Vaticano

Valentina Alazraki: «He podido seguir no sólo a un Papa, sino a un gran ser humano»

La decana de los profesionales de la comunicación vaticana comparte con Omnes sus recuerdos personales y profesionales con el Papa Francisco. 

Maria José Atienza-23 de Aprile de 2025-Tempo di lettura: 12 minuti
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Con más de 50 años cubriendo la información desde el epicentro de la cristiandad, la mexicana Valentina Alazraki es uno de esos nombres unidos indefectiblemente al oficio de vaticanista. Ha trabajado para Televisa, la principal cadena de televisión mexicana, desde 1974 y ha vivido – y contado- cuatro cónclaves y más de 160 viajes papales. 

Su cercanía y amistad con San Giovanni Paolo II dieron como fruto algunos de los títulos más personales sobre el Papa polaco como “La luz eterna de Juan Pablo II”. 

Cuando Francisco fue elegido para la cátedra de Pedro, Alazraki era ya la decana de los informadores que cubren el Vaticano. Una posición y un bagaje que le hicieron ser una de las comunicadoras más cercanas al Papa. 

Su relación con el Papa Francisco fue más allá de un conocimiento profesional, como ella cuenta en esta entrevista para Omnes, mantuvo con el pontífice una correspondencia especialmente significativa y atesora esas cartas como una muestra de la calidad humana y la cercanía del Papa argentino. 

Usted es una de las profesionales de la comunicación que más ha conocido y tratado al Papa Francisco,¿cuál fue el primer contacto cercano que tuvo con el Papa?

–Cuando eligieron al Papa Francisco yo tenía el enorme privilegio de ser la decana de los informadores. Por esta razón, el entonces portavoz del Vaticano, el padre Federico Lombardi, me pidió que le diera la bienvenida al Papa Francisco con ocasión de su primer viaje internacional a Brasil. Lo hice en el viaje de ida.

Con un tono absolutamente poco protocolario -que es digamos, es mi forma de ser-, le dije al Papa Francisco que nosotros éramos sus compañeros de viaje, que nos gustaría que nos viera así, que sabíamos muy bien que los periodistas no eran “santos de su devoción”: cuando era arzobispo en Argentina no daba entrevistas, etcétera. Pero le dije también “Probablemente usted cree que ha venido aquí a nuestra cabina, que es una especie de jaula de leones. Pero la verdad no es esta. Nosotros no mordemos, no somos malos. Queremos que nos vea como compañeros de viaje y, obviamente, somos periodistas, por lo tanto, nos gustaría que en algún momento usted respondiera nuestras preguntas”. 

El Papa Francisco contestó con el mismo tono, muy tranquilo, muy suelto, muy espontáneo, diciendo que, efectivamente él no se encontraba a gusto con la prensa, que sentía que no sabía dar entrevistas, pero que iba a hacer un esfuerzo y que, al regreso del viaje de Brasil a Roma iba a responder algunas preguntas. Cuál fue la sorpresa cuando, efectivamente, al volver, el Papa dio su primera rueda de prensa y resultó ser un extraordinario comunicador. Como si hubiese estado en medio de periodistas toda su vida. Ese fue el primer contacto con el Papa Francisco.

Obviamente, el hecho de que yo fuera la que le diera la bienvenida, “me ubicó”, digamos, para el Papa Francisco. A partir de ese momento, yo fui “la decana”, teniendo en cuenta, además que soy mexicana, que hablamos el mismo idioma, eso hizo más fácil, este inicio de relación. 

Lo que me llamó muchísimo la atención, en ese viaje de ida, fue el hecho de que el Papa Francisco -si bien no contestó a nuestras preguntas, porque decidió hacerlo a la vuelta, y esa era una novedad con respecto, tanto al Papa Juan Pablo II como al Papa Benedetto XVI-, quiso saludarnos uno a uno. Él se quedó en la entrada de la cabina y fuimos pasando, uno tras otro, para saludarle. Y recuerdo que, en esa ocasión, el padre Lombardi le dijo al Papa Francisco que yo llevaba muchísimos años en el Vaticano (40 años en ese momento). Y entonces el Papa Francisco hizo una broma diciendo que si después de 40 años en el Vaticano yo todavía no había perdido la fe, él se encargaría de abrir mi causa de beatificación. 

