Argumentos

¿Apoyó la Iglesia el Tercer Reich?

Es ya un tópico especialmente manido e insidioso que la Iglesia católica auspició el ascenso de Hitler al poder, le sostuvo en él y no hizo nada para impedir el holocausto. Pese a la falsedad de tales acusaciones, aún hay muchas personas de buena voluntad que siguen creyéndolas, incluyendo buenos cristianos. Por ello en este artículo me propongo esgrimir algunas razones —y algunos datos concretos— que puedan ayudarnos a enfocar bien esas horas terribles que tuvo que padecer la Iglesia y toda la humanidad.

Antonino González·3 de noviembre de 2022·Tiempo de lectura: 11 minutos
Hitler Tercer Reich

Foto: fotograma del documental "Rise of the Nazis". ©CNS photo/Lukas Salna, 72Films

Con ardiente preocupación y con creciente asombro venimos observando, hace tiempo, el camino de dolor de la Iglesia [alemana].

Primeras palabras de la encíclica Mit brennender Sorge de SS. Pío XI, 14 de marzo de 1937. Todas las traducciones en adelante son mías.

Tras la Primera Guerra Mundial y hasta el ascenso de Hitler al poder y la consecuente instauración del Tercer Reich, la República de Weimar (1918-1933) fue un periodo convulso en la historia de Alemania, en el que sobresalió un partido político confesionalmente católico, el Deutsche Zentrumspartei, o simplemente, el Zentrum, llamado a protagonizar algunos sucesos importantes en las últimas boqueadas de la república alemana de entreguerras. Fundado a finales de 1870, acogía en su seno diversas corrientes políticas y una importante dosis de liberalismo político —excepto en cuestión moral— que lo alejaba del conservadorismo protestante prusiano.

En la fase final de la República de Weimar, a partir de 1930, la situación política se hace altamente inestable por causa, principalmente, del crack del 29, que causa entre finales de 1929 y 1933 más de cinco millones de parados —añadidos al millón largo que ya existía—. Cuando en marzo de 1930 cae el gobierno socialdemócrata de Hermann Müller por su incapacidad ante esta situación, el presidente Paul von Hindenburg nombra canciller a Heinrich Brüning, que era, junto al sacerdote Ludwig Kaas, cabeza del Zentrum. Brüning, con escasos apoyos en el Reichstag —el Parlamento alemán—, tiene que convocar elecciones en breve —septiembre de 1930—, en las que su partido, el Zentrum, obtendrá 68 escaños[ii], mientras que el de Hitler, el NSDAP, asciende de 12 a 107.

Entre marzo de 1930 y mayo de 1932, Brüning se mantiene en el cargo sin mayoría en el Parlamento, hasta que el presidente Hindenburg, instigado por las maquinaciones del general Schleicher, lo depone de la Cancillería. En esta ocasión, el designado para el puesto es el también centrista Franz von Papen, pero éste es expulsado del Zentrum por ser considerado un traidor a Brüning y al propio partido. Sustituido por Schleicher tras dimitir en noviembre del 32,​ von Papen vuelve al primer plano en enero de 1933[iii] como vicecanciller del recién designado Hitler. En las siguientes elecciones (marzo de 1933) el Zentrum sube a 74 escaños mientras Hitler, con 288, se alza con la mayoría y consolida su posición al frente del país.

¿Apoyó la Iglesia al régimen de Hitler?

Veamos a continuación las motivaciones de la Iglesia, por un lado, y de Hitler, por otro, para actuar como lo hicieron. Se verá, una vez más, que los hijos de la sombra son más astutos…

Desde su ascenso a la vicecancillería, el católico von Papen va a promover la firma del Reichskonkordat —o Concordato entre la Santa Sede y Alemania— por el que llevaban años luchando Kaas y el nuncio, Monseñor Pacelli, y que la Santa Sede había deseado desde el primer año de la República de Weimar. Por su parte, el Zentrum firma la ley habilitante de 24 de marzo de 1933 o Ermächtigungsgesetz por la que se le confieren plenos poderes a Hitler y, así, se autodisuelve a sí mismo el 5 de julio de 1933 —algo similar ocurre con el resto de partidos, que son definitivamente prohibidos el 14 de julio—.

De este modo la Iglesia pierde su presencia en el debate político pero pone sus esperanzas en la consecución del Reichskonkordat, que finalmente se firmará en el Vaticano el 20 de julio de 1933, con la presencia de von Papen por parte del Reich y el cardenal Pacelli, que había dejado la nunciatura ante la República de Weimar y había sido nombrado en 1930 Secretario de Estado vaticano.

