Cultura

El mosaico libanés. Un país con rostro árabe y corazón cristiano

Las comunidades que conforman Líbano son resultado de diversas invasiones, asentamientos y conversiones, tanto árabes como cristianas.

Gerardo Ferrara·30 de mayo de 2022·Tiempo de lectura: 6 minutos
Líbano

Foto: Vista del patriarcado católico maronita desde Bkerke. ©CNS photo/Nancy Wiechec

Un famoso anuncio italiano de hace unos años presentaba a Suiza como un país con un corazón de chocolate. En el corazón de este corazón, había otro: una famosa empresa que produce este delicioso alimento. El Líbano, antiguamente conocido como la «Suiza de Oriente Medio», es algo así: una pequeña franja de tierra de unos 250 km de largo y no más de 60 km de ancho, llena de altas montañas, en el corazón del mundo árabe-islámico y del Mediterráneo oriental. Sin embargo, dentro de él hay otro corazón (la cordillera del Monte Líbano), famoso por ser el punto de apoyo y el centro de irradiación de la cultura y la espiritualidad cristiano maronita, el pivote de la propia identidad libanesa.

El Líbano siempre ha sido conocido por la belleza de sus paisajes, la hospitalidad de sus habitantes y la convivencia, aunque no siempre pacífica, entre los distintos componentes étnicos y religiosos que conforman su población.

Líbano: una nación diversa

El término que quizás mejor sirva para describirlo es el de «pluralidad», constituyendo la expresión latina e pluribus unum un lema representativo. Su propia geografía, a menudo dura, se compone de contrastes entre las altas montañas, los valles y la costa. Las dos cordilleras principales que corren paralelas de norte a sur, el Monte Líbano (la blancura de sus picos da nombre al país, de la palabra semítica «laban» que significa «blanco») y el Antilíbano (cuya cima principal es el Monte Hermón, en la frontera con Siria e Israel), están separadas por el Valle de la Beqaa, la rama más septentrional del Gran Valle del Rift. La costa, pues, está bordeada de altas montañas que se sumergen literalmente en el mar, desde la frontera siria en el norte hasta la frontera sur de Naqoura, con sus blancos acantilados, donde el país se encuentra con Israel.

Y es precisamente, quizás, la variedad de este paisaje lo que ha favorecido, y en parte preservado, el asentamiento de distintas poblaciones, fenicios en primer lugar, luego griegos, árabes, cruzados, circasianos, turcos, franceses, etc. Y el mosaico de comunidades que conforma el pueblo libanés es también el resultado de diversas invasiones, conquistas, asentamientos, conversiones.

Geografía

En ciudades costeras como Trípoli y Sidón (aunque con importantes minorías cristianas, tanto católicas de varias denominaciones como ortodoxas) y en algunos distritos de Beirut, la mayoría de la población es musulmana suní. En la gobernación (muhazafah) del Monte Líbano, en otras zonas montañosas, sobre todo en el norte, en ciudades como Jounieh y Zahleh (en las estribaciones occidentales de la Beqaa) y en varios distritos de Beirut, gran parte de la población es cristiana maronita y melquita católica, predominantemente, pero también griega ortodoxa o armenia, tanto ortodoxa como católica (la comunidad armenia ha crecido exponencialmente al acoger a los supervivientes del infame genocidio llevado a cabo por los turcos).

Sin embargo, los cristianos están repartidos por todo el país y, allí donde no son mayoritarios, siguen siendo un componente importante de la población; el elemento maronita, y su espiritualidad siro-antioquena, han impregnado fuertemente su mentalidad y cultura. El componente chiíta, ahora mayoritario en todo el país, se concentra principalmente en el sur del país (entre Tiro y la región circundante, pero también en los distritos del sur de Beirut, especialmente alrededor del aeropuerto) y en la Beqaa. Por último, los drusos (grupo étnico-religioso cuya doctrina es una derivación del Islam chiíta) tienen su bastión en las montañas de Shuf, en el sur de la gobernación del Monte Líbano (en el centro del país).

Líbano

Identidad musulmana y cristiana

Hasta finales de la década de 1930, el Líbano era un país predominantemente cristiano. El último censo oficial, que data de 1932, arrojó la cifra de 56% de cristianos (en su mayoría católicos, sobre todo de rito maronita) y 44% de musulmanes (predominan los chiitas). Desde entonces, para no alterar los equilibrios interconfesionales y políticos, la población no se ha contabilizado oficialmente.

Este equilibrio, por cierto, había sido sancionado en vísperas de la independencia del país de Francia en 1944 por el Pacto Nacional de 1943. En él, las diferentes confesiones acordaron cómo debían repartirse los principales cargos del Estado: la Presidencia de la República a los maronitas; la del Consejo de Ministros (por tanto, la jefatura del gobierno) a los musulmanes chiíes; la Presidencia del Parlamento a los chiíes.

Otros cargos siguen repartiéndose entre los distintos grupos y, además, mediante un complejo sistema electoral que sigue vigente en la actualidad, se procuró que cada comunidad confesional libanesa (el Estado reconoce hasta 18: 5 musulmanas, 12 cristianas y una judía) tuviera una representación parlamentaria adecuada.

Legislación

La pertenencia a una comunidad y no a otra se establece todavía hoy no por la práctica religiosa en sí, sino por el nacimiento. El sistema libanés distingue, de hecho, entre fe y filiación confesional: se forma parte de la comunidad maronita, por ejemplo, si se es hijo de un padre maronita (hay muchos matrimonios mixtos, especialmente entre las comunidades cristianas).

Así, las diferentes comunidades gozan de una relativa autonomía y de una jurisdicción propia en materia de estatuto personal (derecho de familia), siguiendo el modelo del millet, una herencia otomana (Líbano formó parte del Imperio Otomano hasta 1918).

El propio Pacto Nacional había establecido que Líbano era un país «con rostro árabe»: el factor árabe, por tanto, es uno de los elementos de la identidad nacional libanesa, pero no el único. Muchos cristianos, de hecho, no se identifican como árabes, sino como «arabófonos» de ascendencia fenicia o cruzada.

Aunque la Constitución afirma que «Líbano es árabe en su identidad y en su pertenencia», el debate sobre la identidad árabe del país sigue siendo dominante en la sociedad, al igual que cada vez son más los intelectuales y miembros destacados de la sociedad que reclaman el fin del confesionalismo y la necesidad de una identidad nacional compartida que no sea, por tanto, únicamente árabe.

Entre el confesionalismo y las guerras civiles

Los problemas del sistema confesional se hicieron evidentes ya a finales de los años cuarenta. De hecho, la elevada tasa de emigración que caracteriza a la población cristiana, unida a la mayor tasa de fecundidad de la población musulmana y a la afluencia de refugiados palestinos (mayoritariamente musulmanes suníes) a partir de 1948 y, sobre todo, después de 1967, alteró considerablemente las proporciones numéricas dentro de la población, estimadas en unos 7 millones de habitantes en la actualidad (las encuestas no oficiales hablan de un 66% de musulmanes, chiíes y suníes, y un 34% de cristianos).

Los desequilibrios provocados por las diferencias sociales, económicas y políticas entre las distintas comunidades, y la creciente influencia de la OLP de Yasser Arafat, que convirtió el Líbano en su bastión, provocaron varias guerras civiles (1958; 1975-76, pero, de hecho, hasta 1989). En ellas se agudizaron los contrastes entre partidos y organizaciones que aspiraban a representar a los distintos componentes étnico-religiosos de la población (por ejemplo, la derecha cristiana, con la Falange Libanesa de Pierre Gemayyel, más proclive a las alianzas con el bloque occidental y también con Israel, y la izquierda, con el bloque progresista druso y otras fuerzas islámicas suníes y chiíes, pero también cristianas, con ideas compatibles con el nacionalismo árabe y el antisionismo).

Esto dio lugar a la intervención de Siria, (a través de la Fuerza de Disuasión, un pretexto para convertir el país en un protectorado), por un lado (1975-76), y de Israel, por otro (1978, pero sobre todo desde 1982, con la primera Guerra del Líbano).

Masacres

Desde entonces, se han producido masacres de miles de civiles inocentes, perpetuadas tanto por musulmanes contra cristianos (la más famosa es la masacre de Damour, 1976, por parte de los palestinos, cuyos adversarios no eran sólo cristianos de la derecha nacional, sino también chiitas) como por cristianos contra musulmanes (cómo olvidar Qarantine, 1976, y Sabra y Shatila, 1982).

Las masacres de Sabra y Shatila se achacaron entonces, con razón, a la Falange Libanesa Cristiana, que actuó con la complicidad israelí, pero no cabe duda de que la táctica de Yasser Arafat, líder de la OLP, era agudizar los contrastes entre las distintas comunidades libanesas, incluso en detrimento de un número creciente de «mártires» entre los refugiados palestinos, lo que habría dado mayor visibilidad a su causa.

La retirada israelí a mediados de la década de 1980 (salvo el mantenimiento del control en una estrecha «franja de seguridad» en el sur del país) provocó, entonces, el aumento de la influencia política y militar de Siria, aunque en 1989 los Acuerdos de Taif habían puesto fin oficialmente a la guerra civil, y el nacimiento y rápido crecimiento de la milicia chiíta antiisraelí del sur del Líbano, llamada Hezbolá (Partido de Dios).

Hezbolá a la vez que se ha convertido en un partido político activamente presente en el contexto libanés a lo largo de los años, ha mantenido su fuerza militar, también gracias al apoyo de Irán y Siria, llegando a ser de hecho más poderoso que el propio ejército regular sirio y dando un duro golpe a lo largo de los años no sólo a Israel, sino también a los opositores al régimen de Bashar al-Assad durante la guerra civil siria.

El autorGerardo Ferrara

Escritor, historiador y experto en historia, política y cultura de Oriente Medio.

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