Lo que recuerdo sobre todo de ese primer viaje es la cercanía, la sencillez, la humanidad del Papa Francisco que quiso, efectivamente, vernos como compañeros de viaje y quiso dedicarnos un momento a cada uno de nosotros para que tuviéramos la posibilidad de presentarnos, de decir de dónde éramos, de qué medio éramos. Fue su primer contacto con nosotros. 

El Papa pasó de ser un arzobispo que no daba entrevistas a ser uno de los hombres codiciados por la prensa, ¿cómo siguió esa relación del Papa con los comunicadores?

–Creo que ese primer encuentro abrió un camino muy bonito de acercamiento entre el Papa y la prensa porque, a partir de ese día, en todos sus viajes, a la ida, el Papa quiso saludarnos. 

En muchas ocasiones, él pasaba por toda la cabina dando la vuelta y permitiendo que cada uno le hablara un poco. Todo era muy rápido, pero, obviamente, cada uno de nosotros podía contarle algo, entregarle un regalo, hasta pedirle un selfie, pedir la bendición para una persona enferma con una fotografía, incluso una pequeña grabación.

La idea era que este contacto con el Papa Francisco no fuera de tipo periodístico, es decir, no teníamos que hacer preguntas, porque las preguntas se hacían para el regreso. Obviamente siempre hay alguien que “medio hace” una pregunta, en teoría no abiertamente periodística, pero cuyas respuestas se pueden volver una noticia. Cuando el Papa salía de nuestra cabina, la costumbre era intercambiar las informaciones: qué te ha dicho a ti, qué le has regalado…, en fin, detalles que también daban un poco de color en el primer día de viaje. 

… son muchos los recuerdo, ¿no?

–Hay muchos momentos que recuerdo con un enorme cariño. Por ejemplo, en 2015, cumplí 60 años y estábamos volviendo de un viaje, de Filipinas, creo recordar. El Papa Francisco me sorprendió con un pastel, incluso con una velita, le puso solo un cero, para no poner que cumplía 60. Vino personalmente a entregarme ese pastel y, con mucho sentido del humor, no señaló la edad, pero dijo que yo había llegado al Vaticano de muy niña, de bambina. Fue un momento muy bonito, porque sabemos que el Papa Francisco no canta, pero entonó también el “Feliz cumpleaños”. Fue algo que no había sucedido nunca en un avión papal y la verdad, para mí fue un gesto increíble porque, además del pastel me regaló un nacimiento muy bonito en cerámica blanca, estilizado, moderno, que guardo conmigo y pongo, obviamente, cada Navidad. Lo atesoro, porque vino de las manos del Papa.

Valentina Alazraki sopla las velas en el vuelo de vuelta de Filipinas

En otras circunstancias también celebró mis 150 viajes papales y, recientemente, mis 160 viajes papales al volver del viaje largo a Asia.

Siempre ha tenido gestos muy cariñosos, muy lindos, que para mí, obviamente, representan un tesoro inmenso. Ha habido circunstancias en las que, por alguna razón, no he hecho un viaje y el Papa Francisco y al iniciar ese viaje, decía: “Sentimos mucho la ausencia de nuestra decana”. Siempre palabras de cariño, gestos queriendo demostrarme ese cariño.

Creo que, hablando de una relación entre un Papa y una periodista, es algo muy bonito y muy valioso. Obviamente, el Papa ha tenido gestos así con otros compañeros y otras compañeras, pero, en mi caso, al haber sido la decana, quizás ha ido un poquito más lejos, como, por ejemplo, el entregarme también la condecoración de la Orden Piana, que es la más alta condecoración que un Papa le otorga a un laico, y creo que nunca se le habían dado a una mujer. Yo viví esa condecoración como un reconocimiento del Papa Francisco a todos los periodistas que día tras día cubrimos la fuente vaticana y que, evidentemente, no es un trabajo sencillo, porque conlleva muchísimos aspectos y pide conocimiento, preparación, prudencia, respeto y ética.

