Cultura

La actualidad de María Zambrano (1904-1991)

La filósofa malagueña María Zambrano –que vivió exiliada la mayor parte de su vida– denunciaba un exilio todavía mucho más grave en la cultura moderna: la huida de la razón de su origen sagrado.

Jaime Nubiola·12 de junio de 2017·Tiempo de lectura: 4 minutos
María Zambrano.

Muchos han oído hablar de María Zambrano: poetisa y escritora, activista republicana, mujer comprometida con las mujeres, pensadora en el exilio, brillante discípula de Zubiri y Ortega. Sin embargo, estas etiquetas no pasan de ser clichés más o menos alejados de lo que verdaderamente fue el centro de la experiencia y el pensamiento vital de María Zambrano.

El centro de su pensamiento

María Zambrano nace en Vélez-Málaga en 1904 y muere en Madrid en 1991. Los inicios y el final los vive en España; en cambio, de 1939 a 1984, un largo exilio le llevará por países hermanos de América y de Europa. Roma será fundamental, convirtiéndose en el nudo que ata a unos y a otros, todos ellos bien presentes en su obra. La categoría exilio es central en su pensamiento y ayuda a entender el epitafio que ella misma eligió para su lápida en el cementerio del pueblo malagueño en el que nació: Surge, amica mea, et veni (“¡Levántate, amada mía, y ven!”). Esta llamada del Amado a la amada, procedente del Cantar de los Cantares, es seguramente la expresión más certera de su empresa filosófica y vital.

Para María Zambrano el exilio, más que una cuestión política y social, es la consecuencia de un desgarro, que acarrea una caída y reclama una redención. Como muestra en Filosofía y poesía (1939), se trata del desgarramiento del Logos divino y del logos humano que se da ya en los orígenes de la experiencia personal del ser humano –en la Creación divina de los seres– y que se refleja también en el desarrollo histórico de la razón –en la creación humana de los saberes–. Poner el logos humano en armonía con el Logos divino es la preocupación fundante de la reflexión filosófica de Zambrano, es la expresión de su misión mediadora, de su razón poética.

El racionalismo fundamental

La primera consecuencia de ese desgarramiento es el olvido del origen. La razón irá olvidando que es fruto de un querer y se irá perdiendo entre delirios de suficiencia y autonomía. Como señala en Pensamiento y poesía en la vida española (1939), desde Parménides hasta Hegel se ha venido desplegando un horizonte racionalista que inficiona todo y a todos: es la pasión de encerrarlo todo en una definición o en una idea, dejando al margen el fondo sagrado de la realidad que permanece incontrolable y que se opone a esa supuesta autosuficiencia del ser humano. Puede advertirse que incluso el intento de enmienda llevado a cabo por los vitalismos del siglo XX, tras los idealismos del XIX, tiene la misma carencia: “Allí donde se decía razón, se dice después vida, y la situación queda sustancialmente la misma”, escribe Zambrano. 

¿Por qué queda todo igual? Por el ensueño de creer poseerlo todo, mientras que lo que se posee es siempre un todo recortado. No son las cosas las que van quedándose fuera, sino que verdaderamente lo que se margina, arrojándolo al infierno de la irracionalidad, es la propia realidad, la trascendencia y el mismo Trascendente. En esta crítica de la moderna razón discursiva, María Zambrano coincidirá con Benedicto XVI hasta el punto que parece que se prestan las palabras y el pensamiento: donde Zambrano dice que “la razón se afirmaba cerrándose” (Filosofía y poesía, 1939), Benedicto XVI hablará de “una especie de soberbia de la razón […] que se considera a sí misma suficiente y se cierra a la contemplación y a la búsqueda de una Verdad que la supera” (Discurso al Pontificio Consejo de la Cultura, 2008). En este mismo sentido, María Zambrano muestra la ineficacia de esta razón recortada. No hay más que acudir al prólogo de la primera edición de El hombre y lo divino (1955), que es la obra suya que mejor corresponde a su interés filosófico fundamental. Allí escribe que “no se libera el hombre de ciertas cosas cuando han desaparecido, menos aún cuando es él mismo quien ha logrado hacerlas desaparecer. Así, eso que se oculta en la palabra, casi impronunciable hoy, Dios”. Dios es una realidad misteriosa que, aunque sea negada, siempre estará en absoluta e intacta relación con los seres humanos.

Poner el logos en el Logos

La existencia del ser humano depende de su relación con la realidad sagrada y absolutamente trascendente; de ahí que, en medio de la nostalgia del origen, el ser humano transite por la vía de la angustia o por la del sentido. La misión filosófica de María Zambrano consiste cabalmente en devolver el logos al Logos. Para ello es necesario que la razón sea verdadera razón y no los sucedáneos derivados del racionalismo. La razón humana, capaz de reencontrarse con su origen, no puede ser superficial, externa, beligerante, ácida, triste. Debe ser, por el contrario, “algo que sea razón, pero más ancho”, escribirá Zambrano al poeta Rafael Dieste (1944). O como la invitación de Benedicto XVI en el discurso de Ratisbona (2006), “ampliar nuestro concepto de razón y de su uso”.

En el centro de esta razón –que con terminología de Zambrano es “como una gota de aceite” o “como una gota de felicidad”– tendrá que darse una nueva articulación de los saberes. De todos los saberes y, de un modo muy especial, de aquellos que son tenidos como saberes de sentido: la filosofía, la poesía, la religión. Los tres son genuina expresión de la actividad y de la pasividad del conocimiento humano. Los tres nacen de una misma placenta que es lo sagrado y en el reconocimiento de sus mutuas y muchas deudas hallarán –hallaremos– la claridad y la luz de la unidad originaria. Por esto también, a los veinticinco años de su muerte, el pensamiento de María Zambrano es más actual y necesario que nunca.

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