Vaticano

El conflicto en Ucrania y la fraternidad perdida

El domingo 13 de marzo se cumplen los primeros 9 años de la elección del Papa Francisco. En aquel 13 de marzo de 2013, el pontífice deseaba su pontificado como "un viaje de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros".

Giovanni Tridente·12 de marzo de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos
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Foto: ©2022 Catholic News Service / U.S. Conference of Catholic Bishops.

El domingo 13 de marzo se cumplen los primeros nueve años de la elección del Papa Francisco. Y nunca como en este período, caracterizado por una guerra desastrosa y fratricida entre Rusia y Ucrania a las puertas de Europa con amenazas a la estabilidad mundial, las primeras palabras del nuevo Papa dirigidas al pueblo en la Plaza de San Pedro sonaron proféticas.

«Y ahora, comencemos este viaje… Un viaje de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros». Elementos, por desgracia, que cualquier conflicto bélico anula al instante, generando consecuencias imprevisibles que durarán años.

El conflicto que vivimos actualmente, con miles de víctimas civiles y militares, y millones de refugiados obligados a huir de los bombardeos, es exactamente lo contrario de la fraternidad, el amor y la confianza entre las personas. Algo falló entonces en la humanidad, a pesar de la profecía del 13 de marzo de 2013 y de las infinitas oportunidades ofrecidas por el Santo Padre para poner en valor esta visión programática.

No pueden pasar desapercibidos los numerosos intentos de diálogo ecuménico e interreligioso que, evidentemente, se injertan en el camino que la Iglesia viene recorriendo desde hace décadas, con mayor conciencia desde el Concilio Vaticano II, y que llevó, en 2019 en Abu Dhabi, a la firma del importante Documento «sobre la fraternidad humana, por la paz mundial y la convivencia común».

Evidentemente, ¡esto no fue suficiente! También hay que decir que toda guerra, toda elección deliberada de luchar contra un hermano, es el resultado de situaciones complejas, con razones que nunca están en un solo lado, en una mezcla explosiva -es oportuno decirlo- que no mira a nadie a la cara y menos aún se preocupa por las consecuencias que genera.

Es cierto que la crisis ruso-ucraniana no es ciertamente la única, y mucho menos la última. Venimos de dos años de agitación pandémica y de décadas de brotes en diversas partes del planeta, tanto en Oriente como en Occidente, hasta el punto de que en ese mismo Documento sobre la fraternidad se escribió que estábamos más bien en una «tercera guerra mundial por partes».

Lo que se vislumbra en el horizonte es otro conflicto mundial «integral», el cuarto para ser exactos, y Dios no quiera que esto ocurra realmente. Por ello, la Santa Sede intenta poner en marcha todas las soluciones posibles para poner fin a los combates y a la muerte indiscriminada de víctimas inocentes, y para abrir canales de diálogo posiblemente duraderos entre todas las partes.

El mismo Papa Francisco, en su homilía de inicio de pontificado, había recomendado en particular «cuidar a las personas, cuidar a todos, a cada persona, con amor», – siguiendo el ejemplo de San José – y es notable que acaba de terminar el Año dedicado al Esposo de María y la serie de catequesis del pontífice sobre el querido patrón de la Iglesia Universal.

Nueve años más tarde, tal vez haya que volver a esas palabras, a esa «responsabilidad que nos atañe a todos», porque cuando ésta falta «entonces la destrucción encuentra su lugar y el corazón se seca».

En aquella ocasión, el Papa ya ofreció las claves para acabar con el odio, la envidia y la soberbia que ensucian la vida: «vigilar nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque es precisamente de ahí de donde salen las buenas y las malas intenciones: las que construyen y las que destruyen».

Empecemos de nuevo desde aquí, entonces, desde esta conciencia, y hagamos cada uno de nosotros todo lo que podamos para devolver la armonía de la hermandad y el amor a nuestros entornos de vida y de trabajo. Al menos habremos evitado las numerosas guerras de las que somos los principales impulsores. ¡Que Dios nos ayude y no lo permita!

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