Varios factores promueven esta situación. Por una parte, el concordato o acuerdo Iglesia-Estado era la vía que estaba trabajando la Santa Sede, desde tiempo atrás, con innumerables países, no sólo con Alemania, con la que ya había firmado concordatos parciales[iv]. Por otro lado, el clima de inestabilidad política no hacía sino aumentar, y se percibía la participación de los católicos en el Reichstag como menos operante que un acuerdo de cara a salvaguardar los intereses de la Iglesia. Finalmente, Hitler supo envolver sus palabras del tono que la Iglesia esperaba: las importantes “ventajas que se le concedían a la Iglesia en el ámbito religioso-cultural, (…) la imagen del Führer de matriz ideológica monárquica, (…) la quimera del Estado unitario. (…) Ningún gobierno se había mostrado nunca tan generoso y dispuesto a hacer concesiones a la Iglesia católica como Hitler durante las negociaciones previas al concordato”[v].

Un discurso esperanzado

Más allá de todo ello, el discurso de Hitler durante su primera declaración de gobierno el 1 de febrero de 1933 proponía que “pondría al cristianismo como base de toda la moral”, y aun en la presentación parlamentaria de la Ermächtigungsgesetz del 23 de marzo —la ley por la que el Zentrum se había suicidado—, se afirmaba: “El gobierno nacional ve en las dos confesiones cristianas los factores más importantes para la conservación de nuestro carácter nacional. Respetará los pactos acordados entre aquellas y los Estados federados. (…) El gobierno del Reich (…) atribuye el máximo valor a las relaciones amistosas con la Santa Sede”[vi].

Las autoridades católicas debieron suspirar de alivio oyendo que quedaban atrás las maneras violentas del tiempo de la lucha, cuando el nacionalsocialismo se autoinscribía en un cristianismo positivo —valga decir, pagano— frente al cristianismo negativo —inerte, caduco— de católicos y luteranos. Sin embargo, tan solo dos semanas después de afirmar Hitler ante el Parlamento alemán que el cristianismo estaba en la base de la nueva Alemania y que para él era prioritaria la amistad con la Iglesia, reunido con sus colaboradores más estrechos confesaba: “Hacer las paces con la Iglesia (…) me impediría arrancar de raíz toda forma de cristianismo de Alemania. Se es cristiano o se es alemán. No se puede ser las dos cosas[vii].

Y es que esta era la verdadera cara de Hitler: durante los largos años de lucha por el poder, había manifestado reiteradamente que su movimiento no era una doctrina política sino una religión de sustitución y, como tal, irreconciliable con el cristianismo. Así lo hacía notar el jesuita Muckerman al definir la profecía del Tercer Reich como la herejía del siglo XX[viii].

La reacción católica

Del mismo modo, ante la inminente victoria del NSDAP en las elecciones de marzo del 33, numerosas asociaciones católicas de trabajadores, de Acción Católica y de la juventud hacen público un comunicado en que puede leerse: “Escuchamos las palabras orgullosas de ´espíritu alemán, fe alemana, libertad y honor alemanes, verdadero cristianismo y pura religión`. Pero alemana es la fe a lo prometido al jurar la Constitución, alemán es el amor a la libertad, el respeto de la del adversario, el cuidado de no dejar impunes las violencias; el verdadero cristianismo (…) exige la paz (…), y nosotros afirmamos que es cometer un pecado contra la juventud el imbuirle pensamientos de odio y de venganza, poniendo fuera de la ley a los que son de otra opinión”[ix].

Si al comienzo de su mandato el Führer quiso mostrarse pacífico y conciliador con la Iglesia fue sólo para, a través del engaño y la manipulación, eliminar los elementos que podrían haberle supuesto desprestigio o inestabilidad para su régimen. Cuando hubo engañado a los católicos —autoridades y fieles— con sus maniobras y la firma del concordato, volvió a mostrar gradualmente su verdadera faz. Como afirma el historiador británico Alan Bullock, “a ojos de Hitler, el cristianismo era una religión únicamente apropiada para esclavos; en particular detestaba su ética. Su enseñanza, declaró, era una rebeldía contra la ley natural de la selección por la lucha y la supervivencia del más apto. (…) Llevado al extremo, el cristianismo significaría el cultivo sistemático del fracaso humano”[x].

