pobreza y con plena libertad sacamos la fuerza para socorrer al que necesita de nuestro auxilio sin hacer distinciones.

¿Ve la fe arraigada en el pueblo?
—La Iglesia venezolana, desde la religiosidad popular, manifiesta su amor a la santidad en la persona de los santos y santas. Las fiestas patronales son realmente fiestas por la alegría de saberse copartícipes de la santidad de su santo protector. Las diversas tradiciones se transforman en experiencias religiosas animadas por la fe.
Tenemos una Iglesia sinodal que ha convocado a todo el pueblo de Dios para deliberar y proponer los elementos pastorales necesarios para la evangelización a través del Concilio Plenario de Venezuela y las Asambleas nacionales y diocesanas de Pastoral. Es una Iglesia que mantiene viva la comunión con las demás Iglesias de la región y con el Santo Padre Francisco. Es una Iglesia que no cierra el cauce de la gracia de Dios a nadie, sino que motiva al encuentro con el Señor en cada experiencia de vida.

¿Qué valores considera vitales en la recuperación del país y sus instituciones?
—La comunión es un valor fundamental. Cara al futuro debemos mantenernos unidos desde la fe. No bastan los postulados sociológicos, sino sobre todo, comunión desde lo que creemos y en Quien creemos. La comunión genera la fraternidad, el sentido profundo de reconocer al otro tal como es, con sus diferencias, pero siempre buscando los puntos comunes. Un valor que se ha generado en profundidad en estos tiempos es la solidaridad. Hablo desde mi país. En tiempos de pobreza y desigualdades florece el valor de la solidaridad. Ser solidario es salir de uno para asumir al otro en sus propias necesidades, no es sólo dar de lo que tengo, sino principalmente darme como ser humano y cristiano en el acompañamiento
del caminar histórico del pueblo.

¿Podría hablarnos del sentido cristiano de la lucha por la justicia?
—Continuamente estamos fomentando la confianza en Dios. Él no se ha ido de nuestro país, porque está donde están los que sufren y se identifica con ellos: con los pobres y los que sufren y ponen su confianza en el Señor. La Cruz es un signo salvífico para ellos. Ahí se aferran porque saben que después de ella viene la Resurrección, la liberación.
Debemos fomentar el respeto a la dignidad de la persona humana como valor permanente que alimenta la lucha por la justicia en búsqueda de la libertad. La persona y su dignidad es el foco precioso que Dios ama, por lo que invita a toda persona a construir su reino de paz, justicia y amor. Pero no de cualquier manera, sino enarbolando la bandera de la libertad y la justicia.

¿Cómo ve proyectado en el tiempo el aporte del Papa Francisco?
—Considero que el Papa Francisco está abriendo una nueva etapa en la vida de la Iglesia. Con su vida y su magisterio nos impulsa a ir a lo esencial, evitando distracciones o superficialidades que distraen a la Iglesia de lo que le es propio y permanente: evangelizar en lo esencial y desde lo esencial: la persona de Jesucristo.
El Papa Francisco nos enseña que lo que antes parecía de poco valor —las periferias—, ahora son esenciales para la renovación de la Iglesia y de las culturas. Nos lo muestra con sus viajes apostólicos: no al centro sino a las peri- ferias, como para sacar fuerza de la debilidad. Insiste en dar valor a lo que parecía secundario, desprendiéndose de seguridades humanas que impiden procesos continuos, para ir a la realidad sentida, que brota del corazón humano y del corazón de la cultura. Es poner a la Iglesia en estado permanente de misión, renovando estructuras y dando paso a todo aquello que privilegia la misión misericordiosa.

Conduce hacia lo esencial…
—Creo que el Papa Francisco está haciendo lo que debe hacer un Papa: animar, yendo a lo esencial del mensaje. Además, está librando la Iglesia de ciertos males que se han cernido sobre ella y de forma profética la está preparando para entrar en diálogo con un mundo que trata de obviarla, de no tomarla en cuenta. Con parresía el Papa lleva el peso de la renovación, y lo hace mirando el futuro con esperanza. Eso lo vemos en la convocación al sínodo de los jóvenes, en el convenio con China y su permanente ir a las minorías. To- do es hecho con alegría, porque el cristiano no se puede quedar contemplando la riqueza que ha recibido, tiene que darla, tiene que
anunciarla, estar en permanente salida.

¿Cuál fue su experiencia durante la reciente visita ad limina?
—La visita ad limina fue para nosotros una extraordinaria experiencia de comunión y fraternidad. En estos años nuestro episcopado se ha renovado: muchos de ellos acudían por primera vez a esta cita. La vivencia de estos días ha sido un signo profundo de unidad como Iglesia. Esta comunión la experimentamos de modo especial con el Santo Padre Francisco, que nos atendió con mucha serenidad y paz interior. Verdaderamente es un hombre de Dios. El encuentro de todo el episcopado con él se transformó en un signo de esperanza para nuestro ministerio: hemos palpado que es- tamos sostenidos por esa roca firme en el ministerio petrino.

Entonces, ¿el Papa está pendiente de Venezuela?
—El Papa Francisco conoce muy bien nuestra realidad. Nos ha animado a seguir atendiendo a nuestro pueblo pobre, a estar con él, a no declinar por nada nuestra presencia donde nos necesiten, a mantener la cercanía con la gente y a saber resistir los embates de la injusticia y el mal que azotan nuestras comunidades. Nos impulsa a fomentar la con- fianza en Dios y la Virgen; a formar y hacer comunidad de vida en la solidez que brinda la cercanía al hermano; a orar y mantener viva la llama de la esperanza.
Visitar y orar en las cuatro basílicas mayores nos permitió renovar nuestro servicio con un sentido universal. El obispo sirve a la humanidad, sin distinción ni preferencias. Igualmente, la visita a las congregaciones y dicasterios de la Santa Sede nos ha permitido dar a conocer los esfuerzos que hace la Iglesia en Venezuela para servir al pueblo de Dios en la extensión del Reino de los cielos. En fin, fue un kairós, lleno de alegría y compromiso.

¿Cuál ha sido la última petición del Papa a los obispos venezolanos?
—Toda la visita se realizó de una manera muy sencilla, pero con mucha profundidad, especialmente en las reflexiones que sostuvimos en cada uno de los dicasterios. Ha sido un verdadero impulso para la acción de la Iglesia en Venezuela en cuanto a la evangelización, el sentido de comunión, el sentido del servicio a la caridad, y el sentido de la formación.
La audiencia con el Santo Padre duró cerca de dos horas y media. Su última petición, que nos llenó de mucha alegría. Nos pidió estar cerca de la gente: mantenernos siempre cerca, no abandonar nunca al pueblo de Dios a pesar de los problemas que se puedan suscitar a nivel social, político, económico, cultural, religioso o de cualquier tipo.

El autorMarcos Pantin

Caracas

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