Atreverse a ser diferente

Atreverse a ser diferente es condición ‘sine qua non’ para poder tener una identidad propia, para ser uno mismo, para ser, en definitiva, cristiano.

21 de octubre de 2022·Tiempo de lectura: 2 minutos
diferente

Si uno es cristiano es diferente a los demás. Si es igual al mundo, entonces no es cristiano.

Esta afirmación contundente choca con el deseo que todos tenemos de ser como los demás, de ser admitido en el grupo. Y entonces se alza la pregunta a la defensiva: ¿por qué un cristiano tiene que ser un bicho raro? ¿Por qué no podemos ser normales?

El tema está en qué significado se le dé a eso de ser normal. No haré yo una apología de que los cristianos tengamos que hacer cosas extravagantes, ni mucho menos. Pero sí tengo claro que el estilo de vida de Cristo, al que nosotros seguimos, más temprano que tarde chocará con el estilo de vida que nos propone el mundo. Y que si queremos ser como los demás acabaremos dejando de ser cristianos.

Hay que tragarse la cruz de ser diferente. Una cruz especialmente dura entre los jóvenes, por la especial necesidad de socialización que tienen. Y es que en cuanto te muestras distinto inevitablemente serás excluido del grupo, estarás fuera de los círculos en los que se mueven los demás. Y eso es duro. Y todos los sabemos hay una cultura dominante de lo políticamente correcto que se ha convertido en una dictadura silenciosa que nos lleva a una autocensura constante. El que se atreve a ser diferente inmediatamente es cancelado, está fuera de los círculos sociales, marginado al ostracismo social.

Y esto se da por igual en los grandes círculos culturales y sociales como en los pequeños ambientes de nuestro día a día.

Pero, atreverse a ser diferente es condición ‘sine qua non’ para poder tener una identidad propia, para ser uno mismo. Para ser cristiano.

Por eso, frente a un esquema formativo entre los jóvenes en el que se incida en ser uno más y hacer las mismas cosas que hacen los otros, creo que habría que incidir en una formación que dé identidad y que enseñe a nuestros chicos y chicas a ser diferentes, a tener personalidad, a nadar contracorriente.

Eso obliga a que los educadores nos empleemos a fondo. Hay mucho que trabajar. Tendremos que ayudarles a formar personalidades fuertes, capaces de afrontar las contradicciones a las que se van a ver sometidos. Deberemos aportar criterios y formación sólida que dé razones de su fe y de sus valores. Tendremos que acompañar el proceso de maduración personal, para sostener y alentar, impulsar y animar. Será necesario fomentar la convivencia con otros jóvenes que sean cristianos, que les den sentido de pertenencia, que les aporten ese grupo de iguales que todo joven necesita para socializar.  

Y sobre todo deberemos ser ejemplo y referencia con nuestra vida. Pues si algo da seguridad a un joven y le ayuda a obtener una identidad es estar acompañado por un adulto que encarne aquello que él quiere llegar a ser.

Para ello los primeros que hemos de aceptar no ser normales, ser diferentes, somos los propios educadores.

Por ahí debemos empezar.

El autorJavier Segura

Delegado de enseñanzas en la Diócesis de Getafe desde el curso 2010-2011, ha ejercido con anterioridad este servicio en el Arzobispado de Pamplona y Tudela, durante siete años (2003-2009). En la actualidad compagina esta labor con su dedicación a la pastoral juvenil dirigiendo la Asociación Pública de Fieles 'Milicia de Santa María' y la asociación educativa 'VEN Y VERÁS. EDUCACIÓN', de la que es Presidente.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica
Banner publicidad
Banner publicidad