Esta visión del cristianismo no puede dejar de recordar la caracterización que de él hiciera Nietzsche en La genealogía de la moral[xi]. Con estos mimbres, era inevitable el desencadenamiento del Kirchenkampf o lucha de las Iglesias.

La reacción de la Iglesia

En concreto, la lucha contra la Iglesia católica constó de tres fases. En la primera Hitler delegó la tarea en el ideólogo del Reich, Alfred Rosenberg, fingiendo no saber nada de esta persecución más o menos soterrada que llevó, a propósito del golpe de Röhm en junio del 34 (la noche de los cuchillos largos) a asesinar a dirigentes católicos como “el Doctor Erich Klausener, Secretario General de Acción Católica [quien] fue disparado hasta la muerte en su oficina de Berlín por el líder de las SS Gildisch”[xii], justo seis días después de haber criticado la opresión política del momento ante 60.000 personas en la Convención Católica de 1934 en Berlín[xiii].

“El director nacional de la Asociación Católica Juvenil de Deportes, Adalbert Probst, fue secuestrado y después encontrado muerto por disparos (…). El Doctor Edgar Jung [escritor y asesor de Papen, y también colaborador de Acción católica], fue tiroteado en las celdas del cuartel de la Gestapo” al tiempo que “el destacado político católico y excanciller del Reich sin duda escapó de un destino similar solo porque estaba en Londres en ese momento”[xiv].

Durante la segunda fase, entre 1934 y 1939, so capa de la desconfesionalización del Reich, se llevó a cabo un virulento ataque contra la Iglesia, en el que destaca el proceso a miles de clérigos bajo la propaganda “así son todos los sacerdotes”[xv]. En esa misma línea, y en aumento con los años, a partir de la creación del campo de concentración de Dachau, en marzo de 1933, se empezaron a destinar allí, a los barracones establecidos a tal efecto, casi tres millares de clérigos[xvi], en su mayor parte polacos pero seguidos por los de nacionalidad alemana. A mediados de diciembre de 1940, se unieron a los sacerdotes que ya estaban en Dachau otros 800 o 900 sacerdotes procedentes de Buchenwald, Mauthausen, Sachsenhausen, Auschwitz y otros campos. Alrededor de 200 sacerdotes católicos alemanes fueron asesinados.**Buscar dato en Dictatorship** [xvii].

La tercera fase viene marcada por la asunción por parte del anticatólico secretario de Hitler, Martin Bormann, del “mando en la lucha de exterminio que debía conducir, tras la guerra, a la eliminación de la Iglesia y el cristianismo”[xviii]. Asimismo, “en agosto de ese año [1942], Joseph Goebels desató, como ministro de propaganda del Tercer Reich, una campaña de millones de panfletos contra «el papa projudío»”[xix].

Publicación de la encíclica

Ante esta situación, la Iglesia, de la mano con los cristianos evangélicos, va a suponer el último bastión contra el régimen nazi. Es por ello que Hitler considera al cristianismo el enemigo más peligroso del Reich, como revelan los informes secretos de la Gestapo[xx]. Así, “se procedió a cerrar todas las organizaciones católicas cuyas funciones no fueran estrictamente religiosas y rápidamente se hizo evidente que se pretendía encarcelar a los católicos, por así decir, en sus propias iglesias. Podían celebrar Misa y mantener su ritual tanto como quisieran, pero no tenían nada más que ver con la sociedad alemana”[xxi].

Por fin, el 14 de marzo de 1937 aparece la encíclica Mit brennender SorgeCon ardiente preocupación— del papa Pío XI, redactada en primera instancia por el cardenal alemán M. Faulhaber pero reelaborada por el cardenal Pacelli para que resultase más severa, como se aprecia en el propio título. La encíclica comienza dando razón del porqué del Reichskonkordat. Continúa explicando la genuina fe en Dios, en Jesucristo, en la Iglesia y en el Primado, “contra un provocador neopaganismo”[xxii], para reprobar a continuación toda forma de adulteración de nociones y términos sagrados, insistir en la verdadera doctrina y orden moral, apelar al derecho natural y finalizar con un llamamiento a los jóvenes, los sacerdotes y religiosos y los fieles laicos.

Para que pudiese propagarse ampliamente, se introdujeron y repartieron 300.000 copias clandestinamente, además de leerse en todos los templos católicos el domingo 21 de marzo. La reacción del Ministerio de Propaganda fue ignorarla completamente, pero la Gestapo, paralelamente, llevó a cabo numerosas detenciones, fruto de las cuales fueron enviados a la cárcel o a campos de concentración cientos de personas[xxiii].