Ha hablado de los detalles del Papa Francisco con usted. ¿Cuáles son los momentos con el Papa que más le han marcado, personal y profesionalmente? 

–El recuerdo más entrañable que tengo del Papa Francisco es la correspondencia que hemos intercambiado y de la que nunca he hablado durante su pontificado. Muy al principio de su pontificado yo le empecé a escribir cartas de una forma muy personal, con un contenido muy personal, en las que también, poco a poco, empecé a solicitarle una entrevista, alguna respuesta… Recuerdo, por ejemplo,alguna sobre la posibilidad de que el Papa Francisco viajara a México, mi país.

Pero lo más extraordinario de todo esto es que el Papa Francisco siempre contestó mis cartas de su puño y letra; con una caligrafía muy pequeña, -confieso que a veces necesitaba casi una lupa para poder identificar bien la letra del Papa-.

En algunas ocasiones hubo también llamadas telefónicas que me causaron una sorpresa enorme porque aparecía un número oculto, que yo no podía identificar, por lo tanto, nunca me habría podido imaginar que venían del Papa.

Recuerdo también una cosa muy bonita: En una ocasión no fui a un viaje, al Líbano y, al volver, el Papa Francisco me envió una preciosa caja de dátiles, porque yo no había estado en ese viaje.

Para mí estas cartas de las que nunca he hablado (ni contaré su contenido) y estas llamadas telefónicas me hablan de un Papa con un valor humano muy fuerte, de su cercanía, de una sencillez que nunca te imaginarías como es un Papa llamando por teléfono.

También me impresionaba los momentos en los que pactábamos una entrevista. Fui la persona a la que dio la primera entrevista por televisión y tuvimos cuatro en todo el pontificado. La verdad es un enorme privilegio, porque no hay ningún otro medio que haya tenido tantas entrevistas con el Papa Francisco. Las pactábamos prácticamente por teléfono. Yo casi “veía”, me imaginaba al Papa del otro lado del teléfono, con su agenda, con su lápiz o pluma en la mano… Él me preguntaba “¿cuándo quiere venir?” Y yo, en mi cabeza decía, “¿cómo es posible que el Papa te pregunte cuándo quieres venir? Es decir, es él quien tiene que dar la cita”. Y yo siempre le respondía: “Papa Francisco, cuando usted diga, cuando usted pueda, cuando usted quiera”…, y ya él me daba la fecha, la hora. Yo me lo imaginaba apuntando en su agenda personalmente el día y la hora. 

Creo que esos detalles son algo que no se había visto nunca y hablan claro de esta personalidad extraordinariamente humana, cercana, sencilla. Un Papa que, en este sentido, se manejaba un poco solo. Sus secretarios obviamente le ayudaban en mil cosas, pero ha habido cosas que él ha querido manejar solo, digamos así. Me lo explicó un día: para él era como gozar de libertad, por eso vivía en Santa Marta. En una entrevista me dijo que no había ido al Palacio Apostólico por “razones psiquiátricas”, porque decía que no quería estar solo, como en un embudo, quería estar en medio de la gente. Tener esta libertad de escribir, de contestar cartas, de llamar por teléfono a las personas, era como “callejonear en Argentina”. En Buenos Aires él caminaba mucho, se desplazaba por la ciudad en metro, en autobuses, caminaba…. Esta libertad suya de tener una agenda personal, -que era la que manejaba sobre todo en las tardes en Santa Marta-, a él le daba como la idea de la libertad. No podía salir de ahí, pero este manejo suyo de una agenda personal, creo que para él le daba oxígeno.

Las personas que tuvimos la oportunidad de intercambiar cartas o llamadas telefónicas, guardamos esto como un tesoro enorme. Porque el Papa, en esas cartas escribía con un cariño extraordinario, con una sensibilidad, siempre pendiente de lo que uno le pudiera decir, si había una situación compleja a nivel familiar o de salud o de trabajo… El Papa contestaba a tono, es decir, sobre esos temas y ofreciendo siempre su ayuda y sus oraciones.. Para mí, es una herencia extraordinaria.

¿Tiene alguna anécdota especialmente significativa que le guste recordar con el Papa?

–Así como el Papa Francisco me celebró mi cumpleaños en el avión con un pastel, yo también le celebré uno suyo con un pastel, con una forma de sombrero de charro. Obviamente era como un “buen deseo” para que el Papa Francisco visitara México, mi país. Se lo llevé al principio de una audiencia general en la Plaza de San Pedro.  

De los últimos momentos, por ejemplo, cuando volvíamos del último viaje que hicimos con el Papa Francisco a Córcega, su cumpleaños iba a ser al día siguiente y le regalé una tarta, que una pastelera realizó muy bonita, con una libreta y una pluma con el nombre de la Asociación de los Periodistas Acreditados en el Vaticano, de la que yo actualmente soy presidenta. Y al Papa le cayó en gracia. 

Al igual que al Papa Juan Pablo II y al Papa Benedicto XVI, me tocó regalarle un sombrero de charro al Papa Francisco. Siempre lo hice en ocasión de los viajes de los pontífices a México. Afortunadamente los tres visitaron mi país, -Juan Pablo II en cinco ocasiones – y no podía faltar tampoco un sombrero de charro que le regalé al Papa en el avión cuando íbamos hacia México.

¿Cómo se ha percibido al Papa en un contexto comunicativo polarizado?

–A nivel profesional, cubrir informativamente al Papa Francisco ha sido una experiencia extraordinaria, pero compleja. Por una razón: debido a esta forma tan cercana, tan directa, tan espontánea que tiene de hablar el Papa Francisco, puede representar un problema para comunicadores poco preparados o a los que les falte sentido de responsabilidad o ética. 

Me explico: al hablar de una forma tan coloquial y en coincidencia con el auge de las redes sociales -que es la época que le ha tocado al Papa Francisco- yo he lamentado a veces que haya frases del Papa, muy espontáneas, que luego entran en las redes y se hacen virales, sin ninguna contextualización. 

Considero que ser un vaticanista hoy, como es mi caso, es mucho más complejo y complicado de lo que era serlo hace 40 o 50 años. Porque hace 40 o 50 años había mucho tiempo para comprobar la información, corroborar todas las fuentes y constatar que una noticia realmente fuera real. Ahora, al ser todo tan inmediato se viraliza todo en un segundo, en una jungla de las redes sociales y se corre el peligro de meter en las redes frases u opiniones del Papa Francisco que no corresponden a la verdad, en el sentido de que no corresponden a lo que él dijo o quiso decir, porque falta el contexto. Creo que eso es muy grave porque puede crear mucha confusión. 

Yo he tratado de poner lo que el Papa Francisco ha dicho, -cuando lo decía de una forma demasiado coloquial-, siempre enmarcada en el contexto para que realmente se entendiera: por qué el Papa lo dijo, cómo lo dijo y por qué utilizó determinadas expresiones que, a veces, forman parte de un dialecto porteño, con palabras muy típicas suyas, de cómo hablaba en Argentina. 

Creo que, desde este punto de vista, se necesita muchísima ética y muchísimo sentido de responsabilidad. En un mundo tan polarizado, creo que el Papa Francisco también ha sido objeto y víctima de esta polarización. 

El Papa Francisco tenía unas prioridades que muchas veces no coincidían con las de los grandes grupos de poder -que son los que además manejan muchos medios-. Por ende, se llega a una confrontación, a veces agresiva, por parte de algunos medios, acerca de algunas posturas del Papa, que pueden ser tanto inherentes al aspecto social como todo el tema de la migración, por ejemplo, de la elección por los más desfavorecidos, la cercanía con las personas más necesitadas, o ciertas aperturas del Papa que van en un camino de una gran tolerancia, de una gran misericordia, pero que son vistas también por algunos grupos casi como una traición a la doctrina. 

Creo que han sido años, a nivel profesional, complejos en este sentido. En una de las entrevistas le pregunté al Papa Francisco si él se daba cuenta del riesgo que corría al hablar de una forma tan espontánea. El Papa me dijo que sí, que era consciente de ese riesgo, pero que él creía que era lo que le gustaba a la gente, que él fuera tan espontáneo, tan directo, tan cercano, con este lenguaje tan claro, que todo el mundo podía entender y que prefería correr el riesgo de ser quizás a veces mal interpretado o mal entendido. 

Esto fue una parte del trabajo. La otra fue realmente extraordinaria, porque estuvimos siguiendo, no solo a un Papa, sino a un gran ser humano. Hay imágenes que son inolvidables, como, por ejemplo, el primer viaje del Papa a Lampedusa, cuando estaba frente al mar Mediterráneo, que para él se volvió un cementerio, arrojando aquella corona de flores pensando en todos los migrantes que mueren; o cuando lo vimos, totalmente solo, bajo la lluvia, en la plaza de San Pedro durante la pandemia, pidiendo que se acabara esa catástrofe para el mundo. Fue extraordinario ver la forma en la que el Papa se supo acercar a tantas personas. Esas imágenes del Papa Francisco con enfermos, con migrantes, en campos de refugiados, en las cárceles, son realmente imborrables.

Frame del documental «Francesco» de Evgeny Afineevsky en el que aparece entrevistado por Valentona Alazraki. (CNS screenshot/Noticieros Televisa via YouTube)

Ahora abrimos una nueva etapa. Usted que lleva varios pontificados en el epicentro de la información. ¿Cómo se viven momentos tan intensos como un cónclave, un sínodo? 

–Vivir un cónclave es una experiencia profesional realmente impresionante. Mi primer cónclave fue después de la muerte del Papa Pablo VI. Yo estaba empezando en esta carrera, era muy joven, y recuerdo la emoción que significaba estar en la Plaza de San Pedro, esperando la famosa fumata. En el caso de Juan Pablo I, recuerdo que estaba en la plaza con mi camarógrafo, un hombre con muchísima experiencia, que había hecho guerras, muchas coberturas. Por la tarde, empezó a salir una fumata gris y él me dijo “yo me voy porque la fumata es gris, nos vemos mañana”; y como él, muchísimos equipos se fueron. Yo no tenía ninguna experiencia, tenía 23 años y era absolutamente novata pero, al ver la fumata gris pensé que gris no era ni blanca, ni negra. Cuál fue mi sorpresa cuando de repente, con las posiciones de los comentaristas vaticanos medio vacías en la plaza, se definió la fumata blanca y, efectivamente, luego se anunció la elección del Papa Juan Pablo I. ¡Me encontré, en la plaza, sin camarógrafo! Encontré a un camarógrafo italiano que conocía y le pedí el enorme favor de que me grabara en el momento en el que el Papa iba a salir al balcón por primera vez. Tengo este recuerdo muy firme y muy fuerte, porque fue una gran lección de que, como periodista, nunca hay que irse del lugar de los hechos. 

El siguiente fue para la elección de Juan Pablo II y luego, después de la muerte de Juan Pablo II, la elección del Papa Benedicto XVI. Todos han sido momentos de una intensidad impresionante. 

Quizás a nivel profesional, el momento más fuerte es cuando tienes que dar el anuncio del fallecimiento de un Papa. En el caso de Juan Pablo II, vivimos días, semanas, con la angustia de “perder” esa noticia, porque el Papa estaba muy enfermo: no sabíamos en qué momento su fallecimiento se iba a producir. A nivel informativo, ese es un momento muy fuerte, pero, obviamente, el cónclave es otra historia, porque estás a la espera de conocer el nombre del nuevo Papa. Y siempre hay una gran emoción cuando aparecen en el balcón y empiezan a decir el nombre del futuro Papa, porque cada uno intenta entender si conoce o no al cardenal que ha sido elegido como el nuevo pontífice. Son momentos realmente de una enorme intensidad.

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