Control y represión

Por otra parte, la presencia católica en la resistencia al Reich es incontestable. Para contrarrestar su influencia, los servicios de seguridad nazi colocaron espías en cada diócesis, hasta el punto de dejar por escrito, según refiere Berben, esta instrucción: “la importancia de este enemigo es tal que los inspectores de la policía de seguridad y el servicio de seguridad harán que este grupo de personas y las cuestiones que discutan su especial preocupación”[xxiv]. Asimismo, afirma Berben que “el clero era vigilado de cerca y frecuentemente denunciado, arrestado y enviado a campos de concentración. (…) [Hubo sacerdotes que] fueron arrestados simplemente por ser «sospechosos de actividades hostiles al Estado» o porque había motivos para «suponer que sus tratos podrían dañar a la sociedad»”[xxv].

El historiador de la resistencia interna al Reich, el alemán Peter Hoffmann, en The history of the German resistance, 1933-1945, relata que “durante el transcurso de 1933, la Iglesia católica también se vio literalmente obligada a resistir. No pudo aceptar en silencio la persecución general, la regimentación o la opresión, ni en particular la ley de esterilización del verano de 1933. A lo largo de los años hasta el estallido de la guerra, la resistencia católica se endureció hasta que finalmente su portavoz más eminente fue el mismo Papa con su Encíclica Mit brennender Sorge[xxvi].

Uno de los grupos de resistencia fue el de los hermanos Scholl, la Rosa Blanca, que entre 1942 y 1943 distribuyó folletos en Munich llamando a la resistencia y a la paz. “Aunque eran conscientes de que sus actividades difícilmente podrían causar un daño significativo al régimen, estaban preparados para sacrificarse”[xxvii]. Asimismo, el Director del departamento de investigación del Consejo Ecuménico en Ginebra, el protestante Hans Schönfeld, elaboró un memorándum por encargo del Obispo anglicano de Chichester, George Bell. En él se consideraba a la Iglesia católica como uno de los principales grupos de conspiradores, junto a miembros refractarios de la Wehrmacht, de la administración y de los sindicatos, y la Iglesia Evangélica dirigida por el obispo Theophil Wurm.

***

A la Iglesia se la ha acusado recurrentemente de haber resistido de un modo escaso a la situación y las aberraciones cometidas por el régimen nazi, pero después de lo expuesto, cabe preguntarse: si así fuese, ¿habría llevado a cabo Hitler la persecución que puso en marcha contra ella? El odio de Hitler a la Iglesia es innegable; ¿tuvo que ver en ello la actitud de la Iglesia y de los católicos particulares ante el nuevo orden de cosas? Paralelamente, parece muy dudoso pensar que una protesta exacerbada contra el Reich por parte del Papa Pío XII durante los años de la guerra hubiera permitido salvar tantas vidas como se salvaron con la neutralidad oficial y la diplomacia, de un lado, y la acción más o menos clandestina, de otra. En todo caso, la sangre de los mártires cristianos del Tercer Reich proclama la grandeza de su madre, la Iglesia.


[ii]  Esto es, el 11% de los votos, cuarta fuerza política del país. El NSDAP de Hitler, por su parte, se consolida como segunda fuerza, con un 18% de los votos.

[iii] Al no tener apoyos del Zentrum ni de los nazis, von Papen convoca elecciones en julio del 32 y los nazis obtienen 230 escaños. Nuevamente no se forma gobierno y en las elecciones de noviembre del 32 pierden 2 millones de votos. Nuevamente von Papen no puede formar gobierno; es sustituido por Schleicher, que tampoco forma gobierno y, finalmente, el presidente nombra canciller a Hitler en enero de 1933. Pero ya en 1934, con el concordato firmado, von Papen es retirado de la vicecancillería y nombrado embajador ante Turquía. Allí, por influencia del nuncio Roncalli, futuro Juan XXIII, acabará salvando judíos destinados a los lager.

[iv] Por ejemplo, el Concordato con Baviera en 1924 o el de Prusia de 1929. Desde los años 20 la Santa Sede había firmado 18 concordatos.

[v] A. Franzen, Historia de la Iglesia, Sal Terrae, Santander, 2009, 375-376.

[vi] Discurso ante el Reichstag de presentación de la Ley de plenos poderes, 23 de marzo de 1933.

[vii] A. Franzen, Historia de la Iglesia, 377. El subrayado es mío.

[viii] Cf. A. Franzen, Historia de la Iglesia, 374.

[ix]https://resurgimientocatolico.wordpress.com/2014/05/08/una-mitologia-politica-los-principios-anticristianos-del-racismo/

[x] A. Bullock,  Hitler: a study in tyranny, Penguin, Londres, 1962, 389. Alude aquí el autor a las palabras de Hitler recogidas en Hitler’s table talk, 1941-1944, Londres, 1943, 57.

[xi] Afirma Nietzsche: “La debilidad debe ser mentirosamente transformada en mérito (…) y la impotencia, que no toma desquite, en «bondad»; la temerosa bajeza en «humildad»; (…) su estar-aguardando-a-la-puerta, su inevitable tener-que-aguardar, recibe aquí un buen nombre, el de «paciencia», y se llama también «virtud»”. F. Nietzsche, La genealogía de la moral, Tratado 1, 14.

[xii] J. Conway, The Nazi Persecution of the Churches, 1933-1945, Basic Books, Nueva York, 1968, 92.

[xiii] Cf. A. Gill, An Honourable Defeat. A History of the German Resistance to Hitler, Henry Holt, Nueva York, 1994, 60.

[xiv] J. Conway, The Nazi Persecution of the Churches, 92-93.

[xv] Cf. A. Franzen, Historia de la Iglesia, 378.

[xvi]Cf. W. L. Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich, Simon and Schuster, 1990, 235-238. Sobre este particular, resulta imprescindible P. Berben, Dachau, 1933–1945: the official history, Norfolk Press, 1975.

[xvii] “De un total de 2.720 clérigos registrados como encarcelados en Dachau, la abrumadora mayoría, unos 2.579 (o el 94,88%) eran católicos. (…)  Berben señaló que la investigación de 1966 de R. Schnabel, Die Frommen in der Hölle, encontró un total alternativo de 2.771. (…) Kershaw señaló que unos 400 sacerdotes alemanes fueron enviados a Dachau”. Cuartel de sacerdotes del campo de concentración de Dachau, disponible en https://hmong.es/wiki/Priest_Barracks_of_Dachau_Concentration_Camp. Se hace referencia aquí a P. Berben, Dachau, 1933–1945, 276–277; R. Schnabel, Die Frommen in der Hölle,  Union-Verlag, Berlín, 1966; e I. Kershaw, The Nazi Dictatorship: Problems and Perspectives of Interpretation, Oxford University Press, Nueva York, 2000, 210-211.

[xviii] A. Franzen, Historia de la Iglesia, 378.

[xix] J. Rodríguez Iturbe, El nazismo y el Tercer Reich, Universidad de la Sabana, Chía, 2019, 493.

[xx] Ejemplo de dichos informes contra la Iglesia, véase el capítulo 2 de El prisionero nº 29392, que contiene un epígrafe dedicado al informe secreto de la Gestapo de Fulda. E. Monnerjahn, El prisionero nº 29392. El fundador del movimiento Schoentatt prisionero de la Gestapo (1939-1945), Nueva Patris, Santiago, 2011, cap. 2, § 3, disponible en http://reader.digitalbooks.pro/book/preview/19669/

[xxi] A. Gill, An Honourable Defeat, 57.

[xxii] Mit brennender Sorge, 17. Disponible en http://www.vatican.va/content/pius-xi/es/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_14031937_mit-brennender-sorge.html

[xxiii] Cf. W. L. Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich, 235, P. Hoffmann, The History of the German Resistance 1933-1945, 1933-1945, MIT Press, Cambridge (Mass.), 1977, 25, y B. R. Lewis, Hitler Youth: the Hitlerjugend in War and Peace 1933–1945, MBI Publishing, 2000, 45.

[xxiv] P. Berben, Dachau, 1933–1945, 141-142.

[xxv] Cuartel de sacerdotes del campo de concentración de Dachau, disponible en https://hmong.es/wiki/Priest_Barracks_of_Dachau_Concentration_Camp citando P. Berben, Dachau, 1933–1945, 142.

[xxvi] P. Hoffmann, The history of the German resistance, 14.

[xxvii] H. Rothfels, The german oppsition to Hitler, Henry Regnery, Hinsdale (Illinois), 1948, 13. Tomado de P. Hoffmann, The history of the German resistance, 23.

El autorAntonino González

Responsable de proyectos del Instituto Core Curriculum, Universidad de Navarra.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica
Banner publicidad
Banner